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Muy poco amigo de aparecer en público (su carácter introvertido ha hecho de la discreción una verdadera obsesión a lo largo de su vida), Felipe Benjumea, muy a su pesar, ha tenido que convivir en los últimos años con los objetivos de la cámaras, que captaban su imagen a la entrada y salida de los juzgados. Desde que abandonó de forma abrupta la presidencia de Abengoa, en 2015, se ha tenido enfrentar a varias querellas e imputaciones, a la que se une, ahora, otra por la presunta manipulación de las cuentas de varios proyectos que la compañía sevillana realizó en las obras del AVE La Meca-Medina a través de su filiales Abeina e Inabensa.
La juez de Instrucción Número 3 de Sevilla, Patricia Fernández, que investiga los hechos a raíz de la denuncia de la Asociación de Perjudicados de Abengoa, ha decidido imputar a Benjumea y otros dos directivos de la compañía por su presunta implicación en un delito societario de falseamiento de cuentas. Así, la magistrada ha encontrado indicios de que los investigados habrían trasladados unos costes al proyectos que, en realidad, eran pérdidas con el objetivo de reflejar una rentabilidad que no existía.
Los cerca de 90.000 accionistas, la mayoría pequeños inversores, de Abengoa se encuentran atrapados en una pesadilla que comenzó el 25 de noviembre de 2015, cuando la compañía, orgullo no solo de Sevilla, sino también de toda Andalucía, presentó el preconcurso de acreedores, colocándola al borde de protagonizar la mayor quiebra de la historia de España. Finalmente y, tras un agónico proceso que se ha extendido a lo largo de más de un lustro, la compañía sucumbió a su elevado endeudamiento, y solicitó el concurso el pasado mes de febrero.
Estafa
Los inversores consideran que, desde la cúpula de Abengoa, se perpetró una «estafa» en toda regla, al alterar de forma premeditada los estados contables de la compañía, con el objetivo de ocultar la situación financiera real, lo que provocó que miles de accionistas continuaran invirtiendo en Abengoa cuando su situación era ya insostenible.
Aquello precipitó el cese de Benjumea, forzado por los bancos acreedores de la compañía. Sin embargo, no se fue con la manos vacías, ya que recibió una indemnización de 11,4 millones de euros, lo que le valió una querella por parte de los accionistas. Por este motivo, Benjumea llegó a sentarse en el banquillo y a enfrentarse a una petición de 5 años de cárcel por parte del Ministerio Fiscal. En aquel entonces, la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela decretó el embargo de varias viviendas, vehículos e, incluso, de un ciclomotor de Benjumea para cubrir la fianza de 11,5 millones impuesta en concepto de responsabilidad civil por los emolumentos recibidos cuando ya Abengoa estaba en situación de quiebra.
No obstante, posteriormente, en 2018, la Audiencia Nacional determinó que el pago de esta cantidad se hizo conforme a la Ley. Pese a aquella sentencia absolutoria, todo apunta a que el expresidente de Abengoa tiene todavía por delante un largo camino judicial.
Pero, ¿quién es Felipe Benjumea, un hombre que se convirtió en un verdadero «rey sol», ahora, caído en desgracia?
El expresidente de Abengoa forma parte de una de las familias de mas rancio abolengo de la sociedad andaluza y, también, en su día, una de las más ricas. La Lista Forbes los situaba en 2014 (tan solo un año antes de la debacle de Abengoa) como los más acaudalados de la comunidad de sur de España, tan solo por detrás de los Alba, con una fortuna estimada en 1.500 millones de euros.
Con 64 años recién cumplidos, es el noveno de doce hermanos. Está casado con Blanca de Porres Guardiola, nieta de la IX marquesa de Castilleja del Campo, con la que ha tenido cuatro hijos (tres chicas y un chico). Tras concluir sus estudios de Derecho en la Universidad de Deusto y, después trabajar en el Banco Urquijo y Citibank, se unió al Consejo de Administración de Abengoa. De esta forma, desembarcaba en la empresa familiar, cuyos orígenes se remontan a 1941, cuando su padre, Javier Benjumea Puigcerver, descendiente de una familia de hidalgos vinculados al Duque de Osuna y perteneciente a la alta burguesía sevillana, fundó en la capital hispalense, junto con su compañero de ICAI, José Manuel Abaurre, una empresa dedicada a estudios, proyectos y montajes eléctricos con un capital social de 180.000 pesetas.
