Nueva York
El enigma del capitán Kidd sale a flote en Madagascar
Ha sido noticia días atrás la localización en aguas de la pequeña isla de Santa María, en Madagascar, de los que podrían ser los restos de una embarcación mítica: el Adventure, buque insignia del capitán William Kidd. ¿Servirá este hallazgo para localizar el famoso tesoro que el capitán reunió a lo largo de su vida?
Para unos, William Kidd es el peor pirata de cuantos han surcado los mares, y para otros un marino honesto que actuó siempre bajo la patente de corso concedida por su rey Guillermo, sirviendo fielmente al poderoso grupo de hombres de negocios que financiaba sus expediciones, los mismos que lo condujeron al patíbulo como un chivo expiatorio cuando se convirtió en un estorbo para sus intereses.
Si el capitán Kidd fue o no un hombre honrado es sólo uno de los misterios que lo rodean. Lo que la gente se pregunta ahora, si finalmente la expedición de Barry Clifford confirma la identificación del Adventure, es si el hallazgo del pecio ofrecerá las pistas suficientes para localizar el famoso tesoro que el capitán reunió a lo largo de su azarosa vida.
Por el momento a bordo del buque que ahora bucea Clifford sólo se han encontrado las típicas piedras de basalto que, estibadas en lo más profundo de las bodegas, servían para dar estabilidad a los barcos, algunas botellas de ron y restos de lo que podrían ser piezas de porcelana china de la dinastía Ming. Será difícil encontrar vestigios del supuesto tesoro que, según se dice, podría estar repartido a lo largo del extenso litoral comprendido entre Long Island y la costa de Connecticut. Son muchos los que se han aventurado en su búsqueda, sin resultados positivos hasta la fecha.
William Kidd nació en Escocia en 1645 en el seno de una familia modesta. Siendo un niño se echó a navegar y con 30 años consiguió una patente de corso del rey Guillermo para combatir la piratería y hacer la guerra a los franceses. Se trataba de arrancar a unos y otros cuantas cosas llevasen de valor y, aunque tenía la potestad de repartirse con sus hombres un quinto del botín, tenía también la obligación de entregar la mayor parte al rey y a los acaudalados hombres que lo financiaban.
Sus comienzos no fueron fáciles. Que te encontraran los piratas en medio del mar no era difícil en aquella época, pero encontrarlos a ellos resultaba más complicado. Kidd se vio obligado a pedir fondos una y otra vez a sus patrocinadores y éstos empezaron a temerse que el negocio pudiera resultar ruinoso. Las cosas, sin embargo, debieron mejorar notablemente, pues apenas entrado en los cuarenta el distrito completo de lo que hoy es Wall Street era prácticamente suyo.
Su casa estaba adornada con los muebles más caros y las telas más finas, y cubierta aquí y allá por las más exóticas alfombras turcas; en su bodega podían encontrarse los más exquisitos vinos de Oporto y Madeira y las altas chimeneas de su casa servían de referencia a los marinos para encontrar la entrada al puerto de Nueva York. El capitán justificaba tal fortuna por su matrimonio con una acaudalada viuda de la ciudad. Pero no todos le creían.
Su desgracia comenzó a forjarse cuando su tripulación lo acusó formalmente de haber dado muerte a un marinero por negarse a obedecerle en un acto de piratería. Kidd se defendió diciendo que sus hombres decidieron amotinarse cuando se negó a atacar a un inocente barco alemán. A partir de ese momento las denuncias comenzaron a amontonarse en su contra. La acusación de la British East Company de que también sus barcos habían sido atacados por el que se suponía que tenía que defenderlos puso al rey en su contra. El capitán estaba contra las cuerdas.
Con el Adventure averiado de consideración en Madagascar, William puso rumbo a Nueva York a bordo de uno de los buques mercantes capturados, pensando que las riquezas que transportaba serenarían los ánimos de quienes lo acusaban, pero para entonces las cosas habían ido demasiado lejos y nada más llegar a Nueva York fue hecho prisionero por orden del propio rey.
Sólo faltaba una prueba concluyente, y como tal se presentaron diversos cofres llenos de oro y joyas, parte del botín presumiblemente escondido y desenterrado al parecer por sus propios marineros en algún lugar de la neoyorquina isla de Gardiner. Juzgado en Inglaterra, el tribunal concluyó que no encontrando sustento suficiente en la búsqueda honrada de piratas, William Kidd tomó la decisión de convertirse en uno de ellos y, a tenor de las pruebas en su contra, en uno de los más sanguinarios.
Amparado en su patente de corsario, William Kidd insistió en su inocencia, hasta que, visto lo inútil de sus argumentos, reconoció los crímenes de los que se le acusaba y algún otro por el que no se le había juzgado, según unos abrumado por el peso de su conciencia, aunque otros contaron que el momento de inculparse una sonrisa irónica iluminaba su rostro. Fue entonces cuando sorprendió a todos al decir que el tesoro presentado como prueba no era suyo y que el verdadero, mucho más cuantioso y valioso, permanecería oculto por los siglos de los siglos. El 23 de mayo de 1701 fue ahorcado en el muelle londinense del Támesis y su cuerpo permaneció colgado durante años para escarmiento de posibles imitadores.
Hoy la figura de Kidd constituye una atracción de feria para los americanos. En la costa este de los EE.UU. se multiplican los garitos, restaurantes y salas de juego que llevan su nombre e incluso Bob Dylan lo recuerda en una de sus canciones.
Aunque el barco encontrado en Madagascar resultara ser el Adventure, será difícil que ofrezca pistas sobre el tesoro de su capitán. Sin embargo, quizás pueda darnos algún indicio para llegar a saber quién fue realmente el capitán William Kidd.