Teatro

Londres

«Beaumarchais»: Flotats el gran insolente

Autor: Sacha Guitry. Traducción: Mauro Armiño. Dirección: Josep-Maria Flotats. Vestuario: Franca Squarciapino. Reparto: J. M. Flotats, Pedro Casablanc, María Adánez, Carmen Conesa, Ramón Barea, Constantino Romero, Raúl Arévalo, Manuel Gutiérrez-Cuevas... Teatro Español. Madrid, 2-XII-2010.

Josep-Maria Flotats y María Adánez, como Beaumarchais y su amante, la actriz Marion Ménard, en la obra
Josep-Maria Flotats y María Adánez, como Beaumarchais y su amante, la actriz Marion Ménard, en la obralarazon

En manos adecuadas, los grandes personajes ofrecen posibilidades dramatúrgicas a su escala. Brecht engrandeció, si cabe, a Galileo, y Casona a Quevedo, dotándoles de ese soplo de vida que el aséptico ensayo histórico proscribe y el teatro exige. «Beaumarchais», en ese sentido, es una biografía –y lo es más que los ejemplos anteriores–, pero ante todo un retrato, el de un hombre apasionante y apasionado por todo: las mujeres, la literatura y la política. Y, por encima de todo, la vida y la libertad.

El autor de «El barbero de Sevilla» y «Las bodas de Fígaro» fue relojero, abogado, armador, comerciante de armas, dramaturgo y espía. Estuvo encarcelado, se casó tres veces, puso sus servicios de agente al servicio del rey Luis XV, protagonizó un célebre juicio que hizo caer a un gobierno, participó con su fortuna en el apoyo francés a la independencia de las colonias americanas, alimentó desde sus obras la revolución francesa, sobrevivió al Terror de Robespierre y, finalmente, pasó a la posteridad por sus dos comedias, célebres en parte gracias a Mozart y Rossini.

A mediados del siglo pasado Sacha Guitry dejó este caramelo en la puerta del liceo del niño Flotats, esperando a un estreno mundial que ha tardado sesenta años en llegar, aunque tuvo versión en cine aproximada, «Beaumarchais, el insolente». Era una golosina tentadora de colores alegres que el director español, otro gran insolente, desenvuelve con entusiasmo y devora en dos horas de alegre, cómico y desmedido teatro. Bufo por momentos, quizá en exceso –se permite rozar el vodevil en la escena del duque cornudo, y acude al final a la «commedia dell'arte»–, aunque el disfraz es buena receta para que el peso de la Historia no angustie al espectador.

Flotats, a estas alturas, es, como Beaumarchais, un personaje resumido en su nombre. Un enorme actor: aquí lo demuestra una vez más con una colección de emociones y reacciones a la altura de los grandes. Está perfecto, divertido, entrañable y egregio, como debió de ser el propio Beaumarchais. Pero Flotats es también algo más: un estilo. Amante del periodo francés que va del XVII al XIX, sabe que la fórmula de dos actores y dos sillas, practicada en «La cena» o «Encuentro de Descartes con Pascal joven», se agota. Así que en «Beaumarchais» opta por una variación: treinta actores y dos sillas. Ah, y una... ¿escenografía? Desde luego, el recurso creado por Ezio Frigerio y Massimo Listri es ingenioso: hermosas proyecciones que nos llevan de París a Londres. Pero proyecciones al fin y al cabo. Algo más se han gastado el Español y el Arriaga, teatros coproductores, en el vestuario versallesco de Franca Squarciapino.

Donde no escamotea brillo Flotats es en una nómina que se permite tener a Constantino Romero y María Adánez en papeles anecdóticos. Porque él es nada menos que Benjamin Franklin y ella la primera amante que conocemos de Beaumarchais. Pero es éste y sólo éste, el gran protagonista, mientras que estupendos personajes secundarios son satélites de su genio, con Pedro Casablanc como el fiel biógrafo Gudin de la Brenellerie y Carmen Conesa como la inteligente amante Marie-Thèrése Willermaulaz, ambos redondos aunque igualmente ayudas de cámara de Flotats, que se reserva el papel ganador. Tan sólo le roba plano fugazmente el divertido caballero d'Éon de Raúl Arévalo, en un juego de ambigüedades sexuales antológico.

En el escenario, la vida de Pierre Agustin Caron de Beaumarchais (1732-1799) sucede en episodios lineales: casi la única pega a este texto algo hagiográfico de frases ingeniosas –sobre todo del protagonista– es la falta de unidad dramática en una sucesión de anécdotas que conforman un retrato. Pero cae el telón y no se ha echado en falta. Flotats y Beaumarchais han hecho y sido teatro inteligente y eso es lo que cuenta.