Lenguaje

Estas son las expresiones de Vigo que no entenderás ni siendo gallego

Del mítico ‘jicho’ a la ‘casa de la Collona’ pasando por las ‘fanequeras’ o las casi universales ‘patatillas’, la ciudad esconde su lenguaje de modo natural

Imagen aérea de Vigo.
Imagen aérea de Vigo. larazon

En dirección norte, más allá del puente de Rande, ese ancho brazo de asfalto y metal que cruza la ría de modo cadencioso, comienza a extenderse Vigo. Lo hace de modo desordenado, con casas que se esparcen por la colina aquí y allá, descendiendo hacia el Atlántico, paso previo a la entrada en la ciudad.

Un acceso urbano que, desde el sur, atraviesa el barrio de Teis con sus 30.000 almas antes de desembocar en lo que llaman centro urbano, un espacio que acoge al visitante con todas sus peculiaridades y grandezas; un binomio que mezcla el antiguo caos urbanístico con las modernas humanizaciones, el bullicio con el orden, el mar con el asfalto, las luces con la Navidad, o, simplemente, la vida con el lenguaje.

Uno que, en el caso de Vigo, como en todos, resulta a veces peculiar. O, al menos, tiene sus propias acepciones en ese tipo de palabros que el vecino emplea con soltura, de modo natural, dejando perplejo al visitante, incluso aunque este llegues desde un puñado de kilómetros más lejos.

Del jicho a la casa de la Collona

Porque ese visitante, para un vigués cualquiera puede ser un ‘jicho’, que nada tiene que ver con el jincho de la RAE, que hace referencia a un campesino. El ‘jicho’ vigués es, simplemente, un tipo que bien podría formar parte de la ‘casa de la collona’ en la que a veces se convierte la ciudad.

La expresión, de tono quizá soez y que busca resumir una situación de caos, se sustenta sobre un antiguo prostíbulo de la Herrería, un barrio tan vigués como este tipo de lenguaje. Allí, en los 50, una de los locales era atendido por Doña Esperanza, conocida, como el lector intuye, por La Collona.

Lo que a uno no le servían en aquel burdel, casi con total seguridad, eran ‘patatillas’, algo tan natural para el vigués como pedir un agua. Porque la caña o el refresco, en la ciudad, se acompañan siempre de ‘patatillas’, que vienen siendo las patatas de bolsa.

Igual que las ‘fanequeras’ son eso, ‘fanequeras’, una especie de escarpines de plástico que respiran por todos lados menos por abajo, con el objetivo de defender al bañista de las fanecas y sus incómodos pinchazos venenosos.

A veces, si el picotazo ha sido limpio y profundo, el picor resulta tan intenso que cualquier vecino podría mandar al afectado al ‘Rebullón’. Un lugar que ya no existe como tal y que hace referencia al psiquiátrico de referencia que tuvo la ciudad durante décadas.

De A pedir a Príncipe a los jodechinchos

Aunque si la queja se vuelve insoportable, ese mismo vigués sugerirá al implicado que vaya ‘a pedir a Príncipe’, que es algo como mandarlo a paseo en referencia a la céntrica calle de la urbe, frecuentada a menudo por músicos y artistas callejeros.

Ante ello, a veces el espectáculo resulta cautivador, aunque también existen las ocasiones en las que uno quiere ‘safar’, que vendría siendo algo así como el próximo zafar o evitar una situación incómoda o de riesgo.

Algo para lo que existe una forma de huida poco recomendable en según qué casos: ‘tirarse a rebolos’, poco recomendable en el asfalto y que alude al movimiento de rodar por el suelo o hacer la croqueta, más propio de las playas.

Esas mismas playas que, cuando el calor aprieta y el humor escasea, el vigués verá repleta de ‘jodechinchos’, con perdón, con los que, en ocasiones, y sin razón, alude a los turistas que en su paseo matinal por la arena de Samil podrán descubrir los ‘caramuxos’, diminutas caracolas que, según gustos, algunos disfrutan en modo gastronómico.

Aunque para eso en Vigo hay productos y lugares mejores a los que, eso sí, el vecino se refiere por su nombre. O casi. Ese que va de la centolla al bogavante, o de la xarda (caballa) al rapante (gallo), aunque estas ya son palabras más gallegas.