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«Verbo»: un debut que deja sin palabras

Suele ocurrir cuando una película es muy esperada. Decepcionante debut en la dirección de largos de Chapero-Jackson, que protagoniza Miguel Ángel Silvestre, e interesante propuesta, aunque minoritaria la de David Trueba con «Madrid, 1987»

La virulencia de Harrelson y la comedia argentina conviven en San Sebastián larazon

A punto estaba de finalizar en chasco el día con más concentración de filmes en castellano de esta edición del Festival de San Sebastián, exceptuando la sección Horizontes Latinos, obviamente, hasta que llegó el cineasta David Trueba con su pequeño, pero estimulante, «Ma- drid, 1987». Sin embargo, empecemos por donde corresponde, y, como dice la Biblia, «primero fue el Verbo», en este caso el de Eduardo Chapero-Jackson, aclamado realizador de cortometrajes (entre los que destacan «Contracuerpo», «Alumbramiento») que defrauda en su debut en el largo, una película que, en teoría, se trataba de uno de los platos fuertes de esta edición.

Algo de quijotesca
En efecto, su propuesta resulta bastante extraña, algo que también se rumoreaba casi desde que empezó el rodaje de la cinta. «Verbo» es algo así como un videojuego existencialista con reminiscencias quijotescas, con banda sonora original de rap y completamente graffiteada. A pesar de lo bien rodeada que está, Miguel Ángel Silvestre, Verónica Echegui y Víctor Clavijo, la protagonista del filme es Alba García, una adolescente absolutamente perdida que solo encuentra respuestas a sus múltiples preguntas existenciales en los graffitis de un tal Líriko, a quien no conoce. «Ella tiene algo de quijotesca. Es una pequeña "quijota» de extrarradio. Y la película también tiene algo de quijotesco, de plantear ideales que uno anhela y uno reclama poder hacerlo», asegura Eduardo Chapero-Jackson horas antes de la responsabilidad de enseñar esta arriesgada producción en el velódromo de Anoeta, el espacio con más capacidad de todo el Festival de San Sebastián, aunque fuera de concurso. Lo de quijotesco es absolutamente literal, pues la protagonista logra ver en la magna obra de Cervantes un manual de instrucciones para su vida.

El realizador asume que se trata de un salto al vacío, no únicamente por la gravedad de las dudas que lanza a los adolescentes, público natural del filme, sino por el formato que elige para responderlas, mucho más cercano a la textura del videojuego que a la cinematográfica: «Sé que se trata de una película arriesgada. Pero es mi primer largometraje: si no me arriesgo ahora, cuándo lo voy a hacer».

Las referencias que ha tenido para construirla son básicas y bastante reconocibles, por otro lado: «Alicia en el País de las Maravillas» y «El viaje de Chihiro». «No hay que hacer las cosas sólo por ser diferente. Yo sólo quería investigar el medio. Me encantan los clásicos y es un lenguaje que yo quiero hacer. Mi siguiente película, si sale adelante, será mucho más contenida. Pero está bien darte el placer de intentar crear y buscar vías, y más si estás hablando de la adolescencia, que tiene sus propios códigos», concluye este joven realizador.

Una obra de cámara
La cuota argentina que el festival ha tenido durante los últimos años llegó ayer a esta edición con «Los Marziano», una comedia desde luego absolutamente marciana realizada por Ana Kratz y que cuenta con algunas caras ya conocidas en España, como la de Eduardo Blanco.
Ya en la sección Zabaltegi, que tantos años ha deparado sorpresas más gratas que la sección oficial, como sucedió ayer sin ir más lejos, David Trueba compareció con «Madrid, 1987», una obra casi de cámara que podría haber derivado en una monocorde conferencia metaliteraria, pero el mediano de los Trueba (contando a Jonás) no cae en este vicio gracias a su agilidad y buen humor, a pesar de que el filme no se libra de abordar ciertos lugares comunes.

La historia: una plomiza tarde de agosto, un tren de ida (la primeriza estudiante de periodismo) y otro de vuelta (un afamado columnista, interpretado por José Sacristán) chocan, es decir, se quedan encerrados en un alicatado y verdoso baño ochentero. Asistimos al principio a una clase de periodismo en el que el veterano confiesa que tras veinticinco años en la profesión no se lleva bien ni con su sombra, tan sólo lo soportan, que no escribe para que le lean, sino por dinero, y que, además, incluso cuando escribe sobre los demás se está refiriendo a si mismo. Más tarde la tensión sexual del periodista hacia la atractiva joven se dispara, lo que genera un rifirafe físico que deriva en una lección de vida sobre la juventud y la madurez, si acaso lo más manido de la cinta.

Rasgos de columnistas
Trueba sabe que no logrará una convocatoria mayoritaria, por lo íntimo y específico de su nueva propuesta, pero tampoco le importa demasiado: «Si les hubiera interesado a las televisiones habría pensado que algo habría hecho mal, que había exagerado el morbo o la desnudez», admite. Él era estudiante de periodismo, como la protagonista, por esa época, y en él pueden reconocerse rasgos de grandes columnistas de los años 80 e incluso el carácter de un Fernando Fernán Gómez ya maduro.

El veterano actor José Sacristán se somete a un desnudo integral como intérprete, a pesar de que quien muestre más carne sea la bella María Valverde; el texto en su boca, como siempre, adquiere una verosimilitud y una grandeza casi literaria. El actor aceptó el arriesgado papel porque «nunca una película con tan poco reparto, tan poco equipo, tan poco decorado y tan poco vestuario, ha contado tanto sobre aquella España de 1987».

Una España en la que la inflación rondaba el 85 por ciento, la política hablaba de personajes como Barrionuevo y Jesús Gil emergía como fenómeno del fútbol y los negocios, sobre todo inmobiliarios, pero donde también toda una generación que había empezado a hacer balance». Uno de tipo político, y es que como señala el personaje que encarna Sacristán: «El siglo XX nos ha enseñado a hostias que los hombres no somos hermanos», aunque también personal: «De joven te gusta lo imposible; de mayor, lo sencillo».

Partida en tablas
Por eso mismo este encuentro tan imposible acaba, necesariamente en tablas, como la misma elección de los actores determinó: «Pepe Sacristán fue una de las caras más brillantes de ese periodo de la transición; por otra parte, María Valverde pertenece a una generación que ya no admira como nosotros, desde la parálisis. Carecen de complejos y se colocan en su faceta de actor sin referencias e interioridades», concluye Trueba, una especie de «tan lejos y tan cerca» a pesar de los pocos años que han pasado.


Más cuota, menos cintas
El cine español ha reducido un 12,9% sus producciones en 2011 y, en cambio, prevé cerrar el año con una cuota cercana al 20%, según reveló ayer el presidente de los productores de Fapae, Pedro Pérez. Aunque en este momento la cuota ronda el 14% (el doble que el año pasado), las previsiones es que mejoren hasta el 20. Se han producido 72 cintas íntegramente españolas (90 en 2010), 29 coproducciones (26 en 2010), lo que da un total de 101 películas en 2011 frente a las 116 de 2010.