Motor
El motor europeo se está calando
Los políticos europeos parecen promover la asfixia del pulmón industrial europeo con una regulación que busca más prohibir que favorecer el crecimiento
La industria automotriz europea, liderada por Alemania, que ha sido un símbolo de la industrialización e innovación tecnológica del continente y la base del crecimiento económico, atraviesa un momento crítico al afrontar una feroz competencia global, particularmente de China y Estados Unidos, junto a un contexto macroeconómico complejo, por las políticas medioambientales, que amenazan con desindustrializar partes significativas de la región. La restrictiva regulación europea puede convertirse en la eutanasia del sector, pues obliga a pelear con las manos atadas, con políticas que encarecen la producción, mermando la competitividad y cuyos efectos perversos empezamos a conocer. Además, sin planificar una transición ordenada que genere riqueza en vez de destruir las menguantes ventajas competitivas de las empresas.
La consecuencia es que las acciones de Volkswagen cotizan actualmente a 92 euros lo que representa una caída de casi el 40% en los últimos 5 años y del 63% desde su máximo hace 18 meses, manteniendo una tendencia bajista que augura un futuro negro como lo muestra la reciente decisión de Volkswagen de cerrar dos plantas en Alemania. Quizás se haya lanzado una alarma para despertar a los políticos europeos que parecen promover la asfixia del pulmón industrial europeo con una regulación que busca más prohibir que favorecer el crecimiento.
Cuando la ideología prevalece sobre la economía, los resultados suelen ser nefastos, algo que ya se evidencia en el sector primario y ahora en el industrial. Esta situación no es solo un síntoma aislado sino el reflejo de una problemática mucho más profunda y estructural pues, aunque la desindustrialización no es un fenómeno nuevo en Europa, es alarmante la velocidad con la que está avanzando en sectores estratégicos como el automotriz, lo que representa un golpe económico por la pérdida de puestos de trabajo y el cierre de fábricas, además de un reto político y social.
El intento europeo de acabar con el motor de combustión, sin un plan alternativo para el eléctrico, con una legislación que busca más prohibir que favorecer el crecimiento, no está dando los frutos esperados y que denunciaban los fabricantes tiempo atrás, pues las ventas de eléctricos en Alemania han caído un 35% anual después de que se eliminaran los incentivos a su compra el año pasado. En España, en agosto, han caído más del 26% y, de los vendidos, crece la cuota de mercado de los chinos frente al resto que caen, Tesla incluido. Parece evidente que la economía de las familias no está en forma como para comprar un coche nuevo con unos precios que empiezan a ser prohibitivos, incluso mediante financiación.
Estas políticas europeas carecen de una hoja de ruta definida pues pretenden soplar y sorber a la misma vez, lo que ejerce una gran presión sobre los gobiernos europeos para proteger la industria y, al mismo tiempo, cumplir con los objetivos climáticos, generando tensiones como la de Volkswagen, que podrían tener consecuencias de largo alcance. La combinación de los altos costes que limitan la competitividad de nuestros fabricantes, así como las rigideces, junto a la necesidad de reorientar estratégicamente el negocio, está acelerando la necesidad de transformación de la industria empujando a las compañías a reconsiderar sus operaciones en Europa para dirigirlas a mercados más rentables y menos restrictivos como es el caso de China o de Estados Unidos.
Quizás sea un buen momento para pisar el freno y reflexionar sobre los tiempos y las restricciones que nos autoimponemos en Europa sobre el coche de combustión. Somos la única gran región del mundo que pretende prohibir su comercialización en 2035, forzando la implantación de las ZBE en ciudades donde el nivel de contaminación es bajo, obligando a las familias, con bajo poder adquisitivo, a deshacerse de millones de automóviles que están operativos y comprar otros con unos precios muy elevados, a pesar de las ayudas, y con gran incertidumbre sobre la tecnología que prevalecerá. Puede que sea un buen momento para que las instituciones europeas den un paso atrás ahora para que la industria europea pueda reinventarse y dar un gran salto adelante en el futuro.
Juan Carlos Higueras, economista y profesor de EAE Business School
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