San Marcos

Texto íntegro de la conferencia pronunciada por Su Alteza Real el Príncipe de Asturias en la Universidad de Harvard

La Razón
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ESPAÑA: UNA NACIÓN AMERICANASPAIN: AN AMERICAN NATION


Sé muy bien el privilegio que representa impartir una conferencia en la Universidad de Harvard, en particular en la Kennedy School of Government en la que han hablado algunos de los intelectuales y estadistas más importantes del mundo. Gracias de verdad a las autoridades de esta institución por su invitación y por la presencia de todos ustedes en este acto. Permítanme, igualmente, aprovechar esta oportunidad para felicitar a la Kennedy School en su 75 aniversario por el prestigio del que justamente goza en todo el mundo.

Valoro mucho su amabilidad, particularmente porque han permitido que sea un modesto licenciado de la Universidad de Georgetown el que se dirija a todos ustedes desde esta noble tribuna. Pero yo creo, honestamente, que los de Georgetown también tenemos algo que decir…, incluso en Harvard.

Desde su creación esta universidad ha estado caracterizada por su compromiso con la excelencia, la innovación y la creatividad. El mundo admira este legado y valora su continuidad. Me agrada y enorgullece decir que la Fundación Príncipe de Asturias está profundamente inspirada en estos principios y constituye un honor mantener una estrecha y fructífera relación con Harvard, promoviendo la ciencia, la cultura y las humanidades.

"España: una nación americana". Este es el tema de mi intervención. Empleo deliberadamente el término "americano"en la acepción relativa a todo el Continente americano, desde el Ártico canadiense hasta el Cabo de Hornos, lo que en este país viene a denominarse habitualmente "las Américas".

Antes de continuar creo que podría ser importante mencionar que parte de mi condición institucional y mi deber como Heredero de la Corona está dedicada a Iberoamérica: la Constitución Española reserva a la Corona ?en la persona del Rey? una especial función de representación de nuestro país en el extranjero y especialmente ante las repúblicas independientes que forman parte de nuestra Comunidad histórica, e Iberoamérica es una parte fundamental de esa Comunidad.

A lo largo de los años he visitado con regularidad estos países asistiendo, en nombre del Rey, a las tomas de posesión de sus Presidentes, y he tenido el privilegio de conocer y coincidir con la mayoría de los líderes regionales, así como de apoyar y promover tanto los intereses de las empresas españolas como nuestros esfuerzos en la ayuda al desarrollo. He tratado de establecer fuertes lazos institucionales y personales con Iberoamérica y con todo el Continente americano, cuyas sociedades e instituciones he podido apreciar y con las que me identifico. Así pues, el tema de mi intervención aquí hoy me es muy querido.

La tesis de que "España es una nación americana"o, lo que es lo mismo, de que tiene una sustancial dimensión o identidad americana, no es tan extemporánea como podría eventualmente parecer a primera vista. Además, contiene una realidad que ha pasado con frecuencia extrañamente desapercibida.

Varias pueden ser las razones de esta afirmación: por un lado, la indiscutible identidad europea y papel histórico de España, particularmente en la región mediterránea. Por otro, quizás no hemos sido suficientemente proactivos a la hora de dar a conocer o de hacer visible nuestra inherente dimensión americana.

Para intentar explicar la identidad americana de España me centraré sobre todo en cinco dimensiones principales ?histórica, cultural, lingüística, geopolítica y económica. Después haré hincapié en lo mucho que, en mi opinión, Estados Unidos y España pueden hacer juntos en todo el Continente y en nuestros dos países para el beneficio de nuestras sociedades y de todas las de la región.

Permítanme comenzar por la dimensión histórica. Es bien conocida la llegada de los españoles a finales del siglo XV al Nuevo Mundo ?los primeros europeos que arribaron a la orilla occidental del océano Atlántico. De forma análoga la historia nos cuenta cómo, durante la siguiente centuria, España llegó a gobernar sobre una vasta área, comenzando por el Caribe, extendiéndose en un primer periodo por el golfo de México, Mesoamérica y más tarde Sudamérica.

