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Felipe VI o el Rey que impuso su ley

El órdago soberanista en Cataluña y la gestión del bloqueo político por el fin del bipartidismo marcan una forma de hacer propia: el «felipismo». Su máxima: la defensa de la democracia; su lema: una España para todos

Felipe VI, en el avión de la Fuerza Aérea durante un viaje oficial a Gran Canaria en el que visitó el Ala 46 y el Escuadrón de Vigilancia Aérea 21
Felipe VI, en el avión de la Fuerza Aérea durante un viaje oficial a Gran Canaria en el que visitó el Ala 46 y el Escuadrón de Vigilancia Aérea 21larazon

"No hay movimiento en la Casa que no haya sido estudiado previamente», se escucha constantemente dentro de los muros de Zarzuela. «Aquí no hay lugar para la improvisación».

No hay movimiento en la Casa que no haya sido estudiado previamente», se escucha constantemente dentro de los muros de Zarzuela. «Aquí no hay lugar para la improvisación». Porque, detrás de cada paso que da Felipe VI, del que queda constancia en una imagen, en un texto periodístico, hay un trabajo de fondo que se rige por el mismo ideal: respeto a la democracia. Desde que comenzara a formarse como Príncipe de Asturias, hasta el día de hoy, cada decisión que toma Don Felipe viene encabezada por ese concepto, e inmediatamente debajo, Constitución, ejemplaridad, neutralidad y cercanía. Con estas máximas por bandera, en apenas cuatro años, el Rey ha estampado sello propio ante dos coyunturas determinantes en nuestra historia: el fin del sistema bipartidista político y una ofensiva independentista en Cataluña sin precedentes.

El Monarca y su equipo, tras la proclamación el 19 de junio de 2014, empezaron a colocar los ladrillos de la nueva Casa, de la nueva Corona, con una fórmula que decía el anterior jefe de comunicación de la Corona, Javier Ayuso: «Partido a partido». El nuevo Rey tomaba el relevo de su padre con una imagen de la Monarquía deteriorada, después de años de «buena salud» en los resultados de las encuestas. Ese «relevo generacional» del que habló Don Juan Carlos en su mensaje de abdicación incluía también aires nuevos, continuidad pero ruptura, para darle a la Institución la legitimidad de la que siempre había disfrutado. Ya en su discurso de proclamación, Don Felipe fue claro en su declaración de intenciones: «Sólo con ejemplaridad la Corona será acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones».

Ese mismo verano de hace cuatro años, el equipo del Rey se puso manos a la obra para anunciar una serie de medidas que hicieran barrera con cualquier atisbo de corrupción dentro de la Institución. Para empezar, se comprometió a hacer públicas las cuentas de la Casa del Rey de forma anual, además de un desglose de las actividades desempeñadas. La distribución de este presupuesto, además, cuenta con una auditoría externa que realiza la Intervención General del Estado mediante un acuerdo de colaboración. Otra de las iniciativas fue establecer un código de regalos para comprobar que los presentes no superen los usos habituales, sociales o de cortesía, ni aceptarse favores o servicios en situaciones ventajosas. De este modo,

Código de conducta

Don Felipe quiso terminar con la polémica que se originaba con el anuncio de algunos «detalles» opulentos que llegaban a Zarzuela. La Casa del Rey, cual jura hipocrática, aprobó un código de conducta a seguir dentro de los miembros de la Institución y la medida más significativa fue establecer un marco jurídico que impidiera que ninguna persona de la Familia Real pueda ejercer una actividad independiente de la que desempeña para la Corona. De esta forma evitaba que volviera a repetirse el «caso Nóos» –al ser proclamado Rey, sus hermanas dejaron de formar parte del núcleo central de la Familia Real para ser Familia del Rey–.

