Literatura

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OPINIÓN: Ala de cisne

La Razón
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El pelo de Ana María Matute es blanco como el ala de un cisne, según dice Gustavo Martín Garzo. Tiene los ojos húmedos y la sonrisa eterna, y cuando habla –no importa lo que diga– es como si estuviese contando un cuento. Cada vez que pasamos cinco minutos juntas pienso que me encantaría llevármela a casa para siempre, y tenerla ahí, como una abuela, lista para compartir un chocolate caliente y una conversación infinita. Todo en Ana María tiene algo mágico: las manos suaves y blancas, igual a las de las reinas de los cuentos; la sonrisa misteriosa de quien guarda un secreto; su voz tranquila,capaz de llevarte de la mano por un mundo donde hay hadas, y princesas, y caballos alados, y unicornios, y reyes con corona, y dragones y brujas. Profeso a Ana María Matute una gratitud especial, pues fue uno de los autores con los que aprendí a leer. Luego, al conocerla, fue maravilloso descubrir que la autora que admiraba era, además, una mujer extraordinaria. Me he reído mucho con ella. En una ocasión lloramos juntas, porque los recuerdos están ahí y a veces hacen daño. No importa: las lágrimas son buenas, y más cuando las lloras junto a una niña de ochenta años que te pasa la mano por la cara y por el pelo para consolarte y es como si te estuviese lanzando un hechizo para quitarte la pena.
Llevábamos años esperando el Cervantes para ella. Cada vez que alguien le hablaba del premio, tenía la gallardía de no ocultar su ilusión por recibirlo, y esperaba el momento con una paciencia mineral, como sólo saben esperar las cosas las buenas personas que se obstinan en creer en los cuentos de hadas. Ha llegado el momento. Para Ana María y para sus lectores, a quienes regaló un mundo sin nombre donde se dan cita todas las cosas hermosas que solo existen en algunos libros.