Sin embargo, es menos conocida la presencia de España durante siglos en gran parte de América del Norte, en primer lugar en el sur y sudoeste de lo que hoy son los Estados Unidos. A este respecto resulta interesante recordar la cita del propio presidente John Fitzgerald Kennedy cuando dijo: "Unfortunately too many Americans think that America was discovered in 1620 when the pilgrims came to my own State, and they forget the tremendous adventure of the 16th century and the early 17th century in the Southern and Southwest United States".1 Describió, como una importante carencia entre los estadounidenses el hecho de no conocer suficientemente la "influencia, la exploración y el desarrollo españoles"de esa época.

Me gustaría recordarles que la presencia o los asentamientos españoles se extendieron a la práctica totalidad del territorio de los Estados Unidos que se extiende al oeste del Misisipi. Hablamos igualmente de toda la costa del océano Pacífico desde California hasta Alaska pasando por territorios hoy canadienses que también fueron explorados e incorporados a España hace algo menos de dos siglos y medio. Del mismo modo, resulta obligado rememorar hoy la llegada a Florida hace casi quinientos años, en 1513, de la expedición española de Ponce de León, donde, tiempo después, se establecería el primer asentamiento en Pensacola. San Agustín, fundada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés, es la ciudad más antigua de los Estados Unidos si exceptuamos, naturalmente, San Juan de Puerto Rico.

La primera celebración documentada del Día de Acción de Gracias en los hoy Estados Unidos tuvo lugar en El Paso, en 1598, con motivo de la toma de posesión de esas tierras por Juan de Oñate, más de dos décadas antes de la llegada del Mayflower a las costas orientales norteamericanas. Y podría seguir…, pero les ahorraré más ejemplos de la histórica presencia de España en lo que casi constituye tres cuartas partes del territorio de los Estados Unidos donde, en una gran parte, permanecimos durante más de trescientos años.

Otro capítulo fundamental, también muy poco conocido, de los lazos históricos españoles con esta tierra y con su pueblo fue la participación en la Revolución Americana. España realizó una contribución decisiva a la causa de la libertad de este país aportando medios, armas, capital y, también, una extraordinaria participación de importantes contingentes militares. Estoy seguro de que muchos tienen en su memoria el nombre de Bernardo de Gálvez y la ciudad bautizada en su honor, Gálveston. El papel desempeñado por Gálvez en la historia estadounidense, junto con sus valientes granaderos, ha sido considerado fundamental para la victoria en la Guerra de la Independencia.

Y una última anotación que hace referencia a nuestra historia compartida. Hace justo ahora doscientos años, en 1812, fue promulgada en la ciudad de Cádiz, durante el asedio del ejército de Napoleón, la primera Constitución española. Se trata de la tercera Constitución histórica más influyente del mundo tras la estadounidense y la francesa. Pero lo más destacable es que fuera redactada por diputados que viajaron hasta la ciudad andaluza desde la mayoría de los territorios de lo que era entonces la América Hispana, entre ellos Nuevo México, y que tuviera vigencia en muchos de ellos como Texas y California.

Fue por tanto la primera Carta Magna transcontinental de la Historia y estuvo vigente en España, en América del Sur, en América Central y en América del Norte, en territorios hoy estadounidenses. También en Puerto Rico, Filipinas y otras islas del Pacífico, pertenecientes a España desde el siglo XVI y hasta 1898. No, no mencionaré la guerra hispano-norteamericana, no se preocupen.

En definitiva, todas estas menciones son ilustrativas de la larga presencia española en todo el Continente. Esto debería bastar para entender la integral dimensión americana de España que se extiende prácticamente por todas las Américas, aunque muchas veces en la creencia general se restrinja la influencia española a América del Sur, América Central y el Caribe.

