Cuba

Papelón cubano

La Razón
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Los primeros siete disidentes cubanos excarcelados por La Habana, que llegaron ayer a Madrid, atribuyeron el mérito del final de su tortura al sacrificio de otros compañeros de lucha por la democracia como el fallecido Orlando Zapata y el periodista en huelga de hambre Guillermo Fariñas, así como al trabajo del exilio cubano. Y tienen razón, aunque sería injusto no valorar también el compromiso humanitario de la Iglesia católica cubana en este proceso. Estamos, sin duda, ante un episodio del que nos felicitamos. Que un ser humano torturado por defender la libertad la recupere aunque sea lejos de su patria es una buena noticia. Pero interpretar los hechos como un vuelco en el panorama en la isla e incluso como un síntoma de que la dictadura parece dispuesta a caminar hacia un escenario democratizador no responde a la verdad. En Cuba, poco o nada ha cambiado, y afirmar lo contrario es prestar un servicio propagandístico impagable a la tiranía. Los propios presos de conciencia que llegaron ayer a nuestro país recordaron que quedan «45 hermanos de los sucesos de mayo de 2003 y muchos reclusos en las cárceles de Cuba y en los hospitales». Además no hay decisiones de calado que indiquen que los hermanos Castro hayan decidido abandonar la senda que recorren desde hace más de medio siglo. La aparición de Fidel Castro en la TV del régimen ha enviado un mensaje nítido de que no están dispuestos a levantar la bota que ahoga al pueblo. ¿En qué se basan, por tanto, quienes abanderan una suerte de oportunidad en la isla-prisión? El ministro Moratinos debió responder antes de insistir ayer en que se «redefina» la relación de la UE con la isla al calor de las futuras excarcelaciones de todos los presos de conciencia, anunciadas por él mismo. Otra vez el ministro se equivocó en el fondo y en la forma. Estuvo tan ventajista como oportunista y, como es habitual, en sintonía con las posiciones del régimen. ¿Qué avance sustancial supone el que los Castro hayan excarcelado a quienes encerraron injustamente para condenarlos al destierro? ¿Qué garantías tiene el ministro de que Cuba dará pasos firmes hacia la democracia, las elecciones libres o la justicia independiente? ¿Sabe el ministro con certeza que los carceleros cubanos o la Policía secreta ya no torturan ni vejan? ¿Qué progresos verificables en materia de derechos humanos se han producido? Moratinos ha asumido un papel desagradable, ciertamente un papelón que la democracia española no se merece. No le sirvió para recapacitar el rapapolvo europeo contra su insistencia en acabar con la Posición Común durante la Presidencia española. Y lo peor es que ha trasladado esa diplomacia indolente frente a Cuba a las relaciones con países tan poco recomendables como Irán, y que produce situaciones sonrojantes como que el Gobierno asegurara ayer resultados positivos en el caso de la ciudadana iraní Ashtiani horas antes de que el invitado de Moratinos, el ministro iraní Mottaki, negara la suspensión de la lapidación y defendiera las leyes islámicas. La diplomacia de un país serio no puede estar condicionada por prejuicios o afinidades ideológicas, pero el ministro es incapaz de asumirlo.