Análisis

¿Por qué China ha prohibido las operaciones con Bitcoins?

Parece un movimiento para evitar que los chinos escapen a la socialización de pérdidas si cae Evergrande

Dos hombres pasan junto a un cartel publicitario de Bitcoins y criptomonedas en Hong Kong
Dos hombres pasan junto a un cartel publicitario de Bitcoins y criptomonedas en Hong KongJEROME FAVREAgencia EFE

China anunció este viernes que prohibía todas las transacciones en monedas virtuales (paradigmáticamente Bitcoin, pero no sólo). No es la primera vez que se publica una amenaza similar, pero sí la más contundente.

De acuerdo con el régimen comunista, esta prohibición se debe a que el minado de criptodivisas conlleva una enorme huella de carbono (y, al parecer, los jerarcas de la economía más contaminante del planeta habrían tenido un súbito arrebato ecologista) y a que estas monedas estarían empleándose para cometer actividades delictivas (como si los réditos de esas mismas actividades no se estuvieran blanqueando ya, y en mucha mayor medida, con otros activos reales y financieros, verbigracia el dinero en efectivo y los activos inmobiliarios). En realidad, las razones aducidas por la oligarquía política china suenan a lo que son: excusas para ocultar las auténticas razones que los han llevado a tomar esta decisión.

En términos generales, conviene recordar que el comunismo es incompatible con la libertad y, en este caso, con la monetaria. De ahí que el régimen chino no pueda más que tener una visión negativa de unas divisas que empoderan a sus usuarios y les permiten escapar de los circuitos de intercambio predeterminados por el Estado. No en vano, a los Estados les interesa controlar la moneda de sus ciudadanos porque, controlando la moneda, deviene capaz de parasitarlos con mayor facilidad. Por ejemplo, si los ciudadanos son forzados a emplear la divisa que emite el Estado y ulteriormente ese Estado deteriora el valor de esa divisa generando inflación, entonces el gobierno consigue parasitar a esos usuarios forzosos de la moneda (el valor que les es sustraído mediante la inflación termina siendo apropiado en gran medida por el gobierno que la ha generado). En cambio, si emplean una moneda sobre la que el gobierno no puede ejercer control alguno (como podría ser el oro en el pasado o Bitcoin), ese parasitismo en su contra no se puede ejercer.

Por consiguiente, los incentivos a que un Estado trate de eliminar su competencia monetaria siempre están presentes y, de hecho, han contribuido a configurar nuestros sistemas monetarios. Pero la cuestión es por qué justo en este momento China decide reforzar sus amenazas contra las monedas digitales. Obviamente, no estamos en la cabeza de los jerarcas comunistas, pero la complicada situación económica y financiera que está viviendo el país podría ser la causa profunda.Si la crisis de liquidez de Evergrande se convierte en el germen de una crisis real y financiera de mayor envergadura, entonces muchos ciudadanos tratarán de proteger sus patrimonios refugiándose en activos líquidos (en «dinero»).

Un candidato lógico a ser el activo refugio de los chinos sería el yuan. Pero si el Gobierno chino tiene pensado aprovechar esa demanda extraordinaria de yuanes para, por una vía o por otra (por ejemplo, vía inflación), atracar a sus ciudadanos, estos buscarán activos alternativos en los que refugiarse. Verbigracia, divisas extranjeras como el dólar o el euro. A este respecto, el Estado chino lo tiene fácil para impedir que sus residentes compren moneda extranjera, basta con establecer un control cambiario. Mas, por el contrario, no lo tiene tan sencillo para impedir que operen en monedas virtuales. De ahí acaso su renovado interés por perseguirlas.

Si las autoridades chinas temen una crisis, lo lógico es que traten de eliminar aquellas alternativas que permiten a los ciudadanos escapar de sus garras socializadoras de pérdidas. ¿Casualidad que se haya renovado la prohibición justo ahora?

Crisis de Evergrande

La principal promotora inmobiliaria de China, Evergrande, entró en quiebra técnica el pasado jueves. En esa fecha, la compañía debía haber efectuado un pago de 83,5 millones de dólares en intereses a acreedores extranjeros. Pero no lo hizo. ¿Cómo es posible que un coloso como Evergrande, que supuestamente cuenta con 15.000 millones de dólares en tesorería, haya desatendido un pago tan minúsculo como ése? Pues porque previsiblemente no existe voluntad de pagar todos los bonos de la compañía denominados en dólares y que están esencialmente en manos de inversores foráneos. Dadas las dificultades de liquidez que sufre la empresa con respecto al repago de la totalidad de sus deudas, parece que de momento han decidido incumplir sus compromisos con los extranjeros.

Jarro de agua fría al PIB

La revisión por parte del INE del PIB durante la primera mitad del año ha supuesto un jarro de agua fría sobre nuestras expectativas de recuperación. Si hasta el momento pensábamos que, en los primeros seis meses del año habíamos crecido un 2,4% con respecto al cuarto trimestre de 2020, las nuevas cifras apuntan a que apenas lo hemos hecho en un 0,4%, a saber, seis veces menos. Por consiguiente, la promesa del Gobierno de recuperar el PIB prepandemia a finales de 2020 parece alejarse de manera definitiva (salvo que el PIB del tercer trimestre nos proporcione una muy positiva sorpresa). Todavía peor, el Gobierno ha configurado una costosa política económica (subir el SMI o incrementar impuestos) sobre la base de que el robusto crecimiento económico sería capaz de resistirla. A la vista está que no.

¿Qué pasará en Alemania?

Este domingo se celebran elecciones en Alemania para escoger al sucesor de Merkel. Nuestro Gobierno confía en que el líder socialdemócrata, Olaf Scholz, resulte elegido canciller. De ese modo, confían, se vivirá una mayor sintonía entre ejecutivos socialdemócratas y, sobre todo, se ganará a un aliado en la lucha por reformar las reglas fiscales de la Eurozona. Con Scholz habrá menos austeridad que con Laschet. Sin embargo, no deberíamos perder de vista varios factores. Primero, quien marca el ritmo de la austeridad no es el Gobierno alemán, sino la opinión pública alemana. Segundo, quizá Scholz sea canciller, pero probablemente termine siéndolo con el apoyo de la CDU, que seguirá marcando parte del paso. Y tercero, Scholz tampoco es favorable a la indisciplina financiera que propugnan algunos desde España.