Iñaki Arteta
Fiestas y vascos
Un buen y triste resumen sería que ciudadanos que simpatizan con los terroristas hoy no lo ocultan, sino que lo exhiben
En las fiestas veraniegas vascas, la presencia de ETA con su impresionante y terrorífica aureola sigue siendo apabullante. Cuando paras en Plentzia te encuentras en el horizonte el espigón del puerto con una gran pintada: «Presoak Kalera» (presos a la calle). Lleva muchísimos años y aunque en alguna ocasión se borró, poco se tardó en repintar.
La «Itsas Martxa» (marcha en el mar) se celebró este año una vez más en las fiestas de este pueblo el pasado 29 de julio. Organizada por «movimientos populares» (abertzales), centenares de pequeñas embarcaciones, piraguas, zodiac, surfers, con niños incluidos, se congregan junto al citado espigón con ikurriñas, carteles, banderines, camisetas, antorchas y fotos de sus sanguinarios (¿hay alguno que no lo sea?) presos, exigiendo su amnistía y hasta unos buzos se fotografían bajo el agua con la pancarta de moda «Deank Aske Izan Arte» («hasta que todos sean libres»), ante la mirada serena de nativos y veraneantes, que no es que no vean, que ven, pero como quien ve llover (ha llovido tantísimo en esta tierra…), con su copita de vino en la mano, pensando en qué comer después.
Les recomiendo un amplio y precioso reportaje fotográfico en NAIZ («su» periódico) que hace buena la expresión acerca de esas imágenes que valen por mil palabras. O en Instagram @itsasmartxa, que de verdad que hay que ver estas cosas.
Plentzia está gobernado por Bildu, pero esta exhibición completa del merchandising reivindicativo ultra nacionalista no solo se da en pueblos gobernados por los filoetarras sino también, por poner un ejemplo, en Bilbao, capital gobernada sin alternancia por el PNV. Aunque el alcalde dice que «la fiesta está para divertirse», los grandes toldos con enormes letras «Independentzia», «Presoak Kalera», «Amnistía», txosnas decoradas con fotos de hombres y mujeres, asesinos que cumplen condena (sin nombre, para ahorrarse líos), parecen indicar que la fiesta es, para algunos, otra cosa, una ocupación del ambiente festivo, un tiempo de oro para la exposición amenazante de su siniestra ideología. Pero para una fiesta en paz no hay como aludir a la libertad de expresión.
Un buen y triste resumen sería que hay ciudadanos que simpatizan con los terroristas y con el terrorismo que ejercieron, simpatía que no ocultan, sino que exhiben, lo que hace imaginar que algún mensaje nos están tratando de dar. Por otra parte, como hay autoridades locales y nacionales que permiten públicamente esa exhibición, cabe deducir que no les parecerá tan aberrante. Hay otras cosillas que suceden que sí les parecen súper aberrantes, pero con esto del terrorismo, «pelillos a la mar». Luego se exhiben porque se les permite. A esto hay que añadir que los radicales «abertzales» (con y sin delitos de sangre) tienen poder en un número grande de pueblos vascos además de en las Diputaciones y el Parlamento vasco. Y alrededor de todo esto, los espectadores, el público, la gran masa, que por diferentes motivos contempla todo este espectáculo como los fuegos artificiales por la noche en el cielo bilbaíno.
Debe de ser la fiesta de la democracia, pero lo más desasosegante es entender algo muy sencillo: están donde están porque les ha votado la gente.
Así que, si eres un poco sensible y observador, y te paseas aleatoriamente por calles vascas o te metes en un bar cualquiera, pues es la gente normal con la que te cruzas la que quiere que haya lo que hay. Cuando vas al famoso y multitudinario mercado de Gernika, la mayoría de los que te tropieces entre el gentío, esa gente, es la que ha aupado a su alcalde de Bildu, calificado, después de su elección como un tipo «conciliador y dialogante», por un periódico no nacionalista.
«¿Cuánto tiempo necesita una persona normal para vencer su innata repugnancia al delito?», se preguntaba Hannah Arendt en su libro «Eichmann en Jerusalén». Es la tiranía de las minorías que se imponen a la mayoría bajo falsos rótulos de progresismo, pluralismo o diversidad, derechos humanos o democracia verdadera. «La locura de unos pocos y el necio y vil consenso de muchos», que decía Primo Levi.
Deberíamos oponernos al auge de ingenierías sociales dispuestas a imponer al conjunto de la sociedad códigos mentales intocables. El triunfo de la perseverancia de minorías agresivas y falsamente democráticas, es el gran éxito de los largos tiempos de la violencia: la desaparición de la verdadera oposición a lo aberrante. La debilidad nacida del miedo. La desactivación de un verdadero coraje cívico.
Desde el inicio de las fiestas populares en 1978, la comisión de las fiestas de Bilbao prohíbe, previo acuerdo con el ayuntamiento, el acceso de la policía al «recinto festivo».
Es «el mal consentido» que ha estudiado el filósofo Aurelio Arteta: «la figura más común bajo la que comparece el mal es la del mal que consentimos que unos cometan y otros padezcan sin procurar impedirlo».
La permisividad general es lo que hace más fácil el abuso, la imposición y en determinados momentos, el crimen. Si toleramos todos aquellos años de toneladas de sangre que nos llegó hasta el cuello ¿es por eso que ya somos capaces de tolerar cualquier otro abuso?
Felices fiestas vascas. Solo para pacientes y pasivos.
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