Lo que rodea a Ponsatí
Insensateces Esdrújulas
Ponsatí representa el perfil del fanático comodón: quiere ser héroe, pero sin arriesgarse. Solo contempla el sacrificio de los demás
Todas las sociedades democráticas, por muy democráticas que sean, contendrán siempre una proporción (a veces mayor, a veces menor) de totalitarios. Jamás nos libraremos del todo de ellos. Son gentes que piensan que, por su cara bonita, poseen el derecho moral de imponer la propia ideología a los demás sin respetar las leyes de las que nos hemos dotado todos por común acuerdo. Para ellos, sus propias ideas son sagradas y las de los demás no. Tan sagradas, que merecen un templo, una épica y una liturgia. Precisamente, la palabra «fanático» viene de la raíz griega «fan», que significaba «templo». El fanático considera sagradas una serie de cosas, incluso por encima de la vida humana, y también, derivándose de lo sagrado, le parece aceptable el sacrificio de personas a tales tótems de la ideología. Si el sacrificio fuera solamente el suyo propio, bien podría ser objetable, pero entraría dentro de la libertad individual de cada cual. El problema es que propone también que ese sacrifico haya de extenderse a las vidas de los demás. En la mayoría de las escuelas de la antigüedad clásica grecolatina eso se consideraba directamente una patología. Y toda patología, cuando quiere exhibirse por la calle, termina haciendo el ridículo.
Un ejemplo ajustadísimo de lo mencionado es el caso de mi paisana Clara Ponsatí. Esta semana pensó (vamos a utilizar ese verbo de una manera harto generosa) que debía regularizar su situación jurídica ahora que el Gobierno actual había cambiado arbitrariamente la ley de todos para librarla de sus posibles delitos a cambio de sus votos. Se presentó, por tanto, ante el juez echándole el teatro propio del fanático: rodándose en video mientras volvía en coche, haciendo ver que no se quería entregar, pero paseando por la calle y poniéndose al alcance de un agente de la ley ante el que exhibió ufana su credencial de eurodiputada. Cuando el agente le hizo ver que tal credencial tenía la misma validez para sus propósitos que un carné del club de Scalextric y que no debía confundir inmunidad con impunidad, afectó rebeldía, pero le acompañó dócilmente mientras cuatro amiguetes gritaban su nombre queriendo soliviantar a las multitudes quienes, por cierto, no se dieron por aludidas. Hecha la escenificación y presentada ante el juez, Clara se volvió corriendo a Bruselas en cuanto salió del juzgado.
No retornó, por tanto, por una entrañable y torturadora nostalgia del terruño, sino que vino a buscar notoriedad y se marchó rapidísimo. Como rebelde sentimental, la dejan en mal lugar las prisas. Pero todas esas conductas nos ilustran sobre la posible aparición de un nuevo perfil en el mapa del dogmatismo en tiempos prósperos: el del fanático comodón.
El fanático comodón quiere ser héroe, pero sin arriesgarse. No se expone al sacrificio antes, sino cuando sus amigos ya han cambiado la ley y no hay riesgo. El nuevo tipo de fanático ya no contempla el sacrificio propio, sino mejor únicamente el de los demás. Dejo al juicio del lector evaluar si será un nuevo tipo de fanático digital, o se trata de la vieja hipocresía cobarde de los tiempos antiguos.
Fanático, dogmático, ridículo… todo lo que rodea a Clara Ponsatí resulta esdrújulo. Y como ya recordó Muñoz Seca, no se sabe bien por qué, pero lo esdrújulo nunca resulta simpático. Hasta hace poco, estos comportamientos solo provocaban risas aquí en la región catalana, pero ahora en Cataluña ya solo sonríen los ignorantes.Resulta que el Barça estaba pagando millones al vicepresidente de los árbitros, la presidenta del parlamento catalán falsificaba documentos y Clara Ponsatí pedía la independencia a la vez que afirmaba públicamente que las secesiones políticas es normal que provoquen muertos. La región chapotea en corrupción.
Como decía Macbeth, cuando has avanzado tanto en el camino de la sangre cuesta similar precio tenebroso volver atrás que seguir adelante. Por eso el problema en Cataluña va a ser, ahora mismo, que gentes como Ponsatí tienen 66 años y les resulta imposible arrepentirse de toda una vida tras equivocarse de una manera tan espectacular públicamente. Así que los tendremos por aquí muchos años intentando convencer desabridamente a todo el mundo de que sus delirantes y macabras eran en realidad supuestas iniciativas razonables.
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