Sevilla
1989-2019: el reto de volver a empezar
En los congresos del PP las palabras más repetidas son «España», «Centro», «Libertad» y «Futuro». Que cada cual interprete lo que quiera.
En los congresos del PP las palabras más repetidas son «España», «Centro», «Libertad» y «Futuro». Que cada cual interprete lo que quiera.
El Partido Popular nace como partido de Gobierno en enero de 1989, en el IX Congreso de Alianza Popular, que se diluye y desaparece como tal allí mismo. Lo anterior, que arrancó con los «siete magníficos», todos ellos políticos relevantes del viejo régimen, pertenece a la prehistoria de esta fuerza política. El hombre que dirigió la operación histórica de encaminar la derecha al nuevo orden constitucional y que consiguió, paso a paso, que fraguara, con no pocos vaivenes y dificultades, fue Manuel Fraga, al que Felipe González le dijo un día en el Congreso que le cabía el Estado en la cabeza.
Este congreso del 89, bajo el lema de «Avanzar en libertad», inauguró una nueva etapa, que iba a tener una influencia decisiva en la marcha de la política española prácticamente hasta nuestros días, cuando el mapa se ha complicado, han surgido otras fuerzas en el campo de la derecha y vuelve a hablarse de refundación, de la mano de Pablo Casado, un joven político que, además de renovar, pretende recuperar los valores originales perdidos.
En aquel IX Congreso, en el que muere AP y nace el PP, se incorporan a esta formación grupos liberales, democristianos e independientes que se habían quedado huérfanos tras el desastre de la UCD en las elecciones de octubre de 1982, en las que arrasó el PSOE. El mismo nombre de Partido Popular pertenecía a la Democracia Cristiana, cuya cabeza más visible en aquel momento, Marcelino Oreja, brilló con intensidad en el cónclave. Fraga, que volvía a tomar las riendas después de dimitir abruptamente tras el fracaso de las elecciones del 86, empezaba a acariciar su viejo sueño de la «mayoría natural».
Su dimisión había conducido al congreso extraordinario de 1987, en el que resultó elegido presidente, en competencia con Miguel Herrero de Miñón, el efímero Antonio Hernández Mancha. Su moción de censura a Felipe González, mal planteada y peor resuelta, le desacreditó entre las bases del partido y en la opinión pública. Fueron unos tiempos de desconcierto en la derecha. En esas elecciones del 86, el CDS de Adolfo Suárez había levantado cabeza con un consistente grupo parlamentario. Más de un conocido político de AP llamó entonces a la puerta del nuevo partido de Suárez, que se definía de centro progresista, solicitando la admisión. Así que el porvenir de AP sin Fraga, retirado a Galicia, se estancaba y empezaba a ser problemático.
La vuelta de Fraga en el congreso del 20-22 de enero de 1989 no sólo pretendió poner remedio al desbarajuste, sino avizorar el futuro. Esta vez no vino acompañado de Jorge Verstrynge, que había sido el secretario general en la etapa anterior y cuya errática trayectoria explica algunas cosas. El nuevo secretario general sería Álvarez Cascos y el delfín señalado, José María Aznar, que ocuparía la vicepresidencia del partido y que ya presidía la Junta de Castilla y León, donde empezó su fulgurante carrera. Llegó a presidente de Castilla y León gracias al apoyo del CDS de Suárez. El acuerdo se alcanzó en Madrid, de forma sigilosa, en un almuerzo en la notaría de Félix Pastor Ridruejo. A cambio, Agustín Rodríguez Sahagún, del CDS, con el apoyo de los populares, lograría poco después la Alcaldía de Madrid desbancando al socialista Juan Barranco. Esta arriesgada operación levantó fuertes críticas en las filas centristas y contribuyó en gran manera a la fulgurante decadencia del partido de Suárez. Es lo que querían los nuevos dirigentes del Partido Popular. Lo que se pretendía en este congreso de la refundación era «un partido de amplia base», que se convirtiera en alternativa de Gobierno al PSOE. Se trataba de reagrupar fuerzas e ideas, evitando la dispersión, con la reunificación de todas las fuerzas no socialistas ni comunistas. Esa era la obsesión, la que se consideraba única garantía de éxito. Dos grandes fuerzas turnándose, ese era el ideal de Manuel Fraga. Por eso defendía, como en Gran Bretaña, el sistema mayoritario en la Ley Electoral.
En la clausura, Fraga anunció que iba a gobernar al PP «con mano de acero en guante de raso». Estaba escarmentado de las divisiones anteriores y de las desavenencias que habían acabado con una fuerza política tan importante como UCD. El cancerbero iba a ser Álvarez Cascos. Y Aznar, el sucesor «in péctore». Él tenía un compromiso con Galicia, al que no pensaba renunciar. Así que se olvidaba definitivamente de su sueño de presidir el Gobierno de la nación. Un año después, en el congreso de Sevilla, cumplía su palabra y cedía el testigo a Aznar, que se presentaba con «un proyecto liberal» para sustituir al PSOE de Felipe González, que daba ya muestras crecientes de decadencia. Ante los rumores y sospechas de que José María Aznar iba a ser un presidente tutelado y manejado a distancia por él, Fraga exclamó: «¡Ni tutelas, ni tutías!».
En el siguiente congreso, en 1993, bajo el lema de «Partido de Gobierno», se presentía que la Moncloa estaba por fin al alcance de la mano. El cansancio del poder, la corrupción y la descontrolada lucha contra ETA empezaba a poner a Felipe González contra las cuerdas, lo que se confirmaría en el «congreso de la euforia» del PP en 1996. España cambiaba de piel política.
En los lemas de los congresos, los partidos reflejan su alma y descubren sus sueños u objetivos. A veces pretenden ocultar las deficiencias o contrarrestar una imagen deformada en el espejo de la opinión pública. En los congresos del Partido Popular las palabras más repetidas en sus lemas son «España» y «Centro», seguidas de «Libertad» y «Futuro». Que cada cual lo interprete como quiera.
✕
Accede a tu cuenta para comentar