Ciclismo
Montevergine estaba demasiado abajo para Scarponi
Por la mañana,al amparo del sol de Maddalonni,30 kilómetros de distancia lo separan de Nápoles en un camino de basuras arrojadas al suelo, anarquía y conducción temeraria, Michele Scarponi visionaba la etapa
Era tarde, mediodía, pues el primer final en alto del Giro era a la vez la etapa en línea más corta de esta loca y también al mismo tiempo bella carrera. 110 kilómetros posados sobre el Santuario de Montevergine. Aún no había recibido las instrucciones del director en la reunión mañanera, la rutina del café y las charlas. Es viejo Scarponi. Se las conoce todas. Salió de la cueva que supone el autobús para tostarse al sol del Lazio y cercano, agradable como siempre, pero serio como pocas veces, lo anticipó: "Hoy, nada de ataques antes del final. Llegaremos todos juntos y yo esprintaré". Profético.
A Michele Scarponi solo le faltó vaticinar el ataque a seis kilómetros de meta del desconocido Bart de Clercq. No le dio importancia el italiano al mozo del Omega Pharma, 67 kilos repartidos en un metro 83 centímetros de tallo alto que floreció en los últimos seis kilómetros de subida al santuario de Montevergine. El chaval, 24 años, primero como profesional, no tiene nombre ni casi pericia encima de la bicicleta. Hace sólo seis que la ha retomado porque tenía la tibia como un globo. Inflamada. Eso le impidió seguir practicando atletismo, lo que su madre quería. Le daba miedo que su hijo se lanzara a dar pedales como un loco por las carreteras, pero era lo que a él le gustaba. Para todo ha tenido que esperar De Clercq. A él todo le viene a contragolpe. Al volver a la bicicleta le pusieron mil trabas porque con la licencia que se sacó no le daban el visto bueno para correr en amateurs. Se infiltró en el Campeonato de Bélgica del 2007 y fue octavo. Desconocido. Impresionó a los ojeadores del Davitamon Lotto y lo reclutaron para su equipo base hasta el invierno del 2010, cuando dio su salto a profesionales. Llegar y besar el santo.
"Por cien metros"
Montevergine es un Santuario. Querían llevar flores el campeón italiano Visconti, Pineau, Montaguti, Lars Bak, Hoogerland y Canuti. En el siglo XI, el orador Guglielmo huyó a las verdes cumbres para alejarse del mundanal ruido y encontrar la paz. Quería vivir solitario para rezar, pero tenía tantos adeptos a su filosofía que un centenar de mujeres y hombres, de pastores y hasta sacerdotes siguieron sus pasos hasta los más de 1.200 metros sobre el nivel del mar. Sólo para escucharle. Ahí se quedaron a vivir. Edificaron casas y hasta una organización monacal, las piedras como base para el Santuario que albergó el primer final en alto de este Giro, el de los favoritos adosados unos a otros, todos juntos, como los seguidores de Guglielmo, con la fuga anulada y sin más ataques que un esprint desatado por las golosas bonificaciones que esperaban en el final.
A Scarponi se le quedó corto Montevergine de Mercogliano y se lo dijo a Angelo Zomegnan después de ser segundo, "por cien metros tan sólo", respecto al atleta De Clercq. Al "capo"del Giro últimamente sólo le caen palos. Evocaba Scarponi a unos milímetros de más, sólo unos pocos de altura, "se me ha quedado un poco bajo este final", le desafiaba el bravo ciclista del Lampre. "Ya verás como dentro de unos días, con el Etna, el Zoncolán o Val di Fassa, me pides que baje las metas un poco más". Desafiante Zomegnan.
Ataca De Clercq
A De Clercq nadie le quiso seguir cuando atacó a falta de seis kilómetros. Y él, encantado. No le gusta caminar acompañado, prefiere la soledad para pedalear. Y tampoco le gusta la carretera firme. Como buen belga, su amor lo tienen ganado las piedras del Tour de Flandes. Su talento le dice lo contrario. Tira, como las cabras a la montaña y allí se fue. Sólo Stefano Pirazzi y Carlos Ochoa rebatieron su refriega ganadora, pero pronto fueron cazados por el intenso caminar del Acqua&Sapone, enzarzados en dejar a Garzelli colocado para el esprint que había augurado Scarponi.
Al cambio de ritmo se amarraron Nibali, Kreuziger y Garzelli. A Contador le costó, carretera estrecha, sorpresa y poco tiempo para reaccionar. Ninguno llegó a capturar la etapa, por milímetros. Estaba demasiado bajo para Scarponi, para todos. Más días llegarán, como reta Zomegnan, en los que supliquen clemencia.
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