Cataluña
El visionario «procès-ado»
Su carrera política empezó a decaer tras el batacazo electoral de CiU en 2012. Antes de tirar la toalla intentó pasar a la historia como el mártir soberanista catalán, un mesiánico nacionalista que se envuelve en esteladas para ocultar sus tramas corruptas. Hoy por hoy es el vivo retrato de la decandencia.
La noche del 25 de noviembre de 2012 fue un mazazo para Artur Mas i Gavarró porque CiU, la todopoderosa Federación nacionalista, acababa de perder doce diputados en las elecciones autonómicas. Un fracaso en toda regla tras el cual, en medio de una fuerte depresión, intentó tirar la toalla. Pero arengado por sus dos ideólogos de cabecera, Francesc Homs y David Madí, decidió pasar a la historia como el mártir soberanista de Cataluña. Aquel día, convencido por ambos, el joven a quien siempre llamaban Arturo, como sus padres le habían inscrito en el Registro Civil de Barcelona, nacido en una elitista familia textil de Sabadell y metalúrgica del Pueblo Nuevo, educado en el Liceo Francés y en el Aula Escuela Europea, trastocó su hoja de ruta. Fue entonces cuando abanderó el soberanismo y vino a Madrid en plan chulesco para poner en un brete a Mariano Rajoy. La jugada le salió mal, el gallego no entró al chantaje y Mas inició un camino sin retorno que ha llevado a su partido desde el poder a la nada, y a Cataluña al mayor enfrentamiento que se recuerda.
Con Mas empieza todo y con él, venido a menos, el horizonte entra en tinieblas. Su padre, Artur Mas Barnet, le introdujo en el círculo empresarial de Lluis Prenafeta, uno de los hombres de confianza de Jordi Pujol, quien le inició en la carrera política. En esa época trabó amistad con la familia, en especial con la matriarca Marta Ferrsuola, y el delfín Oriol Pujol. De su mano ascendió peldaños vertiginosos en la Generalitat, hasta ser primer consejero y después «el hereu», una vez imputado Oriol en el escándalo de las ITV.
«Arturito», como cariñosamente le llamaba Ferrusola, fue siempre un segundón, el chico que hacía los recados turbios de la trama convergente en liza con la brillantez del otro socio, el democristiano líder de Unió, Josep Antoni Duran Lleida. Un político superficial, carente de cultura profunda, débil intelectual y siempre teledirigido: primero por los Pujol, y después por Francesc Homs y David Madí. Pero, atención, con un punto de soberbia altamente peligroso.
Esa altivez, y la cascada de casos de corrupción sobre Convergència, le cambiaron. Quienes con él trabajaban en esos años le califican de visionario. «Quiere un puesto en el panteón nacionalista», dijo un dirigente de CDC cuando giró al victimismo soberanista. Como Macía y Companys, pero sin tener en cuenta los vericuetos de la historia. Su deriva condujo a un negro túnel a la antigua CiU, rota en mil pedazos, para albergarse en una delirante coalición, «Junts pel Sí», junto a Esquerra Republicana, la auténtica fuerza que saca beneficio, y promover al poder a organizaciones callejeras como la ANC y su entonces presidenta, Carme Forcadell. Los auténticos «patas negras» de la antigua Convergència, con los Pujol en primera fila, nunca se lo perdonarán. Es la suya una trayectoria de líder fracasado, un mesiánico nacionalista de última hora envuelto en esteladas para ocultar el entramado de la corrupción.
Ahora, el Tribunal de Cuentas le ha citado el día 25 para iniciar un procedimiento de indemnizaciones a los responsables del 9-N. Refugiado en su conducta victimista, apela a una recaudación popular y planea, tras el fracaso del referéndum del uno de octubre y si el cerco judicial se lo permite, iniciar una nueva vida en Estados Unidos. En Chicago trabaja uno de sus hijos y allí le llegó una oferta de algún empresario catalán vinculado a la extinta Convergència. En el plano personal se refugia en su casa de Fornells, en Menorca, con su mujer Helena y las nietas del matrimonio de su hija Patricia. En el político, su mayor preocupación son las próximas sentencias del Palau de la Música, el mayor expolio que se recuerda, y las acusaciones contra Germá Gordó, ex consejero de Justicia y gerente del partido por cobro de comisiones irregulares. En ambos casos Mas era el máximo responsable de Convergència y ello le salpicaría muy de cerca, dado que el TSJC imputa a Gordó por el caso tres por ciento de presuntas comisiones ilegales a CDC, con duras acusaciones de delitos de tráfico de influencias, cohecho, prevaricación y malversación de fondos públicos. El hombre que tuvo todo, lo dilapidó sin remedio y es hoy el vivo retrato de la decadencia.
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