Crónica
Los sábados de Lomana: “Puedo decir rojos piojosos si es cantando”
Después del 15-M, allá por 2011, todos los medios de comunicación, especialmente las televisiones, ofrecieron a Pablo Iglesias, Errejón, Monedero y sus acólitos una alfombra roja y un lugar destacado en sus platós. Los convirtieron en «superstars» y propiciaron que su discurso se propagara. Pablo Iglesias ahora no soporta la menor crítica y cuando dice que hay que controlar a los medios de comunicación quizá tenga razón, porque estos a veces no son conscientes de lo irresponsables que pueden resultar ni de los efectos indeseables de sus conductas.
Vimos a Pablo Iglesias en un acto de cinismo sin parangón en el interior de su piso de Vallecas contándonos lo orgulloso que se sentía de vivir en un barrio obrero. Afirmaba incluso que si llegaba al poder nunca renunciaría a vivir en el paraíso vallecano. Los medios estaban fascinados por estos extravagantes y exóticos personajes. Los presentadores caían rendidos a sus pies. He de reconocer que yo también sentí cierta fascinación por esas exóticas «aves del Paraíso» que surgieron de la Puerta del Sol.
Ahora, con la perspectiva de lo ocurrido y sin tener que hacer alarde de cualidades adivinatorias, nos damos cuenta de que todo aquello tuvo un efecto corrosivo y yo diría que venenoso y contaminante sobre nuestra sociedad, nuestra política, nuestra economía y nuestra relaciones internacionales.
Han alentado el odio de clases, la violencia callejera, como estamos viendo estos días con la insurrección y el desprecio hacia la democracia. Nunca he conocido una sociedad tan todos contra todos, con tanto odio y violencia. Están boicoteando la convivencia y a nuestra nación. Estos sentimientos han cuajado y florecido en aquellos que no tienen nada que perder, en aquellos para los que destrozar una marquesina no significa tirar a la basura el dinero con el que se podrían comprar 200 vacunas, sino simplemente un ejercicio de libertad de expresión mal entendida.
Estamos atónitos observando cómo destrozan nuestras ciudades, cómo agreden de forma bestial a la policía con una violencia y vandalismo que no es algo espontáneo de un grupo de jóvenes. Los detienen y luego se van a su casa tan tranquilos. Todo esto es por haber detenido a un rapero que pedía la muerte y tortura reventando cabezas a todo el que se ponía por delante. Su mayor presa a batir, la Monarquía. Eso sí, amenazaba y despedazaba al personal cantando. Por lo visto si cantas ya no hay problema lo achacan al arte y libertad de expresión. De manera que si yo digo cualquier barbaridad como «Pablo Hasel merece que le claven un piolet en la cabeza», parafraseando sus palabras hacia José Bono es un acto heroico. ¿Se imaginan que yo titulase esta crónica «rojos piojosos cantando»?