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Pita Taofatofua

Abanderado, sí, pero con taparrabos

Tonga repitió protagonista en la ceremonia inaugural: el taekwondista Pita Taofatofua

Pita Taufatofua, of Tonga, walks during the opening ceremony in the Olympic Stadium at the 2020 Summer Olympics, Friday, July 23, 2021, in Tokyo, Japan. (AP Photo/Petr David Josek)
Pita Taufatofua, of Tonga, walks during the opening ceremony in the Olympic Stadium at the 2020 Summer Olympics, Friday, July 23, 2021, in Tokyo, Japan. (AP Photo/Petr David Josek)Petr David JosekAgencia AP

Abanderado, quitémonos las caretas, es una marca de calzoncillos cuyo nombre comercial adquiría cada cuatro años una efímera polisemia hasta que ayer, por mor de la igualdad de género, la palabra se transformó en un plural asaz inexplicable. «Los hombres usan Abanderado porque las mujeres compran Abanderado», rezaba el anuncio de estos gayumbos en un alarde de incorrección política de tal calibre, que es deseable que el creativo publicitario que lo ideó se haya mudado al patio de los calladitos. De lo contrario, le harán la vida imposible. En España, para variar, la elección de los portadores de la enseña rojigualda –acertadísima al final– no se libró del debate ordenancista.

El palmarés de Mireia Belmonte y de Saúl Craviotto es apabullante. No necesitaba, por tanto, el respaldo de una intrincada normativa para justificar su condición, pero he aquí una utopía en el país que jamás deja pasar una ocasión para montar una polémica. El criterio de las medallas es injusto porque primará siempre al deportista de disciplinas múltiples y privará en el futuro del honor de ser abanderado a gente tan indiscutible como Estiarte, Gasol o Nadal, por citar sólo a tres luminarias que han encabezado el desfile español. La discusión se mantiene desde hace medio siglo, cuando Juan Carlos de Borbón no llevó la bandera en la inauguración de Múnich 72 para cederle el puesto a Paco Fernández Ochoa, que unos meses antes había ganado el oro en los Juegos de Invierno de Sapporo.

Con sus hijos Cristina y Felipe, sin embargo, se quebró el factor del mérito deportivo que no corre el riesgo de romperse en próximas ediciones con otros «royals». El imponer un criterio computable u objetivo no es sinónimo de justicia porque, ¿quién podría discutir la designación de Carla Suárez? La tenista canaria no ha ganado ninguna medalla olímpica, y es harto improbable que la gane en Tokio, pero ha tenido los santos coj... redaños de volver a competir en la élite a los pocos meses de superar un cáncer. El homenaje en forma de «standing ovation» que le tributaron en Roland Garros y Wimbledon se lo ha negado un estúpido reglamento.

Hay muchos motivos para llevar una bandera. Estados Unidos eligió en 2008 a Lopez Lomong, un niño sudanés que había llegado como refugiado de guerra. En un registro más frívolo, aunque igual de legítimo, Tonga repitió con el taekwondista Pita Taofatofua, que en Río causó furor con su sonrisa de galán, su taparrabos tradicional del Pacífico Sur y su apolíneo torso desnudo embadurnado en aceite. En fin, tampoco hay mucho donde elegir cuando la delegación consta de seis deportistas.

Los abanderados españoles fueron, a su modo, un canto a la diversidad. Mireia Belmonte es catalana de ascendencia andaluza, con un nombre en vernáculo y un apellido cordobés de resonancia campera, del Pasmo de Triana que revolucionó la tauromaquia y que tertuliaba con Valle-Inclán. Saúl Craviotto es un poli que patrulla por Gijón como podría hacerlo por Nueva York, con ese nombre judío que lo denunciaría como infiltrado de Arnold Rothstein y ese apellido italiano digno de un esbirro de Lucky Luciano.