Barcelona
El desierto del Atlético
«En cinco años y medio con él, diez entrenadores cambiados y ningún día de tranquilidad. ¿Cómo se puede concentrar uno con tantas polémicas?». Las palabras de Futre un día de febrero de 1993 valen para explicar cualquier momento de la vida del Atlético de Madrid desde que Jesús Gil se hizo cargo de la presidencia en el verano de 1987.
En realidad, aquellas elecciones no las ganó Gil. Las ganó Futre, que llegó como bandera de la candidatura del constructor después de ser campeón de Europa con el Oporto. Gil llegaba con la intención de derribar el antiguo Atlético y construir uno nuevo, mucho más grande y poderoso. Se quedó más cerca de lo primero que de lo segundo. Se trataba de hacer un equipo que compitiera en igualdad con el Real Madrid. Veinticuatro años después, el Atlético ha ganado una Liga, tres Copas, una Liga Europa y una Supercopa de Europa.
En el mismo periodo, el Madrid ha logrado nueve Ligas, tres Copas, ocho Supercopas de España, una de Europa, dos Intercontinentales y tres Copas de Europa. El Barcelona, que sólo tenía dos Ligas más que el Atlético cuando Gil alcanzó la presidencia, diez contra ocho, ha ganado once en este tiempo, cinco Copas, ocho Supercopas de España, tres de Europa, una Intercontinental, dos Recopas y cuatro Copas de Europa. El proyecto que nació para discutir el gobierno del fútbol español a los dos grandes está ahora más lejos que nunca de ellos. El último campeonato de Liga lo ha terminado a 34 puntos del vecino y a 38 de los azulgrana, que se proclamaron campeones.
Cuando Jesús Gil accedió a la presidencia, casi nada de lo anterior valía. En esa temporada 1987/88, el Atlético concedió diez bajas y fichó doce jugadores. Rodeó a Futre de futbolistas llamativos como López Ufarte, Goicoechea o Marcos, que regresaba desde el Barcelona, y sentó en el banquillo a César Luis Menotti. Un año después, tampoco valía nada de eso. En dos temporadas, pasó de fichar a Menotti a confiar en Javier Clemente. Una contradicción. Algo así como si Mourinho fuera el heredero de Guardiola.En esa situación de continua renovación continúa el Atlético. Sólo Antic y Aguirre han sido capaces de aguantar más de dos temporadas completas en el club. Los dos terminaron mal. El serbio se fue para dejar paso al modelo italiano, primero Sacchi y más tarde Ranieri. Terminó sustituyendo a los dos para asegurar la permanencia. Consiguió hacerlo el año de Sacchi, pero no a la temporada siguiente.
El Atlético cayó a Segunda con todos los síntomas de las enfermedades del «gilismo». Los héroes nunca terminan bien en el club rojiblanco. Sucedió con Futre, con Antic y se repetiría después la situación con Kiko. Pero daba igual, la culpa era siempre de los demás. El descenso era culpa de la intervención judicial, de una campaña para alejar a Jesús Gil de la política. Pero nada había cambiado desde aquellas palabras de Futre. Ningún entrenador había tenido la confianza plena de la entidad y ninguno lo tuvo después. Luis aguantó tres temporadas y media en el banquillo de Gil en dos periodos alternos. Ganó la Copa en la primera parte, devolvió al equipo a Primera en la segunda.Pero Luis tampoco era la solución. Futre, director deportivo de la entidad el año del ascenso, dimitió poco después. Y resumió así los problemas de la casa rojiblanca al marcharse: «En el club hay figuras más importantes que el Atlético y eso acaba haciendo daño a la entidad». Se refería a él, a Luis Aragonés y al mismo Jesús Gil. Al final de esa temporada todos estaban fuera, aunque el paso al costado del propietario del club fuera más testimonial que real.
Enrique Cerezo se convirtió en presidente no ejecutivo de la entidad. El mando se lo guardaba Gil y cuando falleció lo heredó su hijo Miguel Ángel. El Atlético ya lo había probado todo. Primero el fútbol, luego la garra, primero los ídolos, luego los hombres. Y en eso sigue. Cuando en 2006 llegaron García Pitarch y Amorrortu para hacerse cargo de la dirección deportiva del primer equipo y de la cantera, se defendió la profesionalización de la entidad y el final del «sentimiento rojiblanco» como un valor para el trabajo en el fútbol de élite. Los dos se acaban de marchar del club sustituidos por Caminero y Carlos Aguilera, dos símbolos de la entidad. «Se abre un nuevo ciclo basado en el sentimiento atlético», dijo Enrique Cerezo en su presentación. Y para confirmarlo, contrataron a Vizcaíno y Baraja como ayudantes de Gregorio Manzano en el primer equipo.
Todo ha cambiado en 24 años menos el poder de la familia Gil. Antes, Jesús, ahora Miguel Ángel. Ninguno ha sabido retener las estrellas. Los errores se repiten. «Me hicieron rápidamente capitán, pero no estaba preparado para asumir tanta responsabilidad», reconoció Futre. El portugués, con el tiempo, aprendió a ser capitán. Como le ocurrió después a Fernando Torres, que también se marchó al Liverpool con dolor rojiblanco en el alma. A Forlán, que era un ídolo, se empeñaron en echarlo. Ahí sigue mientras Agüero insiste en abandonar el Vicente Calderón. Los éxitos tampoco se quedan. El doblete no sirvió para crear una costumbre. Tampoco la Liga Europa y la Supercopa de hace sólo un año. Y los aficionados se van. 5.000 socios admite el club que ha perdido. 9.000 dicen otros.
Cuando Gil ganó las elecciones, el equipo había terminado octavo en la Liga. La temporada pasada fue séptimo. Tanto sufrimiento para avanzar un puesto.
Y el equipo de esta temporada, aún sin hacer
Desde el Atlético dicen que la plantilla está terminada al 70-80 por ciento, pero son muchas las incógnitas que tiene Gregorio Manzano. Miguel Ángel Gil habló de Forlán como si fuera un jugador menos, pero el uruguayo quiere seguir una vez que ha desaparecido Quique. El Galatasaray, que se ha interesado por él, por Reyes y Ujfalusi, no le atrae nada. De Gea está pendiente de hacer oficial su marcha y Manzano quiere un portero. Si llega, podría marcharse Joel, el canterano que este año aspiraba a ser titular en el primer equipo. Después está el «caso Agüero». Si finalmente no ficha por el Madrid, como desea, podría incluso continuar. Nada es seguro en este Atlético.
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