Fútbol

Ocampos aplica la eutanasia al Sevilla en la Champions

Una absurda expulsión del argentino provoca la remontada del PSV y sentencia a Diego Alonso

Ocampos, en el momento de su expulsión
Ocampos, en el momento de su expulsiónJulio MuñozAgencia EFE

Criticar a Ocampos da reparo porque es un titán. Un deportista de élite, sin embargo, no puede comportarse como una cabra loca y él lo hace con demasiada frecuencia. El partido se deslizaba casi en su último cuarto hacia un triunfo sin sobresaltos hasta que el argentino cometió dos estupideces: una protesta desaforada y un entradón criminal. Enseguida, el 2-0 se convirtió en 2-1 y, a partir de ahí, entró en pánico un Sevilla que esta temporada purga con sangre e infortunio sus muchos pecados. Uno de sus futbolistas más fiables, de sus profesionales más encomiables, lo sacó a empujones de Europa.

Era otro de esos partidos sosos que suelta el Sevilla con desesperante frecuencia y que podía ganar cualquiera de los contendientes, aunque lo normal es que terminen empatados. Mucho sobeteo y poco ritmo en ambos bandos, pánico al error y la sospecha de que el balón parado era una un arma que tenían que explotar los locales porque el PSV defendía regular la estrategia. Ahí se descerrajó la tarde, con el reestreno goleador de Sergio Ramos en falta botada por Rakitic. Una revisión de VAR y varias repeticiones después, el cronista no sabría decir cómo diablos remató el camero. Qué más daba.

Poner ahora que los chicos de Diego Alonso rompieron a jugar tras verse en ventaja sería mucho decir, pero es cierto que (¡albricias!) regaló el Sevilla dos magníficas jugadas colectivas. Marcó Sow en la primera, aunque el vídeo denunció mano previa del suizo en la génesis, y remató En-Nesyri en la segunda. Fue una pena que no cayese el segundo porque los neerlandeses parecían noqueados; y también es verdad que en la contra de la segunda acción, le exigió Chucky Lozano una meritoria intervención a Dmitrovic. Habría sido una carga excesivamente de plomo en las maltrechas alas sevillistas.

Pasó todo lo contrario: nada más empezar el segundo tiempo, Acuña lanzó en vuelo a En-Nesyri, una bala, quien picó con calidad por encima de Benítez. Ventaja cómoda, equipo asentado, ilusión… demasiado bonito para ser verdad. Ocampos, como ha quedado escrito, se enajenó y se fue a la calle. Enseguida, golazo acrobático de Saibari para apretar el tanteo. Hasta los monjes tibetanos tenían claro lo que pasaría a partir de entonces.

El asedio del PSV contra la portería de un Dmitrovic al que sus compañeros defendían dando manotazos de ahogado, apelotonados en su área, tardó más de la cuenta en encontrar la recompensa del empate, casi un cuarto de hora. Marcó Gudelj en propia meta, pero el mazazo pudo, debió, haber llegado antes. Daba igual, porque todavía quedaban diez minutos y el alargue para que el PSV asestase la puñalada definitiva. Vertessen le ganó un balón en velocidad a Nianzou en el comienzo del alargue y su centro lo cabeceó a la red Pepi. No hay pulgas en el mundo para este perro tan flaco.