Relación con el poder
Pronto, Abaurre pasó por decisión propia a un segundo plano, dejando protagonismo a Javier Benjumea, cuyo tío, Rafael, fue el primer Conde de Guadalhorce, título que le fue otorgado por Alfonso XII, y el hermano de éste, Joaquín, fue ministro de Franco y gobernador del Banco de España. Los Benjumea siempre han tejido importantes relaciones con las esferas de poder que han dirigido los designios de España en diferentes épocas, por lo que, pronto, la compañía se extendió por toda Andalucía y, en la década de los 50, dio el salto al resto de España. Sin embargo, no fue hasta los 70 cuando se produjo la gran explosión del grupo, abriendo incluso su primera oficina internacional en Argentina.
El patriarca se mantuvo al frente de la compañía hasta 1991, cuando cedió el testigo al frente de la misma a sus dos hijos varones, Javier y Felipe, aunque eligió a este último, el menor, como su sucesor en la presidencia de la empresa que él mismo había fundado medio siglo antes.
Javier Benjumea falleció en 2001. Pese a haber sido nombrado por el Rey Don Juan Carlos, del que era amigo personal, Marqués de la Puebla de Cazalla, en su lápida, por su expreso deseo, solo aparece una escueta inscripción: «Ingeniero de ICAI».
La muerte del fundador marcaría un antes y un después en la empresa. Aparte de mantener su vinculación con la compañía hasta el último momento, el patriarca sustentaba la armonía entre sus hijos y entre otras de las familias sevillanas representadas en el accionariado de la compañía, a través de Inversión Corporativa, el holding que era propietario de Abengoa –también concurso de acreedores–, y del que formaban parte, además de los Benjumea y los Abaurre, los Aya, los Solís y los Sundheim.
Los hermanos Benjumea tenían un carácter muy dispar. Mientras Javier, que heredó el título nobiliario de sus padre, era partidario de continuar con el negocio familiar de ingeniería eléctrica, Felipe, su sucesor al frente de los negocios familiares, decidió apostar por las energías renovables.
Al inicio del nuevo milenio, la economía española vivía un momento dulce. Abengoa llegó a esta década muy diversificada, y con unas ventas que superaban 1.000 millones de euros. Es en estos años cuando Abengoa dio su gran salto y se volcó en las fuentes de energía limpias.
Al calor del Decreto 661/2007 de 25 de mayo, por el que se regulaba la actividad de producción de energía eléctrica en régimen especial, Abengoa inició una carrera frenética que llevó al grupo a cotas nunca antes conocidas, con una facturación que llegó a los 7.000 millones, convirtiéndose en un líder mundial, llegando a levantar 20 plantas termosolares, una auténtica locura teniendo en cuenta que su más inmediato competidor tenía tan solo tres. Con una actividad primada, nada podía salir mal.
Sin embargo, Abengoa crecía de forma exponencial, como también lo hacia su deuda, que llegó a alcanzar los 20.000 millones de euros. El principal problemas de estas inversiones es que, además de precisar una cantidad ingente de recursos, los plazos de amortización son muy largos, por lo que el flujo de caja llega al cabo de muchos años. Abengoa quería seguir financiando sus faraónicos proyectos, pero Benjumea no quería perder ni un ápice de control. Por ello, en lugar de recurrir a una ampliación de capital, optó otros procedimientos, como la emisión de bonos corporativos y la creación de acciones tipo B, sin apenas derechos políticos.
