Sevilla
Echanove: «Tras el clarín mi cabeza es un parque de atracciones»
Para Juan Echanove la verdad sublimada está en el ruedo; en el escenario, el máximo peligro que puede correr un actor es el del ego. Con Paula, con Curro Romero y con José Tomás dice haber sentido que el tiempo se paraba. Ése es para él el mayor misterio de un espectáculo que le sedujo con seis años.
El actor Juan Echanove lleva más de cuarenta años de militancia taurina. La primera corrida la vio con seis años en la plaza de Soria. De aquella tarde no se le ha borrado ni el olor de los habanos ni el ruido de la gente. Diego Puerta estaba en el cartel. O tal vez no. Lo que sí recuerda con seguridad es que su abuelo materno era un gran seguidor del diestro sevillano. En aquellos días de vacaciones, junto a la curva de ballesta que tiende el Duero, se enamoriscó de las revistas taurinas, de las conversaciones de toros en la sobremesa. Y por ahí le entró el veneno. –Dicen que el ruedo es un embudo de recuerdos.–Es cierto. Yo tengo grabado el sonido de las conversaciones abovedadas de las primeras tardes de toros, que me retumban en la memoria. La corrida tiene que ver con almohadillas, con clarines. La proximidad del toque de clarín es sinónimo de concentración y a partir de ahí mi cabeza se convierte en un captador de imágenes, en un parque de atracciones.–¿Qué toreros sigue con especial atención?–Hoy en día hay muchos que me interesan, pero tengo tres puntos cardinales: Morante de la Puebla, José Tomás y Manzanares. Aunque hablar de Manzanares hijo es también hablar de Manzanares padre. Juan Antonio Ruiz «Espartaco», que además es muy amigo mío, también me gustó mucho.–¿Del cartel en blanco y negro?–Me fascinaron Curro Romero y Rafael de Paula. Recuerdo haber visto por televisión, de pequeño, a El Cordobés, El Viti, Palomo Linares... Cada vez que se retransmitían toros me ponía delante de la pantalla. Me gustaba El Cordobés porque era algo totalmente distinto. Estamos hablando de un momento en el que la televisión estaba en pañales, Internet por supuesto no existía. El aficionado era más permeable que hoy en día a fenómenos rupturistas.–Agradece el poeta Francisco Brines haber nacido en una época sin televisión, que le permitió imaginar, recrear con más intensidad.–Es que antes la noticia de una faena se convertía en algo mítico. No era tan importante la faena como lo que llegaba a través de una locución. Ahora, lógicamente, eso ha cambiado.–En todo caso, eres un aficionado muy televisivo.–Ver ahora una corrida por televisión es una gozada. Parece que estás allí mismo. Voy a la plaza de vez en cuando, por ejemplo suelo ir a Olivenza cada año, pero las reuniones de mucha gente me dan pavor, me ponen muy nervioso, quizá por el recuerdo de la multitud de la primera corrida en Soria. Por eso, habitualmente sigo las ferias a través de la televisión, aunque no lo hago solo. Llamo a mi madre, que es muy buena aficionada, y vamos comentando toro por toro.–¿Qué tiene el toreo de misterio?–Para mí la mayor revelación es que el tiempo se puede parar. Eso se produce pocas veces, pero sucede, es un fenómeno sobrenatural. Lo he podido sentir con Curro Romero, con Paula y con José Tomás.–¿Hay semejanzas entre el ruedo y el escenario del teatro?–Más que semejanzas, la diferencia es que, tras una obra, uno llega al hotel normalmente bien. No se tiene más riesgo que el del ego. El riesgo donde está de verdad es en el mundo de los toros. La verdad está sublimada en el ámbito del ruedo. Todo lo demás son distintas maneras de expresar una necesidad que el hombre siente y que es la de crear. –¿Qué le dices a los antitaurinos?–Que no conozco a nadie que sea aficionado a los toros y que se deleite con la sangre.
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