Grupos
Pedro Ruiz regalará entradas a los parados por Jesús Mariñas
Se trata de un gesto altruista casi a la altura irrepetible de los 20 millones que Amancio Ortega donó a Cáritas. Algo encomiable y digno de emulación, ya que todavía los hay reacios, como algunos empresarios teatrales que prefieren tener locales semivacíos a realizar semejante desprendimiento como el que llevará a cabo Pedro Ruiz, con el que ofrece un complemento extra a su espectáculo, «No estoy muerto, estoy en Callao». Su humor clama en el desierto como en los mejores años 70, cuando era otro el tipo de comedia –a veces mal humor inteligente como el de Tip y Coll, Borrajo o el propio Pedro, ya que Martes y 13 iban por otra senda–. Servía de espita en la Transición, ahora tan cuestionada. De ahí que los monologuistas surjan más allá de «El club de la comedia», nada fustigador, y sobrepasen el apretado programa que ofrecen en La chocita del loro, un teatrito de Gran Vía donde Luis Aguilé hizo su último espectáculo, presuntamente exaltador de la centenaria calle. Llevó el guión de Alfredo Amestoy, que ve languidecer aquel lugar tan típico y representativo de la capital.
La crisis recorta la cartelera
Es verdad: abundan los locales en alquiler en Madrid y La Gran Tasca sólo es nostalgia para personas como Antonio Olano, que está a punto de presentar nuevo libro –su «Señor de las palomas» es imprescindible en la bibliografía picassiana, porque atisba cierta homosexualidad que presenció el periodista desde su proximidad amistosa–. Y el restaurante Sixto baja la persiana gastronómica en las alturas de Ortega y Gasset. Un local que entregaba los premios de la Prensa gráfica, donde Rocío Dúrcal nos mostró a Agustín Trialasos y a mí su cabeza sin pelo a causa de la quimioterapia, y la Jurado vivió momentos grandes con su compadre Antonio Cuenca, mientras Lina Morgan, quien ejercía de madrina perenne, ahora está entregada en los cuidados de su hermana Julia. Apenas sale. Eran las secuelas de una España tan empobrecida como actualmente, con la comicidad de todo tipo utilizada como válvula de escape. Sin embargo, son varios los que ahora reaparecen a pesar de que el panorama está difícil. Enrique Cornejo, de los más prestigiosos, no deja de lamentarse y denunciar lo injusto de la subida del IVA. Es abrumador, «incluso recaudando 15.000 euros diarios con ‘‘Testigo de cargo''–que interpreta Manuel Galiana en un papel ofrecido a Nati Mistral, que lo rechazó al preferir los recitales de fin de semana–, perdemos dinero. No hay manera de tener ganancias con estos impuestos, el pago del local, los autores... Y eso que está funcionando bien», dice.
Parecido lamento con acento andaluz le escuché a Remedios Cervantes, de espléndida madurez. Tiene ya 48 años. «Tuve que cerrar la compañía porque los ayuntamientos no pagaban y, en el mejor de los casos, tenías que correr para adelantarte y quedarte con la taquilla», asegura. La crisis acentúa el ingenio, recorta las formaciones y la cartelera madrileña, lo mismo ofrece a Carlos Sobera que imitaciones de Carlos Latre, la ferocidad jotera de Manolito Royo o el sarcasmo de Pedro Ruiz, que sienta cátedra benéfica dando a menesterosos interesados las entradas que no se han vendido. Los sociólogos deberían estudiar lo que parece ya un fenómeno instaurado.
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