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Parasitismo por José María Marco
En su intervención durante un acto público dedicado a «la necesidad de España», la historiadora Carmen Iglesias planteó la necesidad de mostrarse cautelosos a la hora de enjuiciar lo que nos rodea. Las personas de más edad tienden, o tendemos, a echar de menos el tiempo pasado, y a establecer comparaciones entre el presente y lo que hemos vivido que siempre favorecen los tiempos pretéritos. Es natural, y es difícil que el ser humano, alguna vez, deje de pensar con nostalgia en su propia juventud. En este sentido, siempre hemos estado en decadencia y siempre hemos estado viviendo tremendas crisis de valores.
Los jóvenes, en particular los que han empezado a llegar a la primera madurez desde 1996, tienen una perspectiva muy distinta. A diferencia de mi generación, por ejemplo, que nació a la crisis en 1973 y ya no conoció otra cosa hasta 1996, esta generación no había vivido nunca una crisis. Nadie estaba demasiado interesado en contarles lo que es la crisis, y, de todos modos, nadie estaba dispuesto a escuchar a los agoreros. Así que desde entonces se generó la ilusión de que vivimos en un mundo eternamente mejorable, que siempre nos espera algo mejor de lo que hemos vivido hasta aquí, que las sucesivas generaciones viven siempre mejor que las anteriores e incluso que por el solo hecho de venir al mundo en una sociedad avanzada tenemos ciertos derechos automáticos, que nadie puede negar.
Hay poco de verdad en todo esto. El progreso no es lineal ni, menos aún, está asegurado para siempre. No siempre los seres humanos han vivido mejor que sus padres. En muchos casos lo han hecho peor, y han tenido que remontar situaciones bastante peores que la que estamos viviendo ahora. La sociedad, sobre todo, no está en deuda con nadie. Al revés: tenemos que agradecer a los demás lo que han hecho por nosotros, el gigantesco esfuerzo que han invertido en proporcionarnos un nivel de vida privilegiado, educación y conocimientos. Si no pensamos en cómo podemos contribuir al patrimonio común, qué es lo que nosotros podemos hacer por lo demás, acabaremos preconizando el parasitismo.
Es el caso de los individuos extremistas como los que LA RAZÓN sacó a la luz en su portada de anteayer. Viven de alimentar esa ilusión. Exigen derechos que no tienen por qué serlo, y siguen intentando convencer a los demás para que los exijan cuando ya saben, como sabemos todos, que no son sostenibles y que nadie está en condiciones de garantizarlos, al menos tal y como se han garantizado hasta aquí. Siempre existe la tentación de negar la realidad, sustituirla por una ideología e intentar vivir del trabajo de los demás. No es el mejor modo de salir de la crisis y todo lo que venga a reforzar esa ficción nos hundirá aún más.