Londres
Jeanette/Cantante: «Qué voy a ser rica Vivo al día Hacienda me deja pobre» »
La cara no es siempre el espejo del alma. Ni la voz. Jeanette, aquella chica de lánguida melena y grandes ojos verdes que en los 60 cantaba con exótico acento y alguna impostada candidez aquello de «Cállate niña, no llores más», no se ha callado nunca, y no piensa hacerlo mientras el diminuto cuerpo aguante. Piensa que la conocen poco: «Todos creen que soy sosa, ñoña, una cosita dulce, y no: soy un torbellino, 41 kilos de nervios y fuerte carácter; también soy muy cabezota; la verdad que no sé cómo me aguanta mi pobre marido».
–¿Y es rebelde porque el mundo la hizo así?
–Soy más rebelde que cuando era joven. Antes decía: «No, no soy rebelde, soy una niña muy buena», pero creo que la experiencia y el conocimiento llevan a la rebeldía, por lo menos en mi caso. Me irritan muchas cosas: la estupidez humana, la irresponsabilidad, la falta de civismo, la crisis...
–Ah, la crisis...
–Me he tenido que reinventar. No puedes esperar que te llamen de los ayuntamientos, porque no tienen un euro. Ahora voy mucho a América, porque el trabajo está allí. Y puedo ofrecer cuatro espectáculos: uno sola, otro «techno», el llamado «Míticos 70» y un cuarto que voy a estrenar ahora con Ángela Carrasco en EE UU: «De mujer a mujer». A gusto del consumidor.
–Cuentan que se negaba a cantar «Soy rebelde» y tuvo que obligarle la casa discográfica...
–Es verdad. La canción no me gustó. No tiene nada que ver conmigo, decía, no la voy a cantar. Sí, fui rebelde: estuve un mes peleando con la casa de discos, hasta que me cansé. Ganaron ellos y tenían razón. Aspiro a ser perfecta, pero a veces me equivoco. Me he equivocado muchas veces.
Está orgullosa de pertenecer a aquella generación de cantantes de los 60 y 70. Cree que entonces eran más rebeldes: «Ahora no veo rebeldía en la juventud, veo agresividad, violencia». Nació en Londres de madre canaria y padre del Congo belga y está casada con Laszio Kristofe, húngaro. Tiene un abuelo de Malta y una abuela escocesa. Habla inglés, alemán, francés... Esta ONU de 41 kilos y 60 años se casó con Laszio a los 18 porque, como todos en aquellos tiempos, tenía ganas de irse de casa, de ser libre, y lo curioso es que le salió bien: «Todas mis amigas están separadas, yo soy la única que sigue casada. Di con un hombre maravilloso, encontré un chollo. Es adorable, no se queja de nada. Qué suerte he tenido».
–«Cállate niña» fue su primer éxito... ¿Ante qué se calla?
–Ante casi nada. Debería callarme más. Estoy aprendiendo a contar hasta diez antes de hablar.
–Y luego, «Soy rebelde». ¿Ha llegado a odiar alguna de sus canciones?
–«Voy a tener un niño». Es una estupidez. Y «Viva el pasodoble», que escribió para mí Manuel Alejandro. No entendía la letra, no sabía lo que era una chicuelina ni nada de eso. No soy taurina. Cuando era pequeña, mi abuela me llevó a una corrida. No disfruté.
No dejaría de cantar ni aunque le tocara la lotería, sobre todo porque disfruta mucho con los viajes: «Quería ser piloto de aviación». Carlos Saura metió en «Cría cuervos» su canción «Por qué te vas» y se convirtió en un gran éxito, otro. Sólo echa de menos la cara de los 25 años, «pero sé que si sólo piensas en el pasado, estás muerta». Actuó con Julio Iglesias en el Olimpia de París, y el gran ligón no le tiró los tejos: «Ya estaba con la Preysler; además, no es mi tipo de hombre; a mí me gustan el mío, Leornardo DiCaprio y Jack Nicholson».
–De «Por qué te vas» se vendieron seis millones de copias en todo el mundo...
–Creo que más. Sólo en Francia se vendieron cuatro millones.
–Tiene que ser muy rica...
–Qué va. Vivo al día. Hacienda me deja pobre. Si no hubiera parones sería otra cosa. Además, perdí mucho dinero con aquella boutique que puse en los 90. Fue un desastre. Los artistas no valemos para los negocios.
–Dijo que se retiraba y luego volvió...
–Lo dije cuando puse el negocio, pero cada vez que echaba la persiana me decía: «¿Qué demonios hago yo aquí?». Volví porque no aguantaba la rutina y amo mi oficio, que es lo contrario de la rutina. Tengo amigas que no hacen nada; yo no valgo para eso. Ponerme a hacer punto sería la muerte. Quiero probarlo todo y verlo todo. Me niego a envejecer, digo que tengo 37 años. Y ésa es mi edad mental.
Se considera una superviviente. Cocina, ve películas en blanco y negro, ya no le quedan vicios. «Bueno, sólo el chocolate, que me vuelve loca». Su cóctel: optimismo, alegría y curiosidad. Mientras lo beba se considera indemne a la amargura. Quisiera morir como Mary Santpere: en un avión y en un segundo.