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Literatura

Hollywood

Bradbury feliz cumpleaños marciano

Escena del filme «Fahrenheit 451», basado en su famosísimo libro larazon

A los jóvenes no les gustará saber que uno de los escritores más importantes de la literatura de anticipación como es Ray Bradbury desprecia los ordenadores, no tiene interés en la edición digital de sus libros y echa lenguas de fuego contra los dispositivos tecnológicos, que, dice, habría que eliminar.

Sin embargo, no siendo la mayor parte de sus escritos clasificables dentro del género de la ciencia ficción, Ray Bradbury es un apasionado defensor del programa espacial. Esta semana, en el homenaje que le rindió la Academia de Cine de Hollywood, confesó estar «enfadado» con Barak Obama por haberla abandonado y renunciar al sueño de volver a la Luna para instalar una base y desde allí preparar la conquista de Marte. Cumple hoy 90 años con el mismo espíritu utópico de estirpe romántica, como el de sus relatos, que buscan un espacio exterior inmenso y colonizable.

Uno de sus libros más famosos es «Crónicas marcianas», en donde no se traza un retrato idílico, sino que narra las sucesivas expediciones al planeta rojo y las desasosegantes aventuras que viven los astronautas en Marte. Una de sus constantes es el sentimiento melancólico de la visión del futuro y su falta de confianza en los seres humanos. Tomemos su relato «Las langostas», en el que una multitud de colonizadores llegados a Marte se comporta como depredadores del planeta. Esta visión entre poética y apocalíptica tuvo un gran influjo místico entre los jóvenes contraculturales de los 50 y 60 y en el incipiente ecologismo.


Seres de cristal
En otro cuento se describe a los marcianos como seres con ojos amarillos y poderes telepáticos que recuerdan las sátiras morales de Jonathan Swift, lo que dota a sus narraciones de múltiples registros y los aleja de las novelas convencionales de ciencia ficción. Quizá hablen telepáticamente o habiten en tiempos distintos o se transformen poéticamente en seres de cristal, pero viven con las mismas obsesiones y deseos que los seres terrícolas que los visitan. La intriga nace del contraste crítico entre cotidianeidad y extrañeza. Como cuando Gulliver encuentra en Liliput una sociedad diminuta pero idéntica a la suya o Alicia un mundo al revés. Y del deseo por saber el desenlace: por qué siendo un mundo extraterrestre y extraño resulta tan familiar. No hay pues aventuras galácticas, ni inventos ni seres o animales fabulosos. Hablan estos relatos, a veces fantásticos, de personas y sentimientos con un tono romántico y casi siempre crítico con el comportamiento humano. «El futuro ya está aquí», dice un personaje.

«Sólo los ricos tienen sueños y cohetes», afirman otros que sueñan con volar hasta Marte en el cuento «El cohete» . El espacio es como una nueva «frontera» que alcanzar. Un sueño imposible para la familia del chatarrero de este cuento. Pues no hay gran diferencia en cuanto a viajar en tren y descubrir nuevos y lejanos países que viajar al espacio en un cohete. Habría que exceptuar «Fah- renheit 451», novela de ciencia ficción que tiene una similitud alarmante con la distopía orwelliana de «1984», sólo que aplicada de forma hiperbólica al macartismo.

En el fondo, no deja de ser una historia sobre la cultura y el amor a los libros y a sus autores escrita por un apasionado lector de esos textos, temeroso del poder omnímodo de los gobiernos y la policía del pensamiento. En síntesis, toda la literatura de Bradbury tiene un indudable aliento poético, una melancólica visión del ser humano y cierto alcance metafísico. En un mundo sin esperanza, los avances y la conquista de otros mundos se convierten en una deidad que atrae, fascina y repele con igual fuerza. Y el inmenso espacio se convierte en el telón de fondo de sus historias. Un fragmento de «El cohete» condensa con melancolía su mundo: «Piensa en todo lo que vas a ver (le dijo María a Bodoni, con una voz ronca. Tenía una mirada rara). Los meteoros, como peces. El universo. La Luna. Debe ir alguien que luego pueda contarnos todo eso».


Sensación «indie»
La última sensación en Youtube es el vídeo de la canción «indie» que interpreta la actriz Rachel Bloom con su grupo Mastodon Mattingly, titulada, y con perdón: «Fuck me, Ray Bradbury», que ha coincidido con el noventa aniversario del escritor, quien acaba de enviar, con mucha ira, internet al infierno. A todo internet. Sobre este «éxito viral», que posee una ingenua obscenidad, ha dicho Rachel Bloom: «La canción es una sátira de la música pop moderna. El vídeo nació de puro amor a Bradbury pero es obviamente un chiste», asegura. Y, sobre la supuesta invitación sexual, añade: «Bradbury, bendito sea su corazón, es un hombre viejo, y aunque me encantaría cenar con él y que fuéramos amigos, probablemente no lo presionaría para tener ninguna relación».