El eje cultural. Producto de la presencia varias veces centenaria de España en las Américas fue la creación y el surgimiento de estilos de vida y sistemas de valores comunes en gran parte del Continente. Desde la gobernación al urbanismo pasando por la administración de justicia, la economía y la educación, el sello hispánico se plasmó en gran parte del Hemisferio y todavía sigue sorprendiendo por su vigor, profundidad y proyección. La fortísima identidad cultural de Iberoamérica y del conjunto del mundo hispánico expresada en sus diversas manifestaciones ?literaria, musical y artística por ejemplo? es una de las muestras más vivas de lo que estoy diciendo.

También muchos rasgos y estereotipos de la cultura popular estadounidense, como la tradición de la ganadería del Sudoeste ?la cultura del rodeo y del cowboy? que son, con permiso de Hollywood, de influencia española. Incluso el mismo signo del dólar, símbolo hoy íntimamente asociado a la economía norteamericana, fue inspirado por la moneda española de uso corriente en aquellos territorios en tiempos de la independencia de los Estados Unidos.

Estando en Harvard —la universidad más antigua de este país y una de las más prestigiosas del mundo— no debo omitir el hecho de que España fundó las primeras universidades en las Américas a mediados del siglo XVI: Santo Tomás de Aquino, en Santo Domingo, la Mayor de San Marcos, en Perú, y la Pontificia de México. Estas universidades trasladaron a América los altos parámetros culturales de las antiguas universidades españolas, como la de Salamanca fundada a principios del siglo XIII, donde, a partir del descubrimiento español del Nuevo Mundo, se articularían desde el "Derecho de Gentes"las bases del Derecho Internacional moderno.

Pero hay un fenómeno socio-cultural clave que ha marcado e influenciado la idiosincrasia de todo un Continente, conocido como "mestizaje", y desarrollado en el Continente americano durante la presencia española. Esta mezcla de poblaciones europeas, africanas y de pueblos indígenas americanos se acompasó con una fusión sin precedentes de religiones y creencias. Nunca antes en la Historia se había producido en un periodo tan relativamente corto un proceso sincrético de esta naturaleza en un territorio tan amplio. Pues no se quedó en aspectos formales sino que abarcó todas las dimensiones de la identidad humana, desde la puramente biológica a todas las vertientes de lo social, religioso y cultural. Es decir, los diversos procesos socio-culturales de integración denominados "melting pot"(crisol) y "salad bowl"(ensaladera), que han caracterizado a los Estados Unidos, ya fueron aplicados por España, en diferentes grados y formatos, en las tres Américas geográficas ?la del Sur, la Central y la del Norte? desde finales del siglo XV.

Al discutir algo tan crucial (y sensible) como la construcción de las identidades colectivas nacionales y multinacionales, soy por supuesto consciente de la existencia de un vivo debate político y académico acerca de la condición, o no, de Iberoamérica como civilización específica, o como uno de los pilares de la civilización occidental. Es obvio que no me incumbe a mí responder a esa pregunta, sino que corresponde a los propios iberoamericanos definir su propia identidad como sientan y deseen. No obstante, es indudable la muy destacada contribución española a la dimensión occidental de la identidad iberoamericana, como quiera que ésta sea definida.

Me centraré ahora en la dimensión del idioma, sin duda el legado por excelencia de la presencia española en el Continente. Lo que llamamos la "dimensión lingüística", que es la tercera de la que quería hablar.

El español es hoy, con cerca de quinientos millones de hablantes, la segunda lengua de comunicación internacional y como lengua materna es ya también la segunda del mundo, tras el chino y por delante en este caso del inglés. Teniendo en cuenta que aproximadamente el 85 % de los hispanohablantes del mundo viven en el Continente americano y considerando el número de países en los que es idioma oficial, el español es hoy una lengua esencialmente americana, mucho más que europea.

Pero el español no es solamente un idioma muy hablado. Debe ser contemplado y reconocido como un instrumento de valor incalculable utilizado por los más excelsos escritores y pensadores, de múltiples nacionalidades. El aspecto cualitativo del español es perfectamente equivalente al cuantitativo. De ahí su grandeza y su enorme prestigio mundial.

