¿Qué sucede cuando un tipo de pocas palabras que se gana la vida vendiendo anfetas en el Barrio Chino barcelonés de los años 80 conoce a una jovencita que parece educada en Oxford unque en el fondo sólo se trata de una heroinómana autodestructiva sin vuelta atrás? Versión de la dura novela homónima escrita por Francisco Casavella y última parte de la trilogía «El día del Watusi», el novato Rodrigo Rodero concurrió al pasado Festival de Málaga, qué lejos queda ya, con una película pesimista y teñida de negro mate que actualiza el llamado cine quinqui español, saturada de silencios y reflexiones excesivamente sesudas (los debutantes y el peligro de Antonioni). Andrés Gertrudix, un actor especial con el físico roto, sabe imbuir a su personaje de esa tristeza un poco antipática que rezuman los días vacíos, siempre iguales; más complicado lo tiene una Irene Escolar demasiado inmadura todavía para inyectarle a Elsa toda la fuerza, para revestirla de toda la carne lacerada por los estragos de la jeringuilla que exigía el personaje. Historia de amor terminal e imposible arropada por una banda sonora transformada, también, en narradora de la misma, corre pareja al retrato de una Barcelona nocturna y sucia, crepuscular, en espera, como los dos protagonistas, de una segunda oportunidad. Pero a veces no llegan.

Lo mejor: Un muy arriesgado e inacabable plano fijo que condensa lo que pretende el novato Rodero
Lo peor: Los diálogos suenan en demasiadas ocasiones pedantillos, les sobran ínfulas