Ensayo
Pasado siniestro
Durante todos estos años, desde que volvió a España disfrazado con el peluquín de demócrata, Santiago Carrillo ha gozado de la benevolencia de la gente, incluidos no pocos conservadores que sobrevaloraron su contribución a la Transición y su papel como domador de un PCE que los niños españoles imaginaban con cuernos y rabo. El Rey le otorgó el beneficio de la reconciliación y, tras él, muchos españoles hicieron lo mismo con el deseo de pasar la página más terrible de nuestra historia. Nada habría alterado tal estado de cosas si no fuera porque el Gobierno de Zapatero decidió escarbar en las heridas con una Ley de Memoria Histórica irresponsable e inútil. El espíritu que anima a esa ley se puso de manifiesto cuando Carrillo cumplió 90 años, en 2005. En aquella ocasión, el Gobierno le hizo un regalo muy especial: retirar la estatua ecuestre de Franco situada en Nuevos Ministerios a la hora precisa en que se celebraba en un restaurante cercano una cena de agasajo con destacados dirigentes socialistas. De ese modo, Carrillo pudo asistir como testigo privilegiado al desmontaje nocturno del monumento franquista y cobrarse la venganza póstuma dándole gran lanzada al moro muerto. Entre los que soplaron aquella noche las velas de cumpleaños estaba Garzón, el juez que rechazó investigar a su amigo por la matanza de Paracuellos al interpretar correctamente que la Ley de Amnistía de 1977 impedía volver sobre la brutal masacre de 2.500 inocentes, por más que Carrillo hubiera tenido participación principal. Paradójicamente, aquella impecable decisión judicial se ha vuelto contra su autor y es la prueba de que prevaricó al querer enjuiciar más tarde otros episodios de la Guerra Civil y del franquismo. Pero, como digo, nadie habría revuelto la basura que acumula la biografía de Carrillo de no ser por los nietos tarambanas del guerracivilismo. Y lo que sale a la luz es una historia siniestra de miserias y asesinatos. No sólo Paracuellos, como afirma el nada sospechoso Paul Preston. Carrillo aún no ha refutado la gravísima acusación del socialista Jorge Semprún según la cual mandó asesinar a varios dirigentes comunistas en pleno estalinismo; y tampoco ha desmentido el testimonio del histórico comunista Enrique Líster, que le imputa otros crímenes atroces de personas de su entorno cercano. Lo único que ha acertado a replicar Carrillo es que en aquellos años de plomo «no podíamos incurrir en angelismos». Este es el «héroe» al que no pocos socialistas desmemoriados le cantan el cumpleaños feliz.
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