Hay que resaltar también el valor económico del español. Sólo en España el español representa el 15 % de nuestro PIB y se ha calculado que el hecho de compartir nuestro idioma con una veintena de países aumenta casi en un 200 % el volumen de los intercambios comerciales bilaterales. Las exportaciones de las industrias audiovisual, editorial y de artes plásticas representan conjuntamente y de modo aproximado mil millones de dólares. En cuanto al turismo lingüístico, se calcula que los ingresos económicos anuales para España alcanzan los 584 millones de dólares (por cierto, España es hoy el segundo destino más popular entre los jóvenes estadounidenses que desarrollan programas de estudios en el extranjero). Por otro lado, las industrias culturales asociadas al español emplean solo en mi país a más de medio millón de personas, y se podría decir algo parecido del resto del mundo de habla hispana. En suma, el español constituye en definitiva un valor económico de primera magnitud.

En los Estados Unidos ustedes conocen mejor que nadie la importancia del español. Esto se debe en parte a la creciente importancia de la comunidad hispana, o latina, que convierte a los Estados Unidos, con más de cincuenta millones de hispanohablantes, en el segundo país de habla hispana del mundo por detrás solamente de México y por delante de España. Además, se suma el hecho de que la lengua española es naturalmente el idioma, digamos, "extranjero"más estudiado y demandado en los Estados Unidos. Y digo "extranjero"entre comillas porque, honestamente, considero difícil sostener que una lengua que lleva aquí ininterrumpidamente desde hace medio milenio sea considerada una lengua foránea. En cualquier caso, su importancia económica, social, cultural e incluso política es, además, insoslayable (observen lo que está ocurriendo en las campañas políticas y presidenciales).

El español, por supuesto, no es la única lengua ibérica hablada en el Continente americano. El portugués, muy similar desde el punto de vista lingüístico, es la lengua oficial de Brasil, un país de vastas dimensiones y con protagonismo global. El español también se usa ampliamente en ese país y de hecho el gobierno brasileño decretó en 2005 que la enseñanza del español debería estar disponible (como materia optativa) para todos los estudiantes de enseñanza secundaria. Juntos, el español y el portugués constituyen una base lingüística común que liga a setecientos millones de personas en una treintena de países de todo el mundo.

En suma, el idioma español constituye indudablemente un extraordinario valor cultural que refuerza la noción de España de ser también una nación americana.

La realidad histórica, cultural e idiomática de Iberoamérica constituye la piedra angular de la vocación y de la moderna proyección americana de España. (A menudo sostengo que todo español debe ser consciente de la dimensión y herencia común americana para tener una comprensión completa de su identidad).

A nivel político, la presencia de España ha tomado diversas formas, tanto bilaterales como multilaterales, dependiendo de los intereses geopolíticos de los Estados concernidos.

Aunque no me corresponde a mí decirlo, existe un reconocimiento general, tanto en el ámbito académico como político, de la singular contribución de la Monarquía al éxito de la Transición democrática tras la proclamación del Rey en noviembre de 1975. En el curso de este proceso de transición los líderes políticos y las instituciones españolas acumularon una experiencia que ha inspirado posteriormente a otras naciones. La labor de la Corona y de otras instituciones españolas durante la década de los años 80 fue determinante para favorecer la implantación de sistemas democráticos en muchos países de América Central y del Sur que vivían bajo regímenes dictatoriales. Esto explica parcialmente el íntimo compromiso de la Monarquía española con las democracias de Iberoamérica.

En esta línea España ha dado también buena prueba de su preocupación por el desarrollo económico y social de las sociedades iberoamericanas. La ayuda al desarrollo que hemos transferido a la región a lo largo de los años constituye un buen ejemplo de ello. Solo en la última década España ha contribuido con más de ocho mil millones de dólares en ayuda oficial al desarrollo, que se han destinado a combatir la pobreza y las desigualdades, mejorar la prestación de servicios sociales básicos o fortalecer las instituciones políticas del Estado de Derecho.

