México
Luis Merlo: «Ir en busca de la felicidad es una pérdida de tiempo»
Cuando su abuelo, Ismael Merlo, interpretó la película «Esa pícara pelirroja», dirigida por José María Elorrieta en el año 61, a Luis Merlo le faltaba aún cinco años para asomarse a este mundo. Más tarde y un poco crecido, los veranos acompañaba a sus padres, María Luisa Merlo y Carlos Larrañaga, en las largas giras teatrales.
Y cuando aún niño decidió ser actor, su abuelo le dijo muy serio aquello de «bien, pero primero te tienes que formar». «Porque mi abuelo –me dice Luis– era moderno de verdad. Quiso que tomara clases de ballet y de declamación, que me educara la voz y el alma.
Creía que para ser actor era necesario ser culto. Después de que mis padres se separaran y mi madre se fuera a México y mi padre con Ana Diosdado, mi abuelo se hizo cargo de mi educación. Fui regidor de su compañía, descargué decorados...». Pues eso: que el niño Luis se pasaba los veranos viendo en el teatro a sus padres, y a su abuelo, y a su tía Amparo (Rivelles), y repitiendo su letanía: «Algún día seré como ellos».
-¿Una obra para haber interpretado con él?
-«Huérfanos».
-¿Una obra para interpretar con sus padres?
-«Los padres terribles», de Cocteau, ja, ja, ja. No, pon «La gran familia».
-¿Una obra para interpretar con su hermana, Amparo Larrañaga?
-Cualquiera.
-¿Una para interpretar con su tía Amparo Rivelles?
-Quise hacer con ella «Seis lecciones de baile», que luego hizo Lola Herrera; pero mi tía ya no podía.
-Por cierto, debutó en el cine en el 86 haciendo de un joven que acosaba sexualmente a una señora mayor, su tía Amparo...
-Sí, tenía que tocarle un pecho y lo pasé fatal. Ella me animaba.
Mucho teatro, muchas series de TV y poco tiempo para el cine. «El cine no me ha amado mucho –dice–, pero la verdad es que yo tampoco he tenido mucho tiempo para él; el teatro y la tele me han ocupado totalmente».
-Vive bien con la fama, o eso me parece.
-Sí, porque yo nací famoso. Mi lugar de juego era el escenario y trataba con la Prensa desde pequeño. Sé guardar mi vida privada. Sigo un consejo de mi abuelo: me decía que cuanto menos supiera el público de tu vida privada, más y mejor se creería los papeles que interpretaras.
-Su abuelo vivía intensamente la vida bohemia...
-Yo también la viví, pero me corté la coleta hace diez años, porque la bohemia que me gustaba, la de Oliver y Bocaccio, desapareció. La charla se trastocó en ruido y yo me fui a vivir al campo.
-Ha dicho: «Hay actores con más talento que yo y están repartiendo pizzas». ¿Modestia?
-Soy humilde de verdad, no es una pose. Sé que soy un privilegiado. No me sorprende el éxito ni me da miedo el fracaso. Fundamentalmente, este es un oficio, sólo eso al que de vez en cuando le metemos unas gotas de arte. Nada más.
-Ahora interpreta «Tócala otra vez, Sam», de Woody Allen, en el teatro Maravillas.
-Aquí vi a mi abuelo en «Petra Regalada», con Julia Gutiérrez Caba. En cada teatro veo a mi abuelo.
-Dice Woody que la vida es negra y la felicidad, un accidente...
-Sí, y por eso es una pérdida de tiempo ir en busca de la felicidad. Como es un accidente, si quiere venir, vendrá, y si no...
A punto de cumplir los 45, se cuida por fuera y por dentro. Estudia francés, piano y canto. Hace bikram-yoga. Le recuerdo la frase de Mick Jagger: «Ante éramos guapos y estúpidos; ahora, sólo estúpidos», y Luis me dice que él espera seguir siendo guapo un tiempo, «para eso hago bikram-yoga». Y suelta la carcajada. Quizá ha aprendido a reírse de sí mismo. Su abuelo lo hacía cada noche).