Turquía

OPINIÓN: Ecclestone el sheriff del tinglado

 
 larazon

The show must go on
Ha empezado lo de la Fórmula-1 y estoy contentísima. A falta de películas de piratas con un barco a lo lejos, yo me pongo una carrerita y me sobo tan profundamente que me tienen que despertar con una traca valenciana. Esto de los coches, lejos de interesarme, me aburre profundamente, pero me viene bien para el sueño atrasado, así que me lo pongo y se me cierran los ojitos como a una oveja modorra.
A la vista del sopor, no tengo más remedio que recurrir a lo único que me da vidilla en ese espectáculo al que algunos llaman deporte y que reside en dos personajes que pululan por esos circuitos de Dios: Lewis Hamilton y el tío Bernie. Con el piloto voy por fastidiar, he de reconocerlo, y con el jefe del tinglado, porque tengo un corazón enorme: yo sería incapaz de faltarle al respeto a un señor mayor que va por la vida con esas gafas y ese pelo sin sentir vergüenza y rodeado de macizas recauchutadas con pose de acunarle.
Ecclestone, imagino que también convencido de que esto tenía cada vez menos emoción, ha hecho lo que ha podido para que el circo no cese y le ha puesto tres pistas. Las nuevas normas que se ha sacado de la manga van a otorgarle un poco más de incertidumbre al campeonato, que es a lo máximo a lo que puede aspirar esta disciplina, donde cada vez cuenta menos el hombre y su talento y en la cual con un buen coche y los recovecos legales que puedan encontrar tus ingenieros te aseguras una subidita al podio y salir en la foto del lunes.
Y ahora les dejo, que estoy pegando un bostezo que me voy a dar la vuelta como los calcetines. Mejor que la valeriana, dónde va a parar.
María José Navarro



Un niño de 80 años
Hay actitudes, algunas de las mantenidas por Bernie Ecclestone, que desacreditarían de por vida incluso a un santo. Fan de Hitler y de Sadam Hussein, el mandamás de la Fórmula Uno ya no cumplirá los ochenta, pero sigue regalándonos boutades impresentables para mantener su aura de «enfant terrible». La última, asegurar que los judíos eran los causantes de la crisis económica. Si habla en serio, está zumbado; si lo dice como broma, no tiene ni maldita la gracia. Su socio predilecto, Max Mosley, se dejó fotografiar en una orgía disfrazado con un uniforme nazi. A lo peor tienen algo que ver estos guiños antisemitas con el dineral que recibe de los organizadores de grandes premios en países musulmanes: el suspendido en Bahréin, Malasia, Turquía y Abu Dhabi.
Cuando se bautizó como «gran circo» este espectáculo ambulante de los coches de carreras, alguien tenía que asumir la función de payaso. Y, caído en desgracia Briatore, la responsabilidad recayó en Ecclestone, a quien el fortunón que maneja no le ha quitado las ganas de ser carne de portada de tabloide. Con lo comedidos que han sido siempre los ricos ingleses, este buen hombre se empeña en seguir mostrándose con pibas de la edad de sus nietas. Durante su largo mandato, el reglamento de la F-1 se ha complicado hasta volverse incomprensible y es lugar común que una prueba no termina hasta que los comisarios no confirman unos resultados que a menudo son alterados de forma discrecional en decisiones inapelables, porque la FIA no reconoce ninguna instancia que ella misma no controle. A este Juan Palomo le llenamos los bolsillos para ver si al triste de Alonso le da por ganar.
Lucas Haurie