Rebeca Argudo
Nuevo ciclo en el PP
La reunión de la Junta Directiva Nacional del PP, celebrada ayer martes en Madrid, ha pasado mucho más inadvertida de lo que hacía prever la agitada pasada semana en la que se precipitaron los acontecimientos. Ya saben: un poco de espionaje, supuestos contratos a dedo a familiares, acusaciones cruzadas, dimisiones… Pero, atropellados por la actualidad, el penúltimo capítulo del vodevil de Génova 13 se ha visto eclipsado por la ofensiva armada de Rusia a Ucrania, con lo que nos entretuvo hace unos días cada uno de sus apasionantes episodios.
Y precisamente Pablo Casado, el más beneficiado por el perfil bajo que ha pasado a ocupar en la actualidad informativa, ha sido el encargado de abrirlo en una intervención que ha tenido mucho –todo– de despedida, aunque esta no se vaya a producir hasta el Congreso extraordinario que se celebrará en abril, y en la que ya ha manifestado su apoyo a Feijóo, al que previsiblemente se elegirá como líder. Que sea Feijóo quien vaya a sustituirle como líder del partido parece indicar que se busca un cambio y además que este sea evidente y significativo –subrayado y remarcado en fluorescente, como si fueran los apuntes de una adolescente–, un volver al tiempo de los barones y la vieja guardia después de los ganchitos en la gaseosa por dejar sentar a los niños, a los jovenzuelos criados en las faldas del partido con eso como toda experiencia, a la mesa de los grandes. Y que ha salido, quién lo iba a decir, rana.
Si en su discurso Casado se disculpaba por aquello que hubiese podido hacer mal y lamentaba el trato recibido, conjugando en pasado los verbos y zanjando pues el tema con este pasar página que le defenestra, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, aprovechaba el suyo para pedir la expulsión del partido de todo aquel que haya participado en la campaña en su contra. No parece que ella vaya a dar por liquidado el asunto tan fácilmente.
Pero va a necesitar el PP algo más que un lavado de cara y un sacudirse los Egeas y los Casados. Necesitará que el votante y el militante recupere la ilusión y la confianza, como pasa con los viejos matrimonios tras descubrirse una canita al aire si quieres arreglarlo. Es por eso que no parece mala idea que sea Feijóo –un tipo conocido y respetado– el que se haga cargo, alguien que recordaría a una etapa anterior, una preCasado, preexperimento de ciencias. Eso de puertas hacia adentro. Pero de puertas hacia afuera necesita también quitarse los complejos y las servidumbres. Dejar de enzarzarse en controversias que solo interesan al que les necesita débil y centrarse en lo verdaderamente importante: en este nuevo ciclo, el PP debe dejar de decepcionar. No puede permitirse continuar siendo una formación incapaz de remontar teniendo enfrente a un Gobierno incompetente. No debe permitirse el lujo de dudar sobre si es apropiado pactar con Vox o no solo por el griterío y las manitas en la frente de los que pactan desacomplejadamente con los herederos de terroristas y con anticonstitucionalistas. Debe empezar ya a ejercer una oposición firme y responsable, a crear una alternativa creíble capaz de movilizar al electorado. A uno, además, que se encuentra ahora en un momento polarizado de agitación y emocionalidad exacerbada. Uno en el que no basta librar la batalla de los hechos, sino también la de las ideas. Y esa batalla no puede el PP renunciar a emprenderla. Lo que sí debe es equilibrar el tablero y no aceptar las reglas –tramposas, líquidas, desiguales– que hasta ahora se ha permitido que sean las que rijan la contienda.
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