Opinión
«Lasciate ogni speranza»
Una hora y veinticinco minutos tuvimos que esperar para escuchar la palabra «amnistía»; y se concederá porque hay que hacer de la necesidad, virtud
El día estaba gris, con ese cielo encapotado y turbio que predice drama. Como si la mismísima Katy Jurado, rota en llanto, me estuviese esperando al salir del metro. Como si el director de esta película se hubiese levantado mohíno. Más de 1600 agentes iban a estar desplegados para cercar el Congreso por posibles incidentes, así que imagino que será complicado llegar. Y una, que ha crecido escuchando que si en serio vas a salir así vestida y que siempre, siempre se anticipa uno a posibles incidentes pero jamás llega tarde, no va a fallar justo ahora. A mí no me pillan: voy antes. Bastante antes. Me sorprende, por la propia cotidianidad, que haya incluso menos gente de lo habitual por la calle. Quizá porque han cortado el tráfico de la Plaza de Cibeles a Cedaceros, de Alcalá a Cervantes. Al llegar a Cedaceros, de pronto, en lugar de hordas de amenazantes violentos, lo que me encuentro es con una réplica de la Barcelona de Colau: algo parecido a una gincana brutalista o un escenario de humor amarillo, con sus obstáculos aleatorios y sus limitaciones al cómodo ejercicio de la libertad deambulatoria. Han arriesgado poco en el despliegue. Yo, puestos a exagerar, habría puesto algo de alambre de espinos, concertinas y electrificado las doscientas mil vallas dispuestas como si al otro lado, en lugar del Congreso, estuviese Marruecos. Sin que medie voluntad alguna por mi parte, me echo mano a la cartera para asegurarme de llevar pasaporte.
Los amabilísimos polis –en lugar de chinos dándose tortazos o agentes marroquíes tomando té moruno– me facilitan el trance y entro sin problemas en menos de dos minutos. Entro yo y entran otros 503 periodistas acreditados. Somos más informando que manifestantes en el momento pico, que no habrán pasado de 300. Y más policías que periodistas. Parece que las no izquierdas no rodean congresos, que eso es de progresistas. Estos se conforman con manifestarse pacíficamente ante las sedes del PSOE que, aunque insistan en pedir una condena por parte del PP, es absolutamente legal. Sería como condenar haber enviado un WhatsApp impertinente a un ex de madrugada con la valentía que dan dos copas de más: puede resultar molesto pero no es ilícito. Desde allí, desde el territorio comanche que simula ser lo que hay entre Nador y Melilla, no atisbo a ver las letras en el dintel de la puerta principal, pero juraría –no miento- que han bailado para dejar de poner «Congreso de los Diputados» y decir ahora «lasciate ogni speranza o voi ch’entrate». Así está el día.
Entramos en la tribuna de prensa como si saliésemos de toriles: a una señal del ujier que nos retenía en el pasillo. La desigualdad entre ciudadanos que anticipa la sombra de la amenaza de amnistía inconstitucional empieza aquí y por sorpresa: al llegar ya hay periodistas dentro de ciertos medios que han podido coger sitio antes. Por la razón que sea. No me quiero poner comunista, Dios me libre, así que me siento donde puedo y no pido explicaciones a un funcionario que, ya predigo, viste mejor que Armengol.
A las doce y un minuto sube Sánchez a la tribuna, con media sonrisa y ese tumbao que tienen los guapos al caminar. El aplauso es tan espontáneo como una adopción internacional y se alarga desprendiendo ese aroma metálico a miedo norcoreano que desprende el que sería capaz de desmayarse antes que ser el primero en dejar de aplaudir. Belarra y Montero lo hacen flojito, como por compromiso y con desgana. Es lo que tiene el defenestre previo, que no manda servidumbre. Hasta seis veces dice «constitución» en apenas dos minutos de arranque y transcurre el discurso, haciendo oposición a la oposición, alternando aplausos aleatorios de la parroquia con risas de los contrarios. Trump sale antes de los primeros 20 minutos y Ayuso a los 25. En el minuto 40 hablará de «aparcar el insulto y la crispación», cuarenta minutos después de estar confrontando y crispando. Se gusta en ese registro. Bronco, provocador, cínico y faltón son adjetivos que se podrían utilizar –porque no podrá Armengol retirarlo de esta columna como retirará del diario de sesiones el «golpe de estado» que dirá Abascal– para definir un discurso que no ha presentado propuestas hasta después de media hora y que, cuando se han hecho, no han siquiera esbozado cómo se piensan financiar: transporte gratis, dentista, oculista, salud mental, conciliación, corresponsabilidad, pensiones, investigación, atención primaria, dependencia, salario mínimo aumentando cada año, reducir la jornada laboral, pleno empleo. Y la paz en el mundo. Una hora y veinticinco minutos tendremos que esperar para escuchar la palabra «amnistía». Y se concederá por el interés de España y para avanzar en la senda de la convivencia y el progreso. No es un ataque a la Constitución. Lo dice sin sonrojo para añadir: «Las circunstancias son las que son y hay que hacer de la necesidad virtud». Pues si esta es la justificación, ya estaría. ¿Cómo no va a estar el día gris?
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