Hoy en Iberoamérica existe un amplio consenso acerca de la democracia como sistema político, de la economía de mercado con una clara visión de inclusión social y de la necesidad de articular sociedades participativas sobre una cultura de tolerancia. Se trata de una región prometedora donde algunos de sus Estados más prósperos se han transformado en líderes económicos mundiales; y en la que algunos de estos países más activos en el ámbito diplomático participan progresivamente en los asuntos mundiales gracias a su pertenencia al G-20. España se siente lógicamente muy orgullosa y honrada de haber contribuido en alguna medida al mayor progreso de Iberoamérica en los últimos decenios.

Al mismo tiempo, el entramado de afinidades históricas y culturales y los valores e intereses compartidos entre las naciones de lengua española y portuguesa de América y de Europa —lo que llamamos países de la Comunidad Iberoamericana— han impulsado la articulación de mecanismos de cooperación multilateral entre nuestros Estados desde tiempos muy tempranos.

En los últimos veinte años las Cumbres Iberoamericanas, que reúnen con regularidad a los máximos mandatarios de estos países, han tratado un amplio espectro de cuestiones de la actualidad internacional desde el impacto de las migraciones en el desarrollo al futuro de nuestros sistemas educativos o las perspectivas de inclusión social, pasando por la transformación del Estado y los desafíos a los que se enfrenta la innovación y el conocimiento. Este año celebraremos una nueva Cumbre Iberoamericana en la ciudad de Cádiz con ocasión del bicentenario de la primera Constitución española, de ámbito transcontinental, a la que antes hice referencia, para tratar los actuales desafíos de la realidad internacional, particularmente los económicos.

A lo largo de estas últimas décadas, con el especial impulso de España, se ha desarrollado lo que hemos denominado Comunidad Iberoamericana de Naciones, construyendo una nueva arquitectura institucional de carácter multilateral complementada con cientos de redes privadas, públicas y semipúblicas que asocian a todos los sectores e intereses imaginables de la sociedad civil.

Llegamos ya a la dimensión económica de la identidad de España como nación americana, lo que nos permitirá entender mejor la profunda imbricación de nuestros intereses con los de las Américas, en particular con Iberoamérica, en los últimos decenios.

He mencionado anteriormente cómo la región iberoamericana ha dado pasos muy sustantivos en materia política durante las últimas décadas. Igualmente ha ocurrido en materia económica. Iberoamérica dispone de una masa crítica de población y de Producto Interior Bruto equivalente aproximadamente al 8 % mundial. Sus recursos naturales son extraordinarios y sus materias primas representan el 12 % de la riqueza del Continente frente al 5 % que representan en el conjunto del mundo. Es una región que ofrece una alta complementariedad con otras zonas emergentes y que ostenta un considerable valor estratégico y potencial de crecimiento.

Pero, sobre todo, quiero resaltar que Iberoamérica ha conseguido mejorar sustancialmente las condiciones de vida y el bienestar de sus ciudadanos reduciendo la pobreza y las desigualdades sociales que, aunque siguen presentes, han disminuido significativamente favoreciendo la expansión de clases medias y proporcionando un amortiguador contra las condiciones macroeconómicas externas de carácter adverso. Esto ha sido conseguido fundamentalmente desde el respeto a la democracia y al Estado de Derecho. De este modo la región se ha convertido en un espacio dinámico y emergente que ha sabido responder muy positivamente a las crisis globales y sus consecuencias en 2008-2009, así como en la actual ralentización económica mundial.

Los expertos han atribuido esta resiliencia económica a las sólidas bases económicas de la región y a las políticas fiscales y monetarias anticíclicas aplicadas como respuesta a choques externos. En este contexto los países iberoamericanos han continuado impulsando durante este periodo la integración comercial y económica de la región que ha contado siempre con el apoyo de España.

En Iberoamérica las empresas españolas se involucraron desde los años 90 del pasado siglo aportando capital, tecnología, conocimiento en materia de gestión empresarial y experiencia internacional en ámbitos como el financiero, las infraestructuras, el energético y las telecomunicaciones, todos ellos cruciales para el desarrollo económico y la cohesión social de la región.

