
José Antonio Vera
Gobernar como sea
Asistimos al espectáculo de un Gobierno partido entre quienes quieren gastar más en rearme y los que defienden lo contrario

No es novedad que nuestra izquierda más a la izquierda sea antimilitarista. Lo ha sido siempre, aunque sobre todo lo era cuando nos referíamos a la OTAN y las bases americanas. Que Fidel Castro o la antigua URSS tuvieran un arsenal de cañones y misiles fabuloso, nunca le pareció mal al Partido Comunista. Al contrario. Por eso cuando la invasión de Irak, nuestra izquierda exquisita estaba cada día en la calle, pero nunca la hemos visto manifestarse contra la invasión de Ucrania.
Cosas de la vida, aunque si damos por buena que la izquierda es antimilitarista, estaría justificado, por coherencia programática, la posición que algunos de los socios del Gobierno tienen sobre el denominado rearme de Europa.
Ha dicho Giorgia Meloni que a este rearme habría que empezar a llamarle de otra manera, pues vamos a acabar asustando a la gente. Probablemente es lo que se quiere, meter miedo para que se apruebe sin rechistar que gastemos en armas tanto como la antigua Unión Soviética.
Si Estados Unidos se desentiende de Europa, como dice Donald Trump, es lógico que la Unión Europea se tenga que preocupar de su Defensa, hasta el punto de llegar a un nivel de capacidades que disuada de verdad a Rusia o a cualquier otra potencia. Eso es fácil de entender y, de hecho, la izquierda lo asume en Francia o Alemania, con contadas excepciones. En España no.
Asistimos al espectáculo de un Gobierno partido entre quienes quieren gastar más en rearme y los que defienden lo contrario. Una contradicción más para un Gabinete en el que las contradicciones son habituales. Presenciamos ayer una nueva edición de discrepancias sobre la fiscalidad que se pretende aplicar al salario mínimo, y hoy veremos al coro aliado enfrentado por causa de los cañones. Peleas familiares, que son siempre las peores, pues personajes como Arnaldo Otegi, Gabriel Rufián o Ione Belarra no están dispuestos a guardar las apariencias en tema tan espinoso.
Luego el Ejecutivo va a tener que presentarse en Europa con este espectáculo de división en un asunto en el que las diferencias no existen en otros países. Cierto que es una discrepancia pactada en el caso de Yolanda Díaz y su círculo cercano. Un pacto que consiste en cerrar los ojos ante el incremento del presupuesto para armamento, siempre que quede garantizado que no va a haber recortes en el gasto social. El Gobierno dispone de mecanismos para subir ese capítulo al 2 por ciento, pues la legislación extraordinaria de la Covid, que inexplicablemente aún sigue vigente, permite pasar partidas de un Ministerio a otro sin que haya necesidad de pedir permiso al Parlamento.
Hay apéndices fáciles de transmutar, dado que en años anteriores se maquillaba a la baja el gasto militar para que pareciese que España apenas dedicaba dinero a la industria de la guerra. Eran los tiempos en los que Pedro Sánchez defendía la supresión del Ministerio de Defensa, yendo incluso más allá que Izquierda Unida. De modo que se va a poder mover el casillero de inversiones en ciberseguridad, energía o infraestructuras, sin tener que comprometer un solo euro más, apenas barnizando lo ya comprometido. Lo que antes eran inversiones civiles, ahora pasarán a ser militares. Siempre que eso lo acepte Europa, que lo aceptará, pues ya sabemos que Sánchez tiene buenos padrinos en Bruselas, donde se le permite todo lo que le está vetado a Orban.
El húngaro ganó varias veces por mayoría absoluta. Sánchez gobierna pese a haber perdido las elecciones. Pequeña diferencia, sin importancia para Ursula von der Leyen, dispuesta a perdonar el bochorno de este Gobierno vocinglero, en el que sus miembros discrepan de todo, salvo de lo principal: seguir gobernando como sea.
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