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Tamara Falcó: del safari VIP al súper del barrio
La marquesa de Griñón se ha dejado ver con el carrito de la compra en Sotogrande
Así compra una marquesa», titulaba una web ante las fotos de Tamara Falcó, empujando carrito en el supermercado de Sotogrande, publicadas en exclusiva por la revista Semana. Jamás veremos a su madre, Isabel Preysler, haciendo lo mismo. Ni a su hermana Ana Boyer, ni a nadie de la saga Falcó, aunque Xandra sí se remanga por sus viñedos y su aceite. Poca gente de la aristocracia empuja carrito. Lo hace Elsa Pataky y Chris Hemsworth y es casi una fantasía erótica para todos los sexos; lo hace Tamara y roza la mofa y la burla. No sé por qué nos extraña. Ya lo dijo la propia marquesa de Griñón, que ahora tiene en ciernes otro capítulo de su vida en Netflix: «Se puede ser marquesa y ser muy normal», ha declarado con su característica voz nasal cuajada de risotadas naif.
El caso es que Tamara, después de pasar su luna de miel en África, ha cambiado los looks de safari (y alguna que otra malla) por los vestidos largos, las chanclas y los pareos de Sotogrande, la exclusiva urbanización que pertenece a la localidad gaditana de San Roque y que discurre en los márgenes del río Guadiaro, que por cierto tiene cerrada estos días su bocana al mar y desprende un olor ligéramente nauseabundo, algo que no hace «match» con la ‘jet set’ habitante de la zona y tampoco, con los mortales que acudimos a su playa pedregosa con vistas a África. Los ecologistas de Verdemar dicen que no es el viento-ventoso del estrecho, sino la sobrexplotación de los acuíferos que hace que llegue menos agua, a esto se le une el aire, que produce una lengua de arena y convierte en charco estancado lo que es uno de los deltas más bellos del Mediterráneo Oriental.
Pero bueno, a lo que vamos. Que Tamara, después de un descansito previo en París, algo así como un chupito de glamour después de tanto matojo y animal africano, está en Sotogrande, como la mayoría de los veranos de su vida, ya que allí tiene familia y en la Costa del Sol vive su querido primo Álvaro Castillejo, hijo de su fallecida tía Beatriz Preysler. Con sus amigas de siempre, entre las que destaca Casilda Finat, que está esperando su tercer hijo este verano (y que por cierto tiene casa justo mirando a la desembocadura del Guadiaro, en la parte de la Marina).
Lo divertido es que Tamara no haya llenado su despensa en Sánchez Romero, el supermercado VIP donde es una fantasía ir a comprar, porque es como entrar en las páginas del ¡Hola’ sin ser miércoles, sino en el vecino Mercadona, más asequible y donde van los habitantes de las urbanizaciones de lujo más los pueblos de San Enrique, Guadiaro y Torreguadiaro, que surten de servicios al privilegiado enclave. Tamara siempre para esto y para todo será única.
La llegada de Tamara a Sotogrande no es por asistir a la 52 edición del fabuloso Torneo Internacional de Polo, que celebra Ayala Polo Club y que va camino de celebrar su copa de oro, sino por una boda. Se trata del enlace de la hija del financiero Jaime Bergel, llamada Luisa, con Cristina Flórez, un joven rico y guapo que trabaja para Kike Sarasola. El sarao, al que están invitadas 400 personas, arranca el 24 de agosto con un torneo de golf y se darán el sí quiero en la Iglesia de la Divina Misericordia, de Pueblo Nuevo de Guadiaro. El catering de la boda no correrá a cargo de Tamara, sino de Ciboulette, una empresa que cuenta con la sólida batuta de Íñigo Ramírez al frente, este chef tiene una relación de confianza con Casa Alba y sirve habitualmente en los eventos de Liria. También fue el encargado de deleitar a los comensales que asistieron a la boda de Sofía Palazuelo con Fernando Fitz-James, futuro duque de Alba. Luisa Bergel no tiene nobiliaria, pero sí se codea con la jet. Es amiga de Oniega, el marido de Tami, desde hace años y ella fue la encargada de presentárselo. My Lu, que es su apodo en redes sociales y cómo lo llaman sus íntimos, ha sido el principal apoyo de la marquesa de Griñón en todas sus idas y venidas con Onieva. Este año, las dos parejas estarán casadas, felices y comerán perdices compradas en un súper a buen precio y sin salir del barrio.
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