En las dos últimas décadas, alrededor del cincuenta por ciento de toda la inversión europea hacia Iberoamérica ha procedido de España. Entre 1997 y 2012 la inversión española directa en Iberoamérica alcanzó los 158.000 millones de dólares, (de los cuales 126.000 millones se invirtieron en Brasil, México, Argentina y Chile). De esta forma, España ha superado de forma intermitente a Estados Unidos como mayor inversor en la región. Por supuesto, estas inversiones han sido especialmente productivas en aquellos países iberoamericanos donde la seguridad jurídica y la estabilidad institucional han sido mayores.

En definitiva, las firmas españolas de todos los sectores decidieron invertir en Iberoamérica en momentos en que no resultaba tan evidente el gran despegue económico de la región, por lo que las posiciones que estas empresas consolidaron durante ese periodo sirvieron para optimizar sus resultados y su implantación en la época de crecimiento posterior a partir de mediados de la pasada década. La internacionalización de la empresa española en Iberoamérica fue pues fundamental para el auge y la diversificación de la economía española y para el progreso de las economías iberoamericanas. Y hoy, en tiempos de dura crisis económica, es también de enorme importancia para la economía española y para la superación de las actuales dificultades.

En los Estados Unidos la proyección económica de España ha sido igualmente creciente y evidente en materia de inversiones y con empresas de todos los sectores, desde la construcción, el automóvil y la moda hasta los emergentes como la biotecnología, las energías renovables o los servicios de alto valor añadido.

Las relaciones comerciales entre nuestros dos países arrojan un saldo deficitario para España siendo los Estados Unidos actualmente el sexto destino de las exportaciones españolas las cuales mantienen en todo caso una tendencia ascendente. Los EE.UU. son el segundo inversor en España mientras que los flujos de inversiones españolas aquí se han acelerado en los últimos años. Las inversiones españolas crean en los EE.UU. alrededor de 70.000 empleos y las estadounidenses en España aproximadamente 300.000. Nuestros dos países mantienen en definitiva una intensa relación económico-comercial. Sin embargo, debemos hacer un esfuerzo para profundizarlas aún más si cabe.

En definitiva, la presencia económica de España en todo el Continente americano fortalece la posición de nuestro país como actor relevante en este Hemisferio. España es, también en materia económica, un país muy americano.

Con esto concluye la exposición de las cinco dimensiones o pilares que he presentado para defender que "España es una nación americana". Dejo a su criterio si lo he hecho adecuadamente.

Sin embargo, permítanme añadir que todo lo que he expuesto de España en las Américas tiene un efecto de retroalimentación en nuestro propio país, por el cual hemos incorporado a nuestra cultura influencias poderosas y sentimientos profundos que nos acercan aún más a nuestros hermanos del otro lado del océano Atlántico.

Así pues, constatando las numerosas realidades e intereses que España y los Estados Unidos comparten en el conjunto del Continente americano, deberíamos animarnos a multiplicar posibilidades factibles de cooperación provechosa entre nuestros países en muchos ámbitos. Esta cooperación triangular entre Iberoamérica, Estados Unidos y España ofrece un enorme potencial de futuro. Hoy en día, cuando cambios profundos transforman política y economía en un espacio global, no podemos minusvalorar la importancia del profundo apoyo mutuo entre naciones que comparten un amplio espectro de principios democráticos y económicos y estoy seguro de que en foros académicos y empresariales, aquí y en otras universidades de otros países, los jóvenes emprendedores y académicos sabrán identificar y poner en marcha colaboraciones concretas hispano-estadounidenses a partir de nuestra compartida vocación hemisférica.

Por último, considero que España no es solamente un país europeo, americano y mediterráneo, sino una nación profundamente universal, aunque éste sería un tema para otra conferencia. Por ello, y por todo lo dicho en esta sesión, me atrevo provocadoramente a dar la vuelta a la hipótesis de partida: sí, España ES una nación americana pero, quizás también, el Hemisferio americano es y permanecerá como un Continente profundamente hispánico.

Muchas gracias por su interés y su paciencia.