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Piragüismo

Osadía joven y de oro

Marcus Cooper, de 21 años, el «polluelo» del equipo de piragüismo, se impone en el K-1 1.000 con un final escalofriante. La remontada en los últimos 250 metros le llevó del quinto puesto a la gloria

El español Marcus Cooper Walz celebra la medalla de oro en kayak 1000 metros en los Juegos de Río larazon

Marcus Cooper, de 21 años, el «polluelo» del equipo de piragüismo, se impone en el K-1 1.000 con un final escalofriante. La remontada en los últimos 250 metros le llevó del quinto puesto a la gloria

No se dejen engañar. Marcus Cooper Walz es español casi de nacimiento y de corazón. Con tres meses, todavía en pañales, llegó a Mallorca, donde ya vivían sus abuelos. Nació en Oxford, pero por casualidad, porque su familia se movía entre la isla e Inglaterra. «Soy español. Siempre he vivido en España, he competido por España y estoy orgulloso de dar una medalla a este gran país», explicó. Una medalla nada más y nada menos que de oro, en piragüismo en aguas tranquilas, en el K-1 1.000. Un oro que en parte es inesperado porque Marcus Cooper es el más joven del equipo, con 21 años. «Es el polluelo del grupo», explicaba Narciso Suárez, el encargado de las categorías inferiores de la Federación. Y es inesperada porque el palista mallorquín logró la plaza prácticamente a última hora y casi de rebote. El pasado mes de mayo no sabía si iba a estar en los Juegos. En agosto, una metal dorado luce en su cuello con orgullo en una distancia que realmente no es la suya. Él es más especialista en 500, pero no es olímpica, por lo que dobla el recorrido y utiliza una estrategia que pone de los nervios a los que más le quieren. «Todavía estoy temblando», decía su madre, Fiona, envuelta en una bandera roja y amarilla. Marcus Cooper empieza fuerte los primeros 250 metros, se relaja y cae hasta la quinta plaza a mitad de carrera, sigue quinto en los 750 metros y termina con un apretón a muerte, hasta reventar. Así lo hizo en la final, una táctica similar a la de semifinales. La diferencia en la carrera decisiva es que el último cambio lo hizo un poco antes.

El sol castiga a los aficionados y los deportistas en la Lagoa de Río. Marcus, con gafas de sol, concentrado al máximo, dispuesto a ejecutar su plan, arranca. El agua se agarra al principio, los primeros golpes con la pala son duros hasta que se coge inercia. Al paso por los 250 metros es segundo. Después baja el ritmo. Todo está medido, si sigue apretando el ácido láctico invadiría su cuerpo hasta dejarlo petrificado. Es un momento de transición, para volver a recuperar energía. Iba quinto a falta de 250 metros para la meta, pero tenía a los rivales a tiro. Dos segundos debía remontar a sus oponentes, todos monstruos de la piragüa, campeones olímpicos y del mundo. Pero el polluelo salió del cascarón a lo grande. ¡Qué final! Parecía que el resto iba a cámara lenta y él, a cámara rápida. Izquierda y derecha, izquierda y derecha; la mente fija delante, el movimiento robotizado una y otra vez. El dolor ignorado, como si no existiera. Todo es mental. Se puede. Los músculos dan para más. Quinto, cuarto, tercero, segundo, primero... Meta. Oro. «Sólo me enteré de que era campeón cuando llegué. Sabía que los tenía ahí, pero no miraba a los lados», aseguró. «Ha sido el mejor mil de mi vida, no sólo el final», explicaba después. Las semifinales le habían dejado fatigado, pero él es un tío tranquilo. Se intentó evadir de todo el día anterior y se acostó pronto. Un poco de trabajo con el fisioterapeuta, David Rivera, y preparado para la batalla.

Su madre le esperaba tras el triunfo. «Me ha dado el abrazo más fuerte de mi vida», desvelaba Marcus Cooper, que en poco tiempo ha vivido sensaciones extraordinarias. El año pasado fue el peor de su vida deportiva, según reconoce él mismo. «Era todo mental y casi tiré la temporada», admite. Pero 2016 se presentaba lleno de oportunidades. Había opciones de ir a los Juegos. «Y me dije: ‘Si ya estás abajo, inténtalo por lo menos. Inténtalo sí o sí. Y aquí estoy, y con una medalla, gracias también a mi entrenador, Luis Brasero, que siempre me ha motivado», resumió. Desde mayo hasta agosto la preparación ha sido intensa. Un poco en Madrid, donde esperan solucionar el problema que tienen, ya que para entrenarse deben ir al embalse de Picadas, con la furgoneta y todos los trastos, muy lejos de la Residencia Blume, donde vive, cuando ahí al lado tienen El Pardo, y una última etapa en Orense, en el Miño, buscando unas condiciones de humedad parecidas a las de Río. «Quizá ése ha sido el secreto, el plus final», opinaba Narciso Suárez. Desde que compite, la mente de Marcus Cooper estaba puesta en ser campeón olímpico, pero por edad los Juegos de Tokyo 2020 parecían los suyos. Se ha adelantado cuatro años con su osada estrategia.

Un pasaporte de 2015

Marcus Cooper es español, aunque tardara en conseguir el pasaporte. Hasta 2015 no lo logró, pese a que vive en Mallorca desde que tenía tres meses y siempre ha competido por España. Problemas burocráticos hicieron que hasta el año pasado no consiguiera un requisito indispensable para ser olímpico. «Si lo sé vengo a Mallorca a dar a luz y no hubiéramos tenido tantos problemas», explicaba Fiona, la madre, que visitó la isla por primera vez cuando tenía cinco años y allí que iba todos los veranos hasta que se quedó a vivir. En un verano tenía que trabajar y debía buscar un entretenimiento a su hijo. «Había probado con el fútbol y el basket, pero no le gustaba. El piragüismo en cambio le atrapó», explica Fiona, que ha pedido el mes de vacaciones en el hotel donde trabaja para ver a su hijo competir. Un amigo le dijo que probara con las piraguas y lo hizo para quedarse. «Empecé en el club Náutico de Portopetro, siempre veía piraguas, paseé por el puerto, vi a los peces», explica. Y con el tiempo vio también que se ponía en una buena forma física, y se enganchó, empujado por Joel Badía. Después se marchó a la Blume. Cuando vuelve a casa vive con su madre, que le define como «ordenado e introvertido, pero con un sentido del humor muy bueno». «Es pensativo y no muy impulsivo, excepto cuando compite», continuó. No hay más que mirarlo para comprobarlo. Superó la meta, levantó los brazos y se quedó tan tranquilo.