Polifacético
Teodoro García Egea, de tuno a «ironman» en política
Tan pronto te canta un tanguillo de Cádiz como que sortea olas de tres metros. Lo que le espera este fin de semana es alto voltaje: el Congreso Regional de su partido
A Teodoro García Egea la vena peleona le viene de su abuela paterna, la Paca, una mujer de derechas campechana, devota de las tertulias políticas y comprometida, que murió a los 80 años con la satisfacción de ver al nieto sentado en un escaño del Congreso. A buen seguro que hoy disfrutaría con sus rifirrafes. En sus lacónicas fichas biográficas, la clase política insiste en convencernos con titulaciones y peregrinajes profesionales, pero lo esencial y fascinante queda fuera.
En el caso del secretario general del PP, cabe preguntarse cómo cabe tanto en un cerebro de apenas kilo y medio. Tan pronto nos deleita con unos tanguillos de Cádiz como sorteando olas de tres metros y un fuerte viento de levante para dar la vuelta a nado a un islote de La Manga del Mar Menor. Lo que le espera este fin de semana es política de alto voltaje en Puertollano, en el Congreso Regional de su partido, pero llega entrenado.
Hombre renacentista
Practica judo –es cinturón azul–, «mountain bike», esquí de travesía, atletismo, surf o cualquier deporte que se le ponga por delante. Además, toca con destreza el piano, el clarinete, la guitarra, el tambor… A su esposa, María José Escasaín, murciana como él, le pidió la mano tocando la bandurria junto a la tuna universitaria después de cinco años de amorío. Nadie le negará su condición de hombre renacentista, capaz de participar en cualquier campo de la vida, el arte o la ciencia. Y por sus dimensiones anatómicas, Leonardo da Vinci encontraría en él al hombre de Vitruvio del siglo XXI. Él no desaprovecha la ocasión de desplegar, siempre de forma desenfadada y casi sin esfuerzo, sus talentos.
El reciente nacimiento de su tercer hijo, Nacho, ha colmado su felicidad y su sueño de formar una familia numerosa. «Ya estamos todos», publicó en redes sociales el 23 de octubre anunciando su llegada con una tierna imagen con los dedos entrelazados. Su primogénita, María José, nació en 2015; Teo, el segundo, en 2020. La familia se instaló en Madrid en septiembre de 2018, lo que obligó a su mujer, doctora en Ingeniería Química, a dejar su trabajo en el Centro Tecnológico de la Energía y Medio Ambiente. En él, destacó por su perseverancia, su agilidad al hablar y un optimismo fuera de lo común a la hora de aportar soluciones.
De momento, lo único que se le resiste, al menos en un plano personal, es Mozart, el concierto 21 para piano y orquesta, pero todo se andará. «Es una cuestión de planificación», aclara cuando se le pregunta por su agenda. Habría que retroceder a sus primeros años de vida para entender ese espíritu inquieto. Tuvo mucho que ver el kárate, su primera disciplina marcial. Con seis años ya practicaba en la escuela Kiai de Cieza, su localidad natal, y a los 17 pasó al judo de la mano de su tío materno Manuel Egea. «Me compré un judogi y cada noche intentaba dar lo mejor de mí para mejorar en un deporte que saca lo bueno de nosotros», explica en un artículo que escribió en 2014. Todavía hoy sigue entrenando, ahora en el gimnasio Bushidokwai de Madrid, con el maestro Macario García, un reconocido judoka.
En dicho artículo detalla una serie de aprendizajes que, según dice, aplica fuera del tatami y dan alguna pista de su modo de obrar en momentos críticos. Además de destacar la honradez y la honestidad como valores esenciales, el político subraya la importancia de la caída, más que la victoria. «Aprender a caer correctamente y sin lesionarse es fundamental para llegar lejos. Para mejorar, hay que estar dispuesto a caer», expone. Describe también cómo utilizar la fuerza del adversario a tu favor: cuando uno tira, tú debes empujar aprovechando tus puntos fuertes.
La política fue una vocación temprana que nació en Cieza. Con 22 años ya era concejal. El gusto lo cogió en su etapa universitaria copiándole a su abuela la pasión por la tertulia radiofónica. Tanto es así que, si las clases teóricas eran por la mañana, él decidía quedarse en la residencia estudiando con la radio de fondo. Otra curiosidad: con 23 se proclamó campeón mundial en lanzamiento de huesos de aceituna. El hueso alcanzó 19 metros y le colgó un sambenito del que difícilmente se va a desprender.
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