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«Prometheus»: Precuela con clase

Director: Ridley Scott. Guion: Jon Spaihts y Damon Lindelof. Intérpretes: Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Guy Pearce. EEUU, 2012. Duración: 124 min. Ciencia-ficción.

La Razón La Razón

Que la vena mística del «Prometheus», de Ridley Scott le acerque más a Erich Von Daniken que a Arthur C. Clarke no debería sorprendernos: después de todo, la sensibilidad de diseño del autor de «Los duelistas» siempre ha tenido una dimensión «pulp», que aquí revisa los orígenes mitológicos de la saga de «Alien» bajo una lámpara de infrarrojos «new age». La explicación del origen del universo que nos da Scott, no menos banal que la de Malick en «El árbol de la vida», es, también, una operación de rescate: el cineasta británico necesitaba recuperar la patria potestad sobre la criatura concebida por H.R. Giger, quería reivindicar su paternidad después de que directores tan singulares como Cameron, Fincher o Jeunet dejaran su impronta en ella. La imaginería de «Alien» le pertenece: él la creó y él puede destruirla. Él es Zeus y Prometeo en un mismo cuerpo de demiurgo.
Siendo padre e hijo díscolo no puede resultar casual que todos los personajes de «Prometheus» tengan que resolver cuestiones de filiación. En este sentido, es especialmente interesante el de David, robot de última generación que viene a cumplir el papel de Hal 9000 en «2001».

La sutileza de la interpretación del magnífico Michael Fassbender entronca con la de Rutger Hauer en «Blade Runner»: David no es más que un replicante que necesita ver por sí mismo las debilidades de su creador; que, en fin, pone en cuestión la moralidad de las acciones humanas, incluso las que parecen más nobles.

Consciente de su responsabilidad al retomar la franquicia, Scott ha desconectado el piloto automático y ha facturado su película más elegante en décadas. Las tres dimensiones dan relieve a naves y paisajes sin robarle protagonismo al diseño de producción, la aparición de las criaturas está sabiamente dosificada y, ojo al dato, Scott se permite el lujo de rodar la escena de autocesárea más brutal y espeluznante que este aficionado al cine fantástico alcanza a recordar. No está nada mal para una precuela.