Felipe VI centró su agenda en realizar una ronda de visitas por los países vecinos, como Francia, Portugal o Marruecos, siendo su primer desplazamiento el Vaticano. También, junto a Doña Letizia, desarrollaron actos sociales para conectar con todos los sectores, y dedicaron el primer acto a las víctimas del terrorismo. Al cumplirse un año de su reinado, Don Felipe tomó una de las decisiones más duras de su reinado, y fue revocarle el título de duquesa de Palma a su hermana Cristina. El Rey dio así sus primeros pasos dejando atrás cualquier mancha que pudiera ensuciar la imagen de la nueva Corona.

Fue su propio deseo que, antes de que terminara el año, viajara a Cataluña para mantener un papel conciliador y de concordia con la comunidad autónoma. Paradójicamente, su primer acto como Rey en Cataluña fue con motivo de la entrega de las Medallas de Honor de Foment del Treball y los VII Premios Carles Ferrer Salat. Una cita infranqueable en su agenda y que, sin embargo el año pasado no pudo cumplir con ella por coincidir con la campaña electoral catalana. En aquel momento habló de la España «que hemos logrado entre todos», refiriéndose a Carles Ferrer Salat, quien participara en la consecución de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992.

Una actitud integradora que en aquel momento no podía prever lo que sucedería apenas tres años después. Don Felipe ha sufrido todo tipo de desplantes por parte de los independentistas, desde que era Príncipe de Asturias cuando le pitaron a él, y a Doña Letizia, en el Liceo, las continuas al Himno Nacional en el Camp Nou, incluso el hecho de que un empresario le retirara el saludo en el Congreso Mundial del Móvil. Hasta le han declarado persona non grata en el Ayuntamiento de Gerona. Don Felipe ha tenido que conjugar ser el Rey de todos los españoles y, además, garante de la unidad del país. No sólo en sus mensajes oficiales, sino también durante conversaciones sin la cámara delante, el Monarca se ha mostrado convencido en todo momento de que la ley se impondrá a la ofensiva secesionista.

Actitud firme

La última vez que se vez que se desplazó a Cataluña fue a tenor de los atentados yihadistas el verano pasado con motivo de la manifestación que se organizó en señal de repulsa. También fue abucheado, y no solamente eso, sino que la Generalitat le acusó de haber publicado imágenes de los menores afectados. Felipe VI ha mantenido una actitud firme con los secesionistas, respondiendo según lo que le marca la Constitución. Al igual que hiciera su padre el 23-F tras el intento de Golpe de Estado, se dirigió a la Nación después del 1-O para emplazar a los poderes del Estado a terminar con la «deslealtad inadmisible» de la Generalitat.

Un discurso que también encontró su razón de ser en una llamada internacional, ante el desconocimiento sobre el asunto que los secesionistas aprovecharon haciendo una fuerte política de «marketing». Este discurso dio «carnaza» a partidos independentistas y radicales, acusándole de hacerle la campaña al PP, y pareció que Don Felipe había bajado el tono en el mensaje de Navidad, en el que predominó el mensaje conciliador ante los resultados inciertos de los comicios del 21-D.

Pero el reciente discurso en Davos ante 70 líderes mundiales ha demostrado que el Jefe del Estado no se ha salido un ápice de su línea de actuación; aseguró que «la Constitución no es un mero ornamento, sino el pilar de la coexistencia», en una clara advertencia al candidato de JxCat y expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, huido de la justicia y con pretensiones de ser investido telemáticamente. «La ley merece el máximo respeto de todos». El Monarca tiene claro que, desde el momento en que juró la Constitución, su figura ha de estar siempre del lado de la ley, pero, como ha dicho en numerosas ocasiones, representa a una España en la que «cabemos todos», por lo que para él es crucial que todos los ciudadanos se sientan parte de España.

Don Felipe invitó al presidente de Francia, Emmanuel Macron, a hacer una visita a España, después de mantener una reunión bilateral con él y otros líderes: el Jefe del Estado tiene una gran acogida internacional y sus palabras respecto a la ofensiva secesionista no han caído en saco roto. Se prevé que la próxima vez que Don Felipe visite Cataluña sea con motivo del Congreso de Móviles, un acto de vital importancia para relanzar la economía catalana. Para más inri, Puigdemont podría «darle» el cumpleaños a Don Felipe, ya que el próximo martes tendrá lugar el pleno del debate de investidura en el Parlamento catalán, en el que se despejará la incógnita sobre la investidura telemática de Puigdemont.

