Iglesia Católica
Ejemplo sacerdotal del Papa
El 29 de junio de este año no sólo es el «Día del Papa», por celebrarse la festividad de San Pedro, el primer Papa de la Iglesia, sino también porque su sucesor actual, Benedicto XVI, cumple en este día 60 años desde que, junto con su hermano Georg Ratzinger y otros cuarenta compañeros, fuera ordenado sacerdote en la ciudad alemana de Frisinga de manos del cardenal Michael Faulhaber.
Con motivo de esta efeméride, recibe el homenaje de toda la Iglesia a través de iniciativas que van desde una gran exposición en el Vaticano, que reunirá obras de artistas actuales de relevancia mundial, hasta toda una cadena de oración de 60 horas ante el Santísimo Sacramento en todas las diócesis del mundo pidiendo por el Santo Padre.
Estas manifestaciones de cariño filial de los católicos al Papa son también una ocasión para expresar la grandeza y significado del ministerio sacerdotal y tienen una gran importancia en un momento como el actual en que, por causa de las infidelidades innegables y dolorosas de una minoría de sacerdotes, las miradas de las propias filas eclesiales y de la opinión pública se dirigen al clero interrogándolo sobre su coherencia con la alta misión evangélica que está llamado a realizar y que han testimoniado heroicamente una muchedumbre inmensa de pastores de la Iglesia a lo largo de la Historia y continúan haciéndolo en el presente. Aunque se trate de realidades espirituales no comprobables a simple vista, estas iniciativas ayudan no sólo a que los cristianos contemplen agradecidos el don benéfico del sacerdocio católico y a que el propio clero tome mayor conciencia de la santidad de vida a la que está llamado, sino también a percibir con claridad en el comportamiento sencillo y discreto del propio Benedicto XVI su vida ejemplar de sacerdote y la riqueza extraordinaria de su magisterio sobre el ministerio ordenado.
Con su ejemplo y a través de su palabras y gestos, Benedicto XVI no ha dejado de traslucir en muchas ocasiones su amor personal por el sacerdocio, al que considera lo más importante que le ha ocurrido en su vida, la cual ha quedado «poseída» por el sacramento, por Cristo en definitiva, que en el día de su ordenación le confió la difícil y maravillosa tarea de hacerle presente entre los hombres.
Así lo notó el propio Joseph Ratzinger cuando –como él mismo refiere en su autobiografía Aus meinen Leben. Enrinnerungen 1927-1977– señala que los demás lo trataban de forma distinta, con sacra veneración, después de recibir primero la ordenación sacerdotal y luego, con los años, la episcopal. Se debía al Sacramento, constata él. Y es precisamente la clave sacramental y mistérica, de transformación –de consagración– para la misión, la que define y determina el ser y la vida del sacerdote, así como su tarea en la Iglesia y en el mundo, según explica el Papa Ratzinger. Es esta visión del sacerdote, de identificación sacramental con Cristo que le segrega y destina, de receptor personal del Don de Dios y a la vez administrador –que no dueño de él– en la Iglesia, lo que precisamente plasmará Benedicto XVI en su visión teológica y en su magisterio al no desaprovechar ningún acto papal sin sacar consecuencias espirituales y prácticas sobre el ser y la misión de sacerdote: pastor, apóstol, maestro y liturgo.
Las palabras y gestos de Benedicto XVI, también de gobierno firme en su pontificado para con quienes traicionan el ministerio que han recibido, están siendo una llamada permanente sobre la maravillosa, grave y alta responsabilidad que conlleva el Sacerdocio y a la vez un aliento para vivirlo por los propios sacerdotes, sostenidos por todos los fieles.
La celebración de los 60 años de la ordenación sacerdotal del Papa, que podía parecer al principio una ocurrencia celebrativa más en el sucederse de efemérides eclesiales, se está mostrando de hecho como una gracia feliz y necesaria para la Iglesia entera. En especial para los sacerdotes que se desviven gozosos en todo el mundo en el servicio de Dios y de todos los hombres. Son miles y miles y están en las parroquias de los pueblos pequeños y en las grandes ciudades, desarrollando un trabajo abnegado de ayuda a los demás con su tarea evangelizadora, con la administración de los sacramentos, con la promoción de tantas obras sociales y culturales; con la cercanía a los enfermos y a los que sufren; con el consejo pronto para quien lo necesita. Otros viven entregados a la educación de los más jóvenes o al acompañamiento y consuelo de los enfermos en los hospitales; los hay quienes se dejan cada día lo mejor de sí para lograr una vida más digna a los más pobres y marginados, o a los que están atrapados en las nuevas esclavitudes.
El merecido homenaje al Papa Benedicto XVI lo es también a todos ellos.
**Consultor del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales
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