Copa del Rey

Editorial
No es cuestión de entrar en el contenido de la carta de dimisión hecha pública por el ex portavoz parlamentario de Sumar, Íñigo Errejón, salvo para constatar el alto componente de sentimentalidad que trajo a la política española la irrupción de una izquierda radical que, a falta de una doctrina ideológica que comprendiera al conjunto de la población, como en su caso fue el viejo marxismo, se articuló en torno a la imposición de conceptos emocionales propios de unas minorías sociales. Así, el simple atributo de ciudadano, en igualdad de derechos y deberes, que es la base de la democracia participativa, se fragmentó en el discurso político y, lo que es más grave, en la implementación de unas políticas públicas destinadas más a satisfacer demandas grupales que las necesidades del cuerpo social.
Sin embargo, esa nueva izquierda populista mantuvo uno de los peores rasgos del comunismo como es la intromisión en la esfera personal de los ciudadanos, en sus comportamientos más íntimos, so capa de un buenismo redentor del hombre nuevo. Así, cuestiones ya solucionadas en las sociedades avanzadas occidentales, de las que forman parte los españoles, como la libre elección de la identidad sexual, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la libertad de conciencia o el derecho a la expresión política derivaron en el imaginario radical de la nueva izquierda hacia el dogmatismo de las minorías más combativas. Leyes como las del «sí es sí», la autodeterminación de género, el condicionamiento legal de ideas y expresiones o la imposición de comportamiento morales en la gestión de las empresas han monopolizado la actualidad política española y llevado al silencio público a una buena parte de la población bajo la presión de unas redes sociales omnipresentes e inquisidoras.
Que Íñigo Errejón, uno de los más caracterizados impulsores de Podemos, haya caído víctima de una campaña en redes, que empezó con acusaciones anónimas de machismo y abuso psicológico sobre las mujeres, puede considerarse un acto de justicia poética con la revelación de una incoherencia personal entre lo proclamado y la propia vivencia –algo, por cierto, nada extraño entre los políticos, más si pertenecen a la izquierda buenista–, pero no es más que el síntoma del fracaso de unas ideologías de retales, incapaces de afrontar con éxito los grandes desafíos de la población, desde la precariedad salarial a la vivienda, pasando por el fenómeno migratorio o la desatada violencia sexual contra las mujeres. Hoy, los adalides de esa nueva política, los que iban a acabar con la casta y las lacras del bipartidismo añejo, los que traían un nuevo modelo de sociedad están en franca retirada, divididos internamente y castigados en las urnas cada vez que los ciudadanos ejercen su derecho al voto, libre y, sobre todo, secreto.
Copa del Rey