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Los «indignados» en las butacas
«C(h)oeurs»De Alain Platel (con música de Verdi y Wagner). Ballets C de la B. Coro y Orquesta del Teatro Real (Coro Intermezzo, Orq. Sinfónica de Madrid). Director: Marc Piollet. Teatro Real, 12-III- de 2012.
Casi a la mitad del espectáculo «C(h)oeurs», el coro ha de identificarse persona a persona –son 72–, diciendo su nombre. Algunos asistentes, en medio de ese pasar lista, exclamaron «¡Presente!», pero la guinda la puso un espectador de anfiteatro que, apenas terminado el inventario, gritó también su nombre: «¡Esteban García!»: la carcajada fue enorme y el aplauso unánime. Este «incidente», que diría el Capitán Nemo, en no poca medida define el devenir, algo menos de dos horas, de estos «Coros/corazones», que se podrían resumir como espectáculo para 10 bailarines, coro y orquesta sobre páginas –muy bien elegidas, otra cosa ya habría sido imperdonable– de Verdi y de Wagner, en donde se quiere filosofar sobre masa e individuo, economía y democracia, el ser y la nada, los «indignados» como movimiento social y el amor como catalogación. Humildes objetivos, sin duda. ¿Se cumplen? Pues se supone que sí, porque el padre de esta criatura, el belga Alain Platel (Gante, 1956) –la misma ciudad donde vino al mundo el director del teatro, Gérard Mortier, ¡qué casualidad!–, salió a saludar con una sonrisa de oreja a oreja al término de la función.
Se contaba con los dos grandes activos del Teatro Real, su camaleónica orquesta –dirigida esta vez por un mindundi, que diría el gran Enrique Franco, el parisino Marc Piollet– y su fabuloso coro, el Intermezzo, que no sólo canta con precisión encomiable, sino que actúa con desenvoltura y formidable intuición escénica. Junto a ellos, los diez bailarines del ballet C de la B, también de Gante –otra casualidad–, conjunto, eso sí, hiperinternacional, cuyos componentes van de California a Vietnam y de Israel a Brasil: se trata de notorios contorsionistas, acróbatas a veces, y hay que apuntar que en ciertos pasajes hasta bailan, en un itinerario musical que empieza en el «Dies Irae» del «Requiem» de Verdi y acaba en «La Traviata» pasando por el Wagner de «Lohengrin» o «Maestro cantores».
¿Cómo materializa Alain Platel su anteriormente referido ideario – cuestionario, que se dice inspirado por Ortega y Gasset, Canetti, Vargas Llosa y Littell? Pues con una sucesión mayoritaria de paparruchadas, cuya enumeración supera los lindes de este comentario. Pero valgan como ejemplo el Coro de los Peregrinos de «Tannhäuser» convertido en dramaturgia de danzantes epilépticos que pugnan por ceñirse la ropa interior –innecesaria tarea, ya que todos terminan la representación en pelota picada– o el «Patria oppressa» de «Macbeth» en forma de dúo de bañistas. Hubo sonada división de opiniones al acabar, y lo que para unos fue tomadura de pelo para cierta crítica será cumbre del pensamiento artístico revolucionario. Pero en la noche hubo un triunfador absoluto, Gérard Mortier, el hombre que ama la provocación y el escándalo por encima de cualquier otra cosa. Y una vez más logró su objetivo. Con creces.
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