Ciudadanos
Tiempo muerto de Albert Rivera
Ciudadanos ha cruzado el Rubicón. Después de tres elecciones generales en cuatro años, en la formación naranja creen que han aprobado «y con nota». Y se preparan ya para la segunda parte del partido.
Ciudadanos ha cruzado el Rubicón. Después de tres elecciones generales en cuatro años, en la formación naranja creen que han aprobado «y con nota». Y se preparan ya para la segunda parte del partido.
«Tiempo muerto, y a jugar», resume un destacado dirigente madrileño de Ciudadanos, recurriendo al símil del baloncesto. Albert Rivera ha cruzado el Rubicón con tres elecciones generales en cuatro años, y la asignatura que puso a su partido en 2017 está, a juicio de la gran mayoría de los dirigentes naranjas, «aprobada y con nota».
El Cs 3.0 que diseñó su líder, junto a su equipo más estrecho de colaboradores, después de irrumpir en el Congreso de los Diputados, para ejercer de fiscalizador de PP y PSOE en varias autonomías, está en marcha, goza de buena salud y nadie duda, tampoco entre sus adversarios, de que se ha ido reforzando.
Basta para ello fijar la vista en las «chinchetas» del mapa de poder salido de las urnas desde la histórica cita del 2-D y el terremoto de un PSOE andaluz desbancado tras cuarenta años de poder. Esas señales revelan una fotografía de éxito. Un dirigente naranja, Juan Marín, es el vicepresidente de Andalucía, la comunidad más grande de España. Otro, Francisco Igea, lo es de Castilla y León. Y, en muy pocos días, Ignacio Aguado seguirá sus pasos en la «joya de la corona» del poder autonómico, la Comunidad de Madrid.
Albert Rivera tiene también a otra de sus más estrechas colaboradoras, Begoña Villacís, como vicealcaldesa de la capital de España, y la recién ungida como «lideresa» en Cataluña, Lorena Roldán, aspira a revalidar la victoria electoral obtenida por Inés Arrimadas.
«¿Lo hubiéramos firmado hace un año?», se pregunta el mismo dirigente. «Con sangre», ironiza. Cabe recordar que, antes de 2015, Ciudadanos cabía en un taxi: eran solo nueve parlamentarios catalanes que habían crecido desde aquellos tres «pioneros» que debutaron en la política en 2006, cuando el invento para combatir el nacionalismo asfixiante de Convergencia se llamaba Ciutadans.
Es verdad que en estas últimas semanas Rivera ha tenido que plantarse y hacer frente a esa «enfermedad» que ha perseguido a su partido desde que diera el salto nacional: una especie de síndrome de doble personalidad. Y ello aunque el reto de gobernar que Cs tiene ahora en media España no le permita a Rivera dedicar demasiadas energías a «mirar hacia adentro».
Pese a las recomendaciones de algunos ilustres colaboradores que defendían «dejar pasar», el Consejo Ciudadano extraordinario de esta semana ha sido una operación quirúrgica rápida y limpia. Sin embargo, Rivera ha confesado a sus más próximos el «dolor» que ha sentido por la marcha de los llamados «garicanos»: los más notables, Toni Roldán, Javier Nart y Francisco de la Torre. Pero en la dirección naranja comenzaba a extenderse la idea de que esos «críticos», más que representar a la muy reconocida «alma» socialdemócrata de Cs, empezaban a constituirse en una especie de «caballo de Troya» manejado por el PSOE para debilitar a Rivera y su inamovible «no» a Pedro Sánchez.
Cosa diferente es la fuga de los veteranos fundadores Francesc de Carreras y Xavier Pericay. Según el entorno del presidente de Cs, su marcha se encuadra en ese viejo paradigma que obliga a deshacerse de «tutelas» externas que exigen peajes más que pagados. El líder naranja ha tenido que encarar el antiguo y freudiano reto, tan cotidiano en la política, que obliga al retoño a «matar al padre» para seguir creciendo vitalmente.
Culminado este tiempo muerto entre el «primer cuarto» (las generales) y el «segundo» (las autonómicas y municipales), y a la espera de ver si hay un «tercero» (el 10-N, que nadie quiere pero por si acaso se prepara), Rivera ha puesto a los suyos «a jugar» la segunda parte del partido. Además, no oculta su emoción ante las nuevas e importantes incorporaciones a su sanedrín.
Como Edmundo Bal, el preparadísimo y lúcido abogado del Estado contra el procés a quien fulminaron Sánchez y la sectaria Dolores Delgado. O como Marcos de Quinto, un empresario-gestor de éxito internacional que representa, además, algo de lo que adolece parte de la clase política actual: no se acerca a la cosa pública para vivir de ella, sino que sacrifica una envidiable calidad de vida por servir a los demás. Y seguramente por eso se sabe libre para expresar en voz alta lo que piensa.
Ese tiempo muerto del que dispuso Rivera la pasada semana también le permitió colocar en la sala de máquinas de Cs a algunos de sus fichajes «foráneos». Gentes que representan la discrepancia y la ruptura –otra cosas son las razones de algunos de ellos– con las derivas de los llamados «viejos» partidos, PSOE y PP. Joan Mesquida, José Ramón Bauzá o Ángel Garrido. Sin duda, una apuesta arriesgada que el tiempo juzgará si es acertada o fallida.
El líder naranja ha transmitido pocas instrucciones, pero muy claras, a sus nuevos «pesos pesados», sobre todo Juan Marín, Francisco Igea, Ignacio Aguado y Begoña Villacís, los cuatro que ostentan los cargos institucionales de mayor relumbrón. Ellos van a ser en los próximos años el escaparate del remodelado, pero ya adulto, Ciudadanos: un partido transversal, abierto, liberal y con un ejercicio de la gestión pública «transparente, eficaz, austero e integrador».
Eso sí, para el tiempo que se avecina, Rivera tiene una «jugada» inamovible en su cabeza: el «no es no» a Sánchez y a su «banda», como enfatizó desde la tribuna del Congreso durante el pleno de su fallida investidura.
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