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ANÁLISIS: El escritor más intelectual del «Boom»

Llosa tiene los grandes premios de literatura en español
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Mario Vargas Llosa es sin lugar a dudas un Nobel muy justificado. Las razones son diversas. Del mal calificado, pero ya establecido, llamado grupo del «Boom», él era el más intelectual. En el ámbito de la literatura universal ocupa un lugar destacado. De hecho no es solamente un Nobel a la lengua española, aunque también era necesario porque, entre los Nobeles españoles, en estos momentos, el único que está vivo Gabriel García Márquez.

Vargas Llosa se proyectó a través de las traducciones de su obra y su interés por autores que no estaban inscritos en la tradición literaria española. Se rebeló como un escritor próximo a Europa y también a EE UU, pero siempre ha estado vinculado de una manera expresa a su país de origen, Perú, aunque también posea la nacionalidad española.

Sus primeros libros tienen una relación directa con España. Debido a una beca, el novelista llega a Madrid, donde entabla enseguida relación con Dámaso Alonso. Después viaja a Barcelona. Será en esta ciudad donde se concretaría la publicación de su obra literaria con un libro de cuentos, «Los jefes», y el contacto que mantuvo con Carlos Barral, cuando él ya se encontraba en París, lo que le permitirá alcanzar el Premio Biblioteca Breve, recién inaugurado, con «La ciudad y los perros».

Estas obras primeras, junto al libro de relatos «Los cachorros», será donde diseñará su producción, fundamentada en experiencias personales de infancia y juventud. Al mismo tiempo que ofrecía una visión del mundo peruano y del papel que juega el poder, un tema eje en su narrativa, ya sea interpersonal, del estado frente al individuo o de la dictadura como sucede en el caso de «La fiesta del chivo».

En su carrera existe una primera fase enmarcada en el mundo peruano. Aparece en «Los cachorros», una novela corta en la que analiza el lenguaje de los años cuando él estuvo como alumno en la escuela primaria, y en la «ciudad y los perrros», en la que redescubre los problemas de la adolescencia en el barrio limeño de Miraflores. Un trabajo, además, en el que recupera el lenguaje perdido, porque, en el fondo, la literatura siempre es memoria.

La novela más ambiciosa de esta etapa es «La casa Verde», que es el recuerdo mitificado de un prostíbulo. Centra la atención sobre la relación entre el hombre y la selva, las milicias y las prostiutuas. Es ambiciosa porque, desde el punto de vista de composición, es la más compleja. Pero la referencia más significativa de este periodo son los dos tomos, según apareció entonces, de «Conversación en la catedral», centrada en el Perú de 1948 a 1956, que retoma los años universitarios y que acostumbra a incluirse entre un grupo de obras denominadas «novelas de la dictadura».


Una obra compleja que Varga Llosa la entiende como total: dominio del poder, el papel que desempeñan las dictaduras y, también, el mundo del periodismo. Este libro, tradicionalmente, viene a cerrar una parte de la obra, pero es un poco confuso que «Pantaleón y las visitadoras», «La tía Julia» y «El escribidor» no formen parte de las novelas inspiradas en su vida, de esa zona anclada en el Perú de su adolescencia, juventud y madurez.

Todo ésto aparte de sus libros de ensayo y análisis literarios, como «Tirant Lo Blanc», que aparece como consecuencia de su estancia en Barcelona y su contacto con el profesor Martín de Riquer. Vargas Llosa, de hecho, establece un lazo con la novela de caballerías a la vez que se interesa por Flaubert, como «La orgía perpetua», un libro esencial, y escribe un ensayo todavía no superado sobre Gabriel García Márquez titulado «Historia de un deicidio». Todo ello conformó algo que sobrevuela el mundo de la novela, de la creación, que conduce a Vargas Llosa a inscribirse en una teoría literaria cuyo tema esencial es que los escritores se expresan mediante los demonios interiores.

Una novela fundamental es la «La guerra del fin del mundo», de 1981, inspirada en una obra brasileña anterior y una historia real que reconstruye con una técnica próxima a Tolstoi. Junto a ella podíamos situar «Quién mató a Palomino Molero», una novela que funciona un poco como reloj, y «El hablador», de 1987, un intento de recobrar el tema indigenista americano pero desde otra vertiente. Podríamos aludir, claro, a «Lituma en los Andes», que obtuvo el Premio Planeta, o «Los Cuadernos de don Rigoberto» y «La Fiesta del chivo», una novela sobre la dictadura de Trujillo elaborada con una técnica casi policiaca, un lenguaje brillante y una psicología que intenta comprender el tema de la crueldad.

Vargas Llosa trabajó, se sirvió, del teatro, y reunió parte de sus artículos periodísticos en «Contra viento y marea» y «la verdad de las mentiras». Elaboró un libro de crítica literaria, titulado, «La utopía arcaica», sobre José María Arguedas. Su trayectoria ha sido reconocida con los premios fundamentales de la lengua castellana, como son el Rómulo Gallegos, el Príncipe de Asturias y el Premio Cervantes. Hombre afable, abierto y buen amigo de sus amigos, Vargas Llosa continúa siendo uno de los autores más estudiados por los hispanoamericanistas en España y Estados Unidos, donde él, precisamente, ha procesado en diversas universidades. Como dijo, en su momento, otro Nobel, en este caso español, Camilo José Cela: «Quien resiste, gana».