Ni trono ni reina ni nadie que me comprenda
Deslucido encierro en la penúltima de La Magdalena de Castellón con tres sevillanos en el cartel: Morante, Juan Ortega, que destacó, y Pablo Aguado
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Mientras la campaña publicitaria de Sevilla, de la Feria de Abril, habla sobre quién se quedará con el trono de la Maestranza, una vez finalizado ese 22 de abril y haya acabado todo. (Ay qué pena mejor no pensarlo), mientras, decía, tres sevillanos aterrizaron en Castellón, en el día grande, a la conquista de la Magdalena. Y no eran unos cualquiera. La tarde era para paladares exquisitos porque los tres van por el mismo palo y este deambula por los caminos del arte, de las exquisiteces, de lo sublime, aquello poco terrenal y muy emocional. El sentido último del toreo más allá de la gesta, que está implícita porque torear despacio es la mayor explosión callada que hay de valor.
Moranteabría plaza, aunque lo hizo con el sigilo y un toro «Ponderoso» de nombre, de Álvaro Núñez, renqueante, que dejó espacio para pocas alegrías. Ni un lance ni un quejío. Abusó del caballo en el cuarto y, a pesar de que tenía pinta de que se lo iba a quitar del medio en nada y menos con la muleta, lo intentó al natural sin demasiado eco pero con gran esfuerzo. Tragó. El toro iba al paso y deslucido. Con la espada se le fue complicando y con el descabello bordeó el susto.
Se quedó corto el segundo, pero Juan Ortega logró sacarle brillo y lo mejor fueron las medias. Qué manera más bonita y expresiva de torearlo con la capa. Tenía todo expresión y belleza. Ocurrió después en el prólogo de muleta algo diferenciador. El toro estaba vivo, suelto y nos sobrevino el momento más mágico de la faena, en esa incertidumbre de la embestida del toro, remató la serie Juan logrando reducir la arrancada del de Domingo Hernández. Fueron dos muletazos de una belleza y transmisión brutales. Después la faena transitó más en la búsqueda. Al toro, que humillaba por el derecho, le costaba salirse de la muleta, y por el zurdo se quedaba corto y los ritmos ahí no se encontraban, pero con entrega absoluta y cimientos sólidos construyó Ortega todos los pasajes.
Ortega se sentó en el estribo para comenzar la faena al quinto, al que era difícil ver lidia, y como en la anterior el cierre de esa primera tanda fue lo mejor. Un pedazo cambio de mano que rozó la eternidad por largo y despacioso. Maravilla. El toro no tenía nada. Medias arrancadas defendiéndose. Ortega le presentó la muleta siempre con entrega y verdad. Un camino que no siempre tiene recompensa, pero sí honores.
Noblón y repetidor fue el tercero. Anillo al dedo para Pablo Aguado, que lo defendió con la capa y se justificó con la muleta. Dejó una faena de engaño volandero y recursos, que gustó. Él es mucho más torero. El sexto iba y venía, flojo, en línea, sin entrega. Así la faena que fue ganando enteros poco a poco. Esperábamos tanto que el frío entró hasta los huesos y no hubo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, como cantarían y cantarán cada tarde, cuando el calor se nos haya metido de lleno, allá por Sanfermín. Mientras tanto, nos ganó la partida lo imprevisible de esta fiesta de los toros.
CASTELLÓN. Séptima de la feria de la Magdalena. Se lidiaron toros de Domingo Hernández y dos de Álvaro Núñez, 1º y 5º. El 1º, renqueante y deslucido; 2º, humillador por el derecho y corto por el zurdo; 3º, bueno; 4º, deslucido; 5º, de media arracada y parado; 6º, Casi lleno.
Morante de la Puebla, de turquesa y oro, media estocada (silencio); pinchazo, casi entera, dos descabellos (silencio).
Juan Ortega, de verde botella y plata, dos pinchazos, estocada (saludos); pinchazo, estocada (saludos).
Pablo Aguado, de rioja y oro, dos pinchazos (saludos); media estocada, tres descabellos (silencio).