¿Futura canciller?
Sahra Wagenknecht, la comunista alemana que adora a Trump y a Frida Kahlo
Candidata a canciller alemana, su imagen severa y estilizada evocaría a una mala de telenovela o a una princesa Disney.
Sahra Wagenknecht es obstinación en estado puro y este es el rasgo decisivo que le permite regocijarse hoy con su nombre en la prensa internacional como candidata a canciller alemana después de desgajarse de su partido para fundar su propio proyecto político. Un partido de ultraizquierda con ideales que repican a gloria en la ultraderecha.
Es obstinada desde que nació, un 16 de julio de 1969, en Jena, una ciudad de la Alemania Oriental. En una entrevista recordaba que, con dos años, se negó a ir a la guardería y su madre, temerosa de sus modales de «pequeña terrorista», cedió. Su padre, de origen iraní, murió pronto y alivió la pena con las lecturas de Marx, Hegel y Goethe. Su siguiente obstinación fue estudiar en el mundo occidental y esperó a la caída del Muro de Berlín.
Hasta su cabello negro, siempre recogido, habla de su testarudez. Lo lleva así desde que abandonó, con 16 años, su adolescencia punk. El moño es su santo y seña y acentúa sus rasgos de mujer de carácter fuerte. Se la compara con Rosa Luxemburgo y con Frida Kahlo. En 2013 se caracterizó como la artista mexicana para la revista «Gala» haciendo un símil con su biografía. Ni en su comunismo, ni en su revolución, ni en sus dolores, cabría tal equiparación. Su imagen severa y estilizada evocaría a una mala de telenovela o a una princesa de Disney, de esas que muerden la manzana. Ella lo hizo, en secreto, el día de su boda civil, el 22 de diciembre de 2014, con el ex político de izquierdas Oskar Lafontaine. Suena a delirio, pero es una costumbre local que siguen los novios, en lugar de los tradicionales anillos, en Merzig, donde se celebró la boda. La manzana podría haber sido la alegoría de un amor prohibido, teniendo en cuenta que la relación comenzó cuando ambos estaban casados.
El trabajo le obligó a posponer la maternidad. «Desafortunadamente, se me hizo tarde», declaró en una entrevista en la que confesó que es una carencia que siempre estará ahí. Una vez superado el escándalo que supuso su amor infiel, la pareja intenta proteger su intimidad conyugal. Caminan, dan largos paseos en bicicleta y acuden a buenos restaurantes. Wagenknecht podrá ser un dechado de virtudes, pero su ego no le impide reconocer que no es buena cocinera.
O se la odia o se la venera, pero no pierde la calma ni en los debates más acalorados. Ni siquiera cuando su vida, su figura impecablemente cuidada y su pensamiento levantan dudas como mujer de izquierdas. Cuando a su esposo le preguntaron si el palacete en el que residía no entraría en conflicto con su socialismo, aclaró que la izquierda no tiene por qué ser pobre, solo luchar contra la pobreza.
Aunque parezca encajar en esa izquierda caviar que ha ido ganando posiciones, ha dado un paso más. La revista «Compact» lo resume en su portada: «La mejor canciller, una candidata de la izquierda y de la derecha». Su editor, Jürgen Elsässer, indica que los días en que se referían a ella como «la cara más bella del estalinismo» han terminado. Según una encuesta para «Bild am Sonntag», el 27% de los alemanes no descartaría votarla. «Der Spiegel» revela que despierta interés en el 68% de la extrema derecha germana. Apoyó a Trump y se alió con algunas de sus ideas conspiranoicas durante el coronavirus, se opone al envío de armas a Ucrania, ve en Los Verdes un partido peligroso y rechaza la inmigración, la diversidad, la autodeterminación de género y el cambio climático. Considera que el debate en torno a ello es pura distracción para desviar la política económica y social. ¿Por qué porfía en su comunismo? Por obstinación. Y será difícil disuadirla.
Populismo de corte Chanel
La izquierda ha llegado demasiado tarde a las perlas para que puedan considerarse subversivas, pero Sahra Wagenknetch las escogió para anunciar la fundación de su partido. Colgaban en forma de lágrima de sus orejas, remarcando intencionadamente esa línea conservadora que define un estilo que podría llevar su nombre. Incluso se sospecha que tiene su propio sastre. Con el tiempo ha ido perfeccionando su imagen de mujer poderosa, tipo Margaret Thatcher, aunque el símil agraviaría a la dama de hierro. En su fondo de armario abundan los zapatos de tacón, las prendas de corte clásico y mucho color.
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