Nueva York
Brianda Fitz-James, duquesa de Malasaña
La más «indie» de la nueva generación Alba se cotiza al alza en los eventos de moda
Si el barrio de Malasaña, en Madrid, fuese uno de los dominios de Cayetana de Alba, no habría nadie más indicado para gobernarlos que su nieta, Brianda Fitz-James Stuart. La más «indie» de la familia se ha mimetizado a la perfección en el ambiente de este vecindario y, si bien el apellido Fitz-James Stuart destella clasicismo y no precisamente del «vintage» que gusta a sus habitantes, éstos encontrarían en la noble a una de las suyas. Pero, aunque su grupo de amigos, tienda, estudio y novio misterioso están en Malasaña, su nombre se cotiza al alza en fiestas, pasarelas y demás eventos del famoseo que nada tienen que ver con esa esencia «underground». Es la única nieta que accede a posar en los «photocalls» y hasta Nike está interesado en su imagen de chica frágil y alternativa: la marca acaba de ofrecerle un entrenamiento personalizado para que en diciembre corra la San Silvestre. A la nieta de la Duquesa la vida le sonríe y el colofón lo ha puesto Falkwyn de Goyeneche, el hombre que ha conquistado su corazón cuyo nombre, hasta ahora, nadie en el mundo del «cuore» conocía su nombre.
La mención al misterioso joven que la acompaña a eventos, cámara en mano, es obligada. Goyeneche, un pelirrojo con cierto aire folk que casa a la perfección con el espíritu bohemio de Brianda, es fotógrafo de profesión e ibicenco de nacimiento, aunque muy pronto saltó de isla en isla: con tres años se fue a vivir a Bali con su padre. De ahí que hable con fluidez cuatro idiomas, entre ellos el indonesio y balinés. Siempre con una cámara al hombro como mínimo, Goyeneche ha heredado de su progenitor la pasión por la estética y la belleza. Todo es susceptible de convertirse en arte: un contenedor de basura, un perro que duerme, un manojo de cuchillos y, sobre todo, Brianda. La joven es su nueva musa y la retrata con frecuencia, tanto para La Casita de Wendy, como en su día a día como pareja. Además, Falkwyn, que estudió en la TAI (Escuela Superior de Artes y Espectáculos), posee una destacada experiencia en el mundo del cine, donde llegó a trabajar incluso para Almodóvar como ayudante de cámara en «Los abrazos rotos».
La relación es sólida, aunque de momento no viven juntos. Es frecuente verles pasear por su barrio o haciéndose arrumacos en los eventos a los que Brianda acude como diseñadora o DJ. Hace poco hicieron un viaje a México –país al que Goyeneche viaja con frecuencia por motivos laborales– y a Perú.
Según la consultora Personality Media, la nieta de Doña Cayetana es un personaje aún desconocido para la mayoría de los españoles. Apenas un 9% de la población, un 13% de mujeres y un 5% de hombres, serían capaces de reconocerla. Algo que a ella le encanta –se define como tímida–, pero que poco a poco está cambiando, pues, para promocionar Planet Palmer, su marca de ropa, cada vez es más frecuente verla en «photocalls» y entrevistas. Sí se la conoce en esferas más alternativas y durante el último año ha aumentado su demanda como DJ profesional de fiestas y eventos. Su caché ha subido y, si antes cobraba aproximadamente 2.000 euros por pinchar una noche junto a su amiga Miranda Makaroff, ahora pide como mínimo esa misma cantidad pero ella sola. Si en el contrato figuran extras como «twittear» el evento, mencionarlo en alguna otra plataforma social, conceder alguna entrevista y posar en el «photocall», el precio aumenta. Las marcas han descubierto que los famosos tienen influencia en las redes sociales y llegan a pagar miles de euros por cada mención de su producto. Como otras tantas caras conocidas, Brianda hace comentarios en su Twitter que no son fruto de la casualidad: «Gracias al gabinete de comunicación de Sony –escribe tres corazones– Sony Music y a Bassat Ogilvy Comunicación» o «#briandacorriendoconNike. Acabo de correr 3,67 km con Nike+».
Pero, ante todo, es una persona creativa, faceta que desarrolla en su línea de ropa Planet Palmer y en sus pinturas, que vuelca en el blog Bri anda dibujando. Aunque estudió Diseño de moda, reconoce que lo que más le motiva son las artes plásticas. «En realidad yo soy más gráfica, me encanta la ilustración», asegura. De heho, cuando terminó sus estudios, su padre, el conde de Siruela, la animó a irse unos meses a Nueva York para estudiar pintura. Consiguió unas prácticas con un pintor mientras asistía a clases de inglés y, de haber podido extender el visado, se habría quedado. «Cuando volví me di cuenta de que eso lo podía hacer en cualquier momento. Estudié una carrera y no puedo dejarlo todo por la pintura. Me dije a mí misma que tenía que darle una oportunidad a la moda y me parecía muy irresponsable». Volvió y, gracias a uno de sus profesores, con el que había conectado a nivel creativo durante su etapa de estudiante, consiguió empleo en La Casita de Wendy. «Allí estaba superfeliz, porque podía dibujar. Me quedé siete años. Y aún sigo colaborando con ellos» recuerda. Su prioridad ahora es sacar adelante Planet Palmer. Cada vez que tiene ocasión de que un objetivo la capte, se enfunda una o varias de sus prendas y atiende entrevistas sólo para hablar de puntadas y remiendos. Se entiende por qué Brianda reconoce que le cuesta tanto concentrarse. No para, pero en su caso, abarca y aprieta.
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