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Revoluciones de «segunda clase»

La Administración de Obama ha mirado hacia otro lado ante las revueltas que podían amenazar sus intereses.

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NUEVA YORK-Desde que empezaron las revoluciones árabes el presidente Barack Obama ha tenido que hacer equilibrios en la inestable cuerda floja de los intereses de Estados Unidos y el respeto de los derechos humanos de los diferentes regímenes. Casi todos son dirigidos por dictadores, a pesar de ser aliados de Washington.

En Túnez, Egipto, Bahréin, Siria, Yemen, Libia o Arabia Saudí la población se ha levantado contra sus mandatarios pidiendo valores que se dan por sentado en Estados Unidos. Y la reacción de la administración Obama siempre ha seguido el mismo patrón: sigilosa cautela hasta ver quién –si dirigente o pueblo– gana el pulso de la revuelta. Y de esta forma maniobrar para estar siempre de parte del vencedor.

Así las cosas, es importante para los intereses estadounidenses la figura del dictador Ali Saleh de Yemen, que ha cooperado en la lucha contra Al Qaida, a pesar de que desde que empezasen las revueltas han muerto 23 niños. Gran parte de los detenidos de Guantánamo (Cuba) son de nacionalidad yemení. Mientras, en este país las fuerzas estadounidenses tienen vía libre para llevar a cabo todo tipo de operaciones contra Al Qaida. Incluso, Saleh no ha presentado ninguna queja porque Obama haya emitido una orden de caza y captura contra un clérigo nacido en Nuevo México, de origen yemení, que se esconde dentro de las fronteras del mismo país.

Quizá sea el régimen saudí el que ha ayudado más a las fuerzas occidentales en Líbano, el cual cuenta con las segundas mayores reservas de petróleo. Por eso, Obama ha mirado hacia otro lado con la publicación del informe de la organización de Nueva York Human Rights Watch. En el documento, se expone que Arabia Saudí ha arrestado a más de 160 disidentes desde febrero. Asimismo, desde esta asociación se critica que los diplomáticos estadounidenses y europeos hayan pasado por alto la «sistemática violación de las leyes de derechos humanos internacionales de Arabia Saudí». Pero, nada de esto impide que las relaciones con Washington, que se remontan a los años 70, sean excelentes. Tampoco parece que haya ningún problema en la Casa Blanca por el hecho de que sea la nación menos democrática de Oriente Medio.

Obama tampoco ha criticado las persecuciones que se han llevado a cabo en Bahréin, donde se encuentra estacionada la Quinta Flota estadounidense. La misma, formada en los años 40, es responsable de las fuerzas navales en el Golfo Pérsico, Mar Rojo y la costa de África, cuya área asignada por el Pentágono llega hasta el sur de Kenia. Washington y Bruselas han pasado por alto todas las vejaciones de estos dictadores, mientras están centrados en cómo justificar su guerra en Libia y salir del caos creado. Ayer la Casa Blanca informó al Congreso que proporcionará a los rebeldes material logístico no letal, valorado en 25.000 millones de dólares, a pesar de la cuestionada intervención estadounidense en Libia. Ahora la Administración Obama tiene el desafío de identificar con todas estas revueltas que desembocarán en cambio de régimen a sus nuevos aliados y enemigos después de décadas. No hace mucho el dictador sirio Bashar Assad fue calificado por la secretaria de Estado Hillary Clinton, como «reformista», ya que su estado policial ha permitido detener a muchos sospechosos en la guerra contra Al Qaida. No fue hace mucho cuando en el año 2009 la jefa de la Diplomacia dijo que Estados Unidos «valoraba de forma profunda» su relación con Libia y quería «aumentar la cooperación». Todo ello fue en recompensa por el abandono de su programa de armas nucleares, aunque jamás dejaron de mirar con sospecha a Gadafi. Estos cambios han traído consigo muchas más preguntas de las que los asesores de Obama son capaces de contestar: ¿De dónde han salido los rebeldes? ¿Servirán a los intereses de Washington como hicieron en su día sus viejos dictadores? ¿Cuál será su relación con Al Qaida? De ahí su recelo a apoyar las revueltas.

Mientras, el director nacional ejecutivo del Consejo de Relaciones Islámicas Americanas Nihad Awad, espera que con estas revoluciones «el mundo árabe cambie su relación con Estados Unidos. Pueda ser de igual a igual. Respecto al futuro, no estoy preocupado. Nada puede ser peor que lo que ha habido hasta ahora», explica el palestino. En cambio, en la Casa Blanca los analistas aún intentando resolver ciertas preguntas: ¿Quién va a asumir el poder en estos países cuando terminen las revoluciones? ¿Debería ponerse al frente Naciones Unidas? ¿Qué se va a hacer con los dictadores?