Pelota
Los expertos consideran que el principal problema de Abengoa fue crecer sin límite. Cuanto más endeudada estaba, más crecía. Cuanto más riesgo tenía asumido, más pagaba por el nuevo. De esta manera, la pelota se fue haciendo cada vez más grande, hasta que llegó el gran batacazo, que vino de la mano del cambio de Gobierno, y de su giro de 180 grados en la política sobre renovables con el fin de las primas.
Con un cambio de regulación también en Estados Unidos, el entramado de Abengoa comenzó a venirse abajo como un castillo de naipes. Momento crítico fue noviembre de 2014 cuando un informe de Fitch consideró que el apalancamiento de Abengoa era el doble de lo admitido por la empresa. El resultado: la calificación de Abengoa comenzó a bajar y las acciones se desplomaron. Abengoa había perdido la confianza y, en especial, de sus acreedores. Los bancos pidieron entonces la cabeza de Felipe Benjumea a cambio de inyectar de nuevo liquidez a la empresa.
Se inició entonces una carrera por encontrar un «caballero blanco», un socio industrial que que diera aliento a un enfermo comatoso. Así, apareció en escena Gestamp. La empresa de los hermanos Riberas mostró interés por hacerse con la compañía a través de una línea de crédito de 1.300 millones. Sin embargo, la negativa de la banca a seguir metiendo dinero en Abengoa dio al traste con la operación. Ante este revés, Abengoa presentó el 25 de noviembre de 2015 preconcurso acreedores.
Después de una negociación a cara de perro con los acreedores, el Juzgado Numero 2 de Sevilla aprobó el plan de rescatar en noviembre 2016.
Gonzalo Urquijo, nuevo responsable de la compañía, se vio obligado a diseñar un nuevo plan de reestructuración, que pasaba por la creación de dos nuevas sociedades AbeNewo 2 y AbeNewco 1. La primera, cuyo único accionista sería Abengoa, tendría el control de AbeNewco 1, que contendría las acciones y participaciones de las filiales.
Con la llegada de Urquijo, la empresa inició una reordenación de sus negocios reorientada a regresar a los orígenes de la compañía.
Abengoa tuvo revisar las previsiones de negocio de su plan de viabilidad publicado en 2019 y presentó un nuevo plan de negocio actualizado, tras lo cual encargó a un experto independiente la determinación del valor razonable de la participación que Abengoa ostenta en su participada Abengoa Abenewco 2.
Como resultado de esa valoración, al cierre del ejercicio 2019, el patrimonio neto de la sociedad individual Abengoa fue negativo por importe de 388 millones de euros (lo que la colocó en causa de disolución). Para reequilibrar el patrimonio y asegurar el cumplimiento del plan de negocio actualizado, el Consejo acordó suscribir una nueva línea de liquidez por importe de 250 millones de euros y un plazo de cinco años, con garantía del Instituto de Crédito Oficial (ICO). También la solicitud de avales «revolving» por un importe de 300 millones, a fin de cubrir las necesidades del negocio hasta finales de 2021.
El fin de un sueño
Pese a ello, el pasado mes de febrero Abengoa solicitó en concurso de acreedores tras no lograr la refinanciación, pidiendo, un mes más tarde, el rescate a la Sociedad Española de Participaciones Industriales (SEPI) con cargo al Fondo de Apoyo a la Solvencia de empresas Estratégicas, para salvar los activos valiosos. El magnífico Campus de Palmas Altas en Sevilla, que albergó la sede de Abengoa, y que fue el sueño hecho realidad de Felipe Benjumea, bien podría ser la metáfora de una compañía que lo fue todo en el mercado de las energías renovables, elogiada por el mismísimo Barak Obama y, cuyas acciones, llegaron a cotizar en el Nasdaq.
La torre termosolar en Sanlúcar la Mayor, conocida por los sevillano como «Ojo de Sauron», queda también como testigo de un pasado, otrora dorado, de una empresa que hizo del sol su mayor aliado (aunque también fue su peor enemigo). Felipe Benjumea, como Ícaro, quiso volar demasiado cerca del astro rey y, al final como las alas del mito, su imperio se derritió.