La noria
El profesor chiflado, Harry Potter y el manteo del pelele
Domingo carnavalero en el que se caen las caretas. Aunque algunos intenten disfrazarse, casi siempre la realidad supera a la ficción
«Tututu tutu turu turu/ Tututu tutu turu turu/ Carnaval, carnaval/ Carnaval te quiero/ La la la, lara lara/ Bailaremos sin parar/ En el mundo entero». ¡Grande Georgie Dann! Al ritmo de su música arranca el desfile entre júbilo jaranero. Todos en sus puestos. Los hay que participan en solitario, con la familia, y los que se lo pasan en grande con sus coleguitas.
Este año ocupa la primera fila una agrupación que se ha puesto por nombre «Los canallitas». Cada uno lleva su propio disfraz. Vitín no se ha comido mucho el coco y se ha enfundado su camisa de seda abierta hasta el ombligo y pantalones prietos. Dice que va de Tony Manero en «Fiebre del sábado noche». Lo cierto es que no le ha hecho falta poner mucho empeño porque ayer también salió. Junto a él, su compañero de fatigas vasco. Este sí ha tirado de imaginación, y se ha disfrazado de un popular expresidente de un club de fútbol que salía por televisión, y tal y tal, sumergiéndose en un jacuzzi con damas ligeritas de ropa. Les sigue, por detrás, Pepelu. Se vanagloria de ser todo un emblema del casposismo patrio, y por eso ha recurrido a Torrente en «El brazo tonto de la ley». Mientras baila cubata en mano, repite una y otra vez, como un mantra: «¡Vaya putiferio!», pero sin perder ripio a su exnovia, «la Jessi», que ha aparecido vestida de Bernarda Alba. Nadie se lo esperaba.
¡Menudo golpe de efecto! Carmen, otra de las mujeres de esta chupipandi tan aficionada al «afterwork», se ha embutido en un traje rojo para dar vida a Ofelia Michelínez, la dicharachera secretaria de la T.I.A. Va repartiendo bolsas con dinero entre el público porque quiere asegurarse que su grupo gane el premio al mejor disfraz. El último de este contubernio es Angelito. Pobre. Él no es como los demás, se mueve sin ritmo, es más soso que un pan sin sal. «¡Pues no va y se disfraza de piloto de avión!», dicen sus amigos. Se parten de risa. Suena Celia Cruz. «Ay, no hay que llorar/ Que la vida es un carnaval/ Y es más bello vivir cantando/ Oh-oh-oh, ay, no hay que llorar/ Que la vida es un carnaval/ Y las penas se van cantando».
Es el turno de una familia con ibérico apellido. Encabezan el grupo dos hermanos caracterizados de Zipi y Zape. El que hace de Zape, el más avispado de los dos, tira del otro y le da órdenes para que no pierda el paso porque siempre parece que está empanado y tiene dos pies izquierdos. Pero es que él no es de ritmos cubanos, le va más la ópera. Los acompaña su mujer y cuñada, respectivamente, que se ha disfrazado de Barbie inventora (ella solita ha sido capaz de crear el concepto de Transformación Social Competitiva). Es una pieza de colección, de las que no se sacan de la caja para que no se estropee. Junto a ellos, pegado, pero en solitario, va «su» Alvarito. Es como de la familia y se ha vestido de Harry Potter. No es que sea un traje muy original, pero la capa no tenía que comprársela porque encontró una toga por casa. El público no le quita ojo. Va gritando varita en mano «¡Evanesco!, ¡Evanesco!», el hechizo desvanecedor de objetos. Hace este truco especialmente con los móviles.
«Te, te, te... te, te, tetete... te, te, tetete... te, te te». Carlinhos Brown entra en escena, no podía faltar. De repente, aparecen de entre las sombras dos infiltrados, son dos coleguitas de la universidad, los intensos, más bien, los pesados y pedantes. Uno va de profesor chiflado (pero el de la versión auténtica, la de Jerry Lewis) que persigue sin descanso a una alumna a la que intenta engañar con su suero del «solo sí es sí». Podemos decir que es una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Durante todo el desfile intenta pasar desapercibido para que no le pillen porque está de baja laboral. A su lado, su compañero de «travesuras». Se ha vestido de Milhouse. No está seguro del disfraz porque es lo que esperaban de él, así que se pasa la tarde intentando convencer a todos a lo Quique San Francisco en «Amanece que no es poco»: «Os cambio el personaje». Ninguno acepta. Cae la noche. Es la hora gamberra y la música varía. En los altavoces, y a todo meter: «Mama, Chicho me toca/ Me toca cada vez más/ Mama, Chicho me toca/Me toca, me toca/Defiéndeme tú». Los dos amigos se miran. Después de tanta algarabía, lo que nadie podía imaginarse es cómo terminaría este desfile: Pepelu, a lo Montoya, emprendiendo la carrera en busca de «la Jessi» al grito de «¡Me has destrozado!».
Por cierto, un recordatorio para este domingo carnavalero. Hoy se celebra en Madrid «El manteo del pelele». Anímense.