Casa Real
Martínez de Irujo y el enfado de los jinetes españoles
Mientras unas pierden la cabeza con el rompecorazones Muñoz Escassi y Bibiana Fernández no recuerda haber tenido algo con él, y me extraña tal despiste, otras andan ojo, tijeras y uñas ante la avalancha de bodorrios que se avecinan en los próximos días. Se impone el blanco y radiante e Ibiza anda expectante ante cómo se vestirán Nati Abascal, Eugenia Silva e Inés Sastre en la boda de Adriana Abascal con el empresario francés Emmanuel Schrede. Lorenzo Caprile se encarga del traje de la novia, a quien el sábado día 29 endosará un aire presuntamente rústico, igual que recientemente envolvió la creación de Mafalda Muñoz, hermana de Samantha y Colate Vallejo-Nágera.
«Adriana es una mujer espléndida, pero ya no tiene veinte años», dice el diseñador, también autor de la falda de Mafalda, que hará historia, «aunque pocos la entendieron y hubiesen preferido algo a lo Sissi», casi se lamenta Caprile, nuestro primer diseñador, ya imprescindible. Con él hablé de Doña Letizia, a quien vistió durante sus primeros años como Princesa de Asturias. Hizo época su traje rojo, poseedor de un estilado interrumpido por la visión menos «glamourosa» de Felipe Varela. No ha sabido combinar la solemnidad y la sencillez impuesta a causa de los tiempos que corren, aunque aplaudo que, de vez en cuando, ésta vista de Mango y Zara. Marie-Chantal Miller sí acierta con su estilo como antaño lo hacía la Reina al alternar un diseño de Valentino con otro de Margarita Nuez.
Y, cambiando de tema, me llega un runrún rodeado de un evidente enfado entre los jinetes españoles con Cayetano Martínez de Irujo, que es como una repetida china en el zapato. «Aspira a que le den el premio Príncipe de Asturias porque se cree, y de eso alardea en un dossier, mucho mejor que todos nosotros», me anticipa uno de nuestros aristócratas, también relevante deportista. Está indignado, pero no pierde las formas, nobleza obliga, y él la tiene desde el siglo XV, ahí es nada. Cualquiera podría aspirar al reconocimiento con más meritos, entre ellos, Enrique Vallejo, Cervera, Segovia y Álvarez Bohórquez, muy superior a Cayetano, quien se auto denomina «el cuarto jinete mejor de la historia». Y, para ponerle en su sitio, recupera el caso de caballo «Madrid», comprado por él y vendido a Gallardón por cien millones, que revendieron por un millón doscientos mil. De juzgado de guardia, porque no sirvió para nada, no pudieron asegurarlo y a los madrileños nos costó una millonada, porque estaba cojo. Es una historia quevedesca que me contaron ante la princesa Teñu de Hohenlohe, quien no podía creérselo. Y se creía curada de espanto.
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