«Las instituciones funcionan»

Desde el entorno de Don Felipe se cree que su papel frente a la crisis catalana ha reforzado su imagen pública, lo que también corroboran las últimas encuestas. La lectura que también hacen a lo largo de este casi lustro de reinado es la de que, al margen de las discrepancias políticas, «las instituciones funcionan». Y esa conclusión se obtuvo precisamente del primer reto que tuvo que asumir Don Felipe: la coyuntura política. Paradójicamente, en el mensaje de Navidad previo a las elecciones de 2015, el Rey aseguró que España disfrutaba «de una estabilidad política como nunca antes en nuestra historia».

Cómo iba a pensar mientras pronunciaba esas palabras que un año después el país se enfrentaría a una crisis política sin igual en la que un movimiento en falso de la Casa podría tener consecuencias devastadoras para la imagen de la Corona, y los españoles no estaban para segundas oportunidades. Felipe VI se enfrentó a una coyuntura política en su «debut» como Rey, al igual que Don Juan Carlos, sólo que al revés: el Rey Emérito lideró la consolidación del sistema bipartidista democrático, mientras que Don Felipe afrontó la descomposición de ese sistema con el afloramiento de nuevas fuerzas políticas que tenían que encajar apoyos entre sí como si de un Tetris se tratara para formar gobierno.

2016 fue un año difícil para Don Felipe, que se enfrentaba a la sombra del pasado de su padre, ya que ambos se enfrentaron a una coyuntura política determinante recién «sentados» en el Trono. Don Felipe «debutó» en un estilo completamente distinto al de Don Juan Carlos. Mientras que el Rey Emérito se definió como el conductor del proceso de la Transición, el Monarca no quiso liderarlo, ni que trascendiera la posible influencia que tuviera en los candidatos políticos durante las cinco rondas de consultas que tuvo que asumir. Por poner un ejemplo directamente comparativo, mientras que «en tiempos» de Don Juan Carlos tras las reuniones los parlamentarios hablaban en suelo de Zarzuela, Felipe VI decidió que lo hicieran en el de la Cámara Baja para reforzar el mensaje continuo que se lanzó desde la Institución de que «el Rey reina, no gobierna».

Sí es cierto que antes de las primeras elecciones democráticas el Rey Juan Carlos tenía más capacidad de movimiento que Don Felipe, la forma de reinar del Jefe del Estado dista mucho del «¿Por qué no te callas?», de su padre. Este escrupuloso estilo le valió muchos adeptos al «felipismo», pero también algunas voces críticas que le achacaban no ser capaz de manejar la situación para dar una salida a su país. En los círculos de Zarzuela no hacían caso: «Ha quedado demostrado que las instituciones funcionan», decían con satisfacción. El ánimo dentro de la Casa del Rey era de máxima tensión, cualquier movimiento era analizado con lupa y no podía ser en falso. La Monarquía se jugaba tanto como su credibilidad, máxime cuando los partidos de corte republicana como Podemos podían salir vencedores en las generales. Don Felipe llegó a reconocer en alguna ocasión su deseo de que su papel estuviera más definido en la Carta Magna, ya que la ambigüedad y sus términos generales generan interpretaciones distintas.

La crisis política y el órdago secesionista han generado sus consecuencias de cara al exterior: Don Felipe ha tenido que paralizar su actividad internacional en numerosas ocasiones para seguir la situación desde primera línea, lo que ha perjudicado la proyección del país fuera de nuestras fronteras. Ejemplo de ello es el cancelado viaje a Marruecos, que tampoco se pudo producir a finales del año pasado por el órdago catalán. Se espera que este año Don Felipe sí pueda consolidar su reinado en el exterior.