Marbella

El traje de novia mejor guardado

El traje de novia mejor guardado
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Todas las bodas traen cola, troceo y hasta desmenuce. Algunas dan para más que los 70 metros de seda con tres de cola ideados por Vicky Martín Berrocal. Hace cuatro años vi el vestido expuesto en el Hotel Villapadierna de Marbella, cuando allí se alojó Michelle Obama. Fue la noche en que Banderas y Sandra García- Sanjuan debutaron con su gala, salvavidas de la Marbella de los buenos tiempos a la que acaba de unirse Fiona Ferrer, que, como catalana en ejercicio, no desaprovecha oportunidad. El traje me traumatizó pero las palomas teñidas de azul y rosa –un tanto Chueca–, fueron lo más destacado. Isabel Preysler evitó que la pillasen de perfil. No lo ha conseguido en el programa de Tamara Falcó que, aunque con menos audiencia de lo previsto –aún no es Belén Esteban– me pareció de un desparpajo que para mí querría. Preysler está deliciosa en un vis a vis que la acerca como en aquella entrevista de Boris Izaguirre para «Vanity Fair» –que me llevó a reconciliarme con ella tras 20 años evitándome porque tomé partido por Julio Iglesias sin saber cómo es realmente–. Nos engañó como a chinos a Alfredo Fraile, Pepe Guindi,Toncho Navas, a mi y Jaime Peñafiel, que actuó de incómodo embajador –como cuando, por orden de Carlos Iglesias, «me despidió» en el neoyorquino Hotel Plaza horas antes de cantar en el Radio City ante Don Juan de Borbón–. Entonces no entendí lo que me dijo Peñafiel: «Julio no quiere enfrentamientos con su hermano y administrador», –ahí me recordó a «Las viudas» cantando el «admminístreme usted lo que el pobrecillo dejó»–. Batallitas del baúl de los recuerdos, como el vestido que Verónica Gutiérrez compró hace dos años para casarse con Perera. «Como ''la otra"dificultó la ruptura de su matimonio civil, ella lo tomó con guasa, guardó el traje y lo ha lucido ahora», me dice una de sus íntimas. Y añade: «Eso hizo que se fueran a vivir a Santa Marta». Es un chalé que les regaló Pedro Moya, tan vigente en las plazas americanas que casi superan en números de corridas a las españolas. Sobre todo en Venezuela, paraíso del chavismo, que recuerda la Cuba castrista evocada por Gloria Estefan en el programa de Teresa Campos, que acabó moviendo caderas con Emilio Esteban, que la encontró «llena de salsa». No la hubo tras el banquete salmantino, que mostró el gusto de nuestros matadores por bellezas como la de la Jessica Ramírez de Talavante, quizá continuadora de lo que sorprendió en el desafortunado Julio Robles, una continuación de lo de Palomo Linares con Marina Danko. «Iban de temporada y casi volvían casados, o al menos liados –Roberto Domínguez tenía una corte de adoradoras allá donde fuese, y no digamos Ortega Cano, a otro nivel», me recordaron Fernández Romay y el cronista José Antonio del Moral, cuyo manual de «Cómo ver una corrida» debería ser obligatorio entre las imposiciones del ministro Wert.