Nueva York
El día que Tàpies dejó de pintar
El pasado verano abandonó los pinceles. Se apartó del lienzo y dejaba que su mujer le leyera. Mientras, decenas de coleccionistas internacionales y españoles velan por su legado
Tàpies dejó de pintar en el verano de 2011. Durante esos meses, en su taller en Campins, en el Montseny, es donde realizaba su producción grande. Mantenía este ritmo desde hacía años, una disciplina apenas alterada, hasta que empezaron a fallarle las fuerzas. Este último verano ya no pintó nada. Ese fue el final de Tàpies. Cuadros de menor formato, rojos sangrientos, negros profundos. Cuando su galerista, Soledad Lorenzo, lo visitó para preparar una exposición, le confesó que no iba a pintar más, que no podía seguir trabajando: sólo iba a vivir.
Pero no fue tan fácil apartarse defintivamente de la pintura. Alguna cosa pintó todavía en ese verano de 2011. Él, dicen sus allegados, pensaba que su mal estado de salud era pasajero y que todavía se podía levantar y ponerse a trabajar. Así se apagó Tàpies. Su mujer, Teresa Barba, le leía libros de misticismo y de filosofía oriental.
Más de 8.000 obras
Su primer cuadro es de 1946; los últimos, de 2010. Han pasado 64 años y se calcula que ha dejado un legado de unas 8.000 piezas. Su récord en subasta lo alcanzó hace justamente dos años, en febrero de 2010, en Londres: un cuadro de finales de los 50 se vendió en Christie's por 1.144.20 euros. Ése fue su precio de mercado: en 2007, una pintura de 1957 se subastó por 1.100.000 euros).
Sus cuadros están ahora repartidos por museos de todo el mundo y colecciones privadas que en su mayoría están fuera de España. «No tiene que ver con la aceptación de su obra en nuestro país, sino con el escaso coleccionismo de arte en nuestro país», explica Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía y especialista en la obra de Tàpies. Sus primeros compradores, en contra de lo que se puede pensar, los tuvo en Estados Unidos, en los primeros años cincuenta, entre 1952 y 1953. La primera fue Martha Jackson, su marchante y galerista neoyorquina. Poco después también adquirieron piezas suyas el Instituto Carnegie, el MoMA y el Guggenheim. A su muerte, su hijo David Anderson heredó la colección, que se había convertido en una de las privadas más importantes, obras en su mayoría de los años 50, que es la época más valorada.
De este periodo formó su colección el conde Giussepe Panza di Buomo. Este importante coleccionista norteamericano, fallecido en 2010, con fondos de pintura norteamericana –Rauschenberg sobre todo y minimalismo, pop, minimalismo–, compraba y vendía los cuadros hasta que dio con la pintura de Tàpies de los años 1955 y 1956. Estos fondos están ahora depositados en el MOCA de Los Angeles. Otros coleccionistas norteamericanos son la familia, de origen serfardí, de Joseph Pinto, que atesoraron obras de sus mejores años.
En Europa, además de las que poseen Lelong y Maeght, dos galerías emblemáticas con las que Tàpies siempre ha trabajado, figura la de Werner Schmalenbach, que, después, fue director del Museo de Düsseldorf. Conocía a Tàpies desde hacía más de cincuenta años, es un gran admirador de su obra y le compró obra de todos los periodos, desde sus primeras pinturas hasta los años 80. De primer nivel es la colección que han creado los austriacos Agnes y Karlheinz Essl. Compraron muchas piezas en los años 90, que exponen ahora en un museo privado en Austria, con algunas piezas de gran formato muy difíciles de encontrar.
El coleccionismo de Tàpies en España posee otro ritmo diferente que en el resto del mundo. Tuvo el apoyo de muchos críticos y amigos, pero vender era difícil. Recuerda Tàpies en su «Memoria personal» que el crítico Rafael Santos Torroella le consiguió un premio de «christmas» que organizó Galerías Preciados en Madrid. Lo ganó y se llevó 2.000 pesetas. No fueron menores los intentos de Eugeni d'Ors de que el joven Tàpies ganara algo de dinero. El gran ensayista le dijo que estaba mediando ante el Gobierno de Franco para que le encargasen unas pinturas murales en el Valle de los Caíos, que entonces se estaba construyendo.
Lo cierto es que fue Josep Lluís Samaranch, hermano de José Antonio Samaranch, uno de sus primero compradores («cómo olvidar aquellos centenares de dólares que me metió en el bolsillo sin darme cuenta cuando cuando se despidió de mí en el avión»; estaban en Nueva York). No hay, sin embargo, un coleccionista nacional que, como los internacionales citados, tengan obras indispensables, ni tampoco muchas.
Tienen los grandes coleccionistas de maestros antiguos, como Juan Abelló, Plácido Arango o Alicia Koplowitz. También tienen el empresario Leopoldo Rodés o el cineasta Pere Portabella. El empresario asturiano José Vázquez, que compra desde hace quince años, advierte que «lo importante es que te guste o no, porque comprar por comprar es una horterada». Él, todos los años, donaa una obra de Tàpies que presta al Museo de Oviedo. «No tendría sentido que las pinturas las viera yo sólo. Tàpies es para mí el pintor de la libertad».
Una colección personal
A Antoni Tàpies lo coleccionan desde hace décadas, pero él también ha coleccionado. Y no es una anécdota. Ha reunido unos fondos de arte del siglo XX que ya la quisiera algún museo. Además de arte primitivo y oriental, tiene obras de dos grandes clásicos de las vanguardias: Paul Klee (dos) y Kandinsky. Y piezas de Mark Rothko, Arp, Franz Kline, Motherwell, Chillida, Miró. Su afición por la bibliofilia no es menor.
Es vergonzoso no tener un «Tàpies»
Es conocido que el cantante Manolo Escobar es un gran coleccionista de arte español contemporáneo, mucho antes, incluso, de que el coleccionismo español tomase vuelo con la ayuda de Arco. Él compró una obra de Tàpies en Christie's de Nueva York en los años 90. Es un cuadro de 1975 titulado «Vellut y vermell». «Es que era vergonzo coleccionar arte español y no tener un Tàpies», confiesa con ironía. O no tanta. Se suele bromear que un buen burgués de Barcelona tiene que tener colgado en su casa un cuadro de Tàpies. «Soy de la burguesía de Barcelona», dice uno. «¿Y dónde tienes colgado el Tápies?», pregunta otro.