Río de Janeiro
Usain contra Bolt
En los últimos ocho años ha logrado 17 oros de 18 posibles. En Río el objetivo es «tripitir» reinado en la velocidad, un dominio sin parangón en la historia. Sus siderales récords de 100 y 200 no peligrarán en los Juegos
El 28 de agosto de 2011, en la final de los 100 del Mundial de Daegu (Corea del Sur), Usain Bolt se adelantó unas milésimas al disparo del juez de salida. Nadie estaba en condiciones de discutirle el título, pero el «crack» se desconcentró, saltó de los tacos antes de tiempo y fue descalificado. No busquen más: es su única derrota desde que hace ocho años irrumpió en Pekín para lograr un triplete en las pruebas de velocidad (hectómetro, 200 y relevo corto), que repitió en Londres y que también logró en los mundiales de Berlín, Moscú y, de nuevo, el año pasado en la capital china. Diecisiete oros sobre dieciocho posibles.
La tarea de Usain Bolt en Río no consistirá en batir a sus rivales, tan peligrosos como siempre, pero tan lejos de él cuando está en forma, sino volver a correr como suele hacerlo en los grandes eventos. El jamaicano llega a la cita olímpica con más dudas que certezas después de la lesión que le impidió disputar los campeonatos nacionales. Si llega a ser estadounidense, habría visto los Juegos por televisión, pero en la isla caribeña los «trials» son más flexibles y los 19:89 con los que ganó los 200 el 22 de julio en Londres constituyeron la prueba que necesitaba su federación para repescarlo.
Los intereses comerciales alrededor del jamaicano, gran icono del atletismo mundial, son demasiados como para mostrarse puntillosos con el reglamento. Hasta el presidente del COI, Thomas Bach, se pronunció a favor de su participación en Río antes de conocer incluso si se recuperaría a tiempo de la citada lesión muscular. Ni siquiera los Juegos pueden permitirse el lujo de prescindir del magnetismo de esta megaestrella.
En los rankings de 2016, sin embargo, Bolt no figura entre los potenciales medallistas. El trío de estadounidenses contra los que competirá en el doble hectómetro (Gatlin, Webb y Merritt, autor de una notable reconversión desde los 400) acreditan tiempos mejores, igual que el antiguano Miguel Francis. El renacido y ex convicto de dopaje Gatlin también encabeza las tablas en 100 metros (9.80), en las que también figuran por delante de su 9.88 de junio otro yanqui, Trayvon Brommel (9.84), y el francés Jimmy Vicaut (9.86). Dicho lo cual, ninguno de ellos, todos por otro lado excepcionales, tendría la más mínima opción de rivalizar con un Bolt en la cima de su arte. Pero ¿lo está?
Por supuesto, no parece en condiciones de atacar sus récords mundiales, que datan del Mundial de 2009 en Berlín: unas marcas estratosféricas de 9.58 y 19.19 que tal vez batirá un atleta que ahora mismo utiliza chupete. Pero el termómetro de un aspirante al oro olímpico no es el reloj, sino unos adversarios conscientes de que, cuando Bolt sale al tartán para disputar un título, los demás corren por la plata. En la batalla psicológica que se establece entre los gallos de la velocidad desde que están en la cámara de llamadas, el jamaicano siempre sale ganador porque su palmarés apabullante y su físico colosal intimidan al más bragado.
Bob Beamon (Berlín 1936) y Carl Lewis (Los Ángeles 1984) marcaron época porque dominaron todas las pruebas de velocidad en unos Juegos, aunque los yanquis añadieron el oro en salto de longitud. En Río, Usain Bolt aspira a completar este «hat-trick» del esprint por tercera vez consecutiva, sellando un dominio sin parangón en la historia. Hace tiempo, cifró su retirada del atletismo para el año que viene, pero apenas cumplirá 30 el día de la ceremonia de clausura. Ojalá se arrepienta. Dan ganas de pedirle ya cita para Tokio porque seguro que nunca disfrutaremos de